Duda molesta

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          Mientras tanto, Fred observaba como su jefa, o amante, no estaba seguro, se dormía a su lado. Se le entornaron los ojos hasta que los cerró del todo y soltó un suspiro de comodidad, de relajación. Él sonrió tímidamente y se movió hasta sentarse en el borde de la cama para comenzar a buscar su ropa.

- ¿Qué hora es? – Preguntó ella con voz cansada, pero antes de que él contestara ya se había girado hacia el despertador de la mesita de noche.

- ¿Las diez? – Probó él poniéndose en pie para abrocharse los pantalones.

- Y media.

- Me largo ya. Tu padre estará a punto de llegar.

Sin decir más, terminó de atarse las zapatillas, recogió del suelo su camiseta, se la puso y salió de la habitación. Ella le observó alejarse hacia la penumbra del pasillo y escuchó la maniobra de la llave antes y después del portazo de la puerta. A pesar del cansancio que sentía, se quedó un buen rato mirando al techo, pensativa. A veces Fred la desconcertaba, pues había ocasiones en la que sus sonrisas repentinas al verla pasar la sonrojaban, pero había otras, como la que acababa de presenciar, en las que ni siquiera se despedía. Y era en estos casos en los que ella se preguntaba quién se aprovechaba de quién.

          Por lo general siempre conseguía lo que quería, su padre nunca le había negado nada, aunque tampoco es que abusara de su posición como hija única. Y con Fred pasaba más o menos lo mismo, siempre que había querido lo había tenido a su disposición para lo que quisiera y sin rechistar. Estaba claro que en el tema del sexo ganaban los dos, pero empezaba a plantearse que tal vez ese era todo el beneficio que ella le aportaba y por eso seguía acudiendo, porque sabía que algo se iba a llevar a fin de cuentas. Lo que más le molestaba, ahora más que nunca, era no saber adónde iba Fred al acabar su servicio. O, mejor dicho, con quién iba. ¿Tendría pareja? ¿Estaría casado? ¿Y si después de todo era él quien se aprovechaba de su necesidad? ¿Y si para él no era más que un proyecto de mujer, una cría con ganas de vivir lo que no podía dentro de las paredes de su casa, bajo la vigilancia de su padre?

          Al escuchar a puerta de la entrada abrirse deseó por un segundo que fuera Fred, que volviera al menos a darle las buenas noches, pero conocía de sobra el ritmo y el sonido de las pisadas de su padre. Se tapó hasta el cuello con la sábana a pesar de que no sentía frío con tal de tapar su desnudez y esperó hasta que su padre entró con sigilo en la habitación para darle un beso en la frente mientras ella se hacía la dormida. En cuanto la puerta volvió a cerrarse, retiró la sábana de un manotazo, descubriendo su cuerpo desnudo, y se giró hasta quedar boca abajo con la cabeza apoyada sobre sus brazos entrelazados. Fred tenía treinta y seis años, ella diecisiete. Podía ser perfectamente un padre de familia. Y ella sería la chica a la que podía atontar con una sonrisa sabiendo que poco después le dejaría entrar en su cama pensando que domina la situación, cuando nunca ha sido así.

Mientras llueva©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora