La agente Cisneros paseaba su mirada impaciente entre la taza de café vacía que seguía delante de ella y el pequeño reloj analógico que colgaba de la pared que tenía en frente, apoyando los codos sobre la barra de la cafetería vacía de Eli y uniendo las manos en forma de puños a la altura de sus labios. Quedaba poco más de media hora para que Sebas saliera de su despacho y descubriera que se había largado de la comisaría. Genial... ¿dónde podía estar la dueña del local? ¿Y por qué había tenido que pedirle que se quedara hasta que volviera? Ni que fuera ella la portera de aquella cafetería cutre de pueblo... Debería estar en la ciudad metida de lleno en el caso del doctor, no allí, no en aquella pequeña comisaría donde sentía que perdía el tiempo.
Dio un suspiro de cansancio y sus pensamientos volaron hacia Ernesto... ¿Qué estaba pensando? ¿Acaso creía que sería más feliz si siguiera en la ciudad? Allí no había sido más que una infeliz amargada, realmente se había planteado que necesitaba un cambio antes de que alguien tomara la decisión de trasladarla... Además, ¿quién podría sustituir a Ernesto? Aún no se terminaba de creer la suerte que había tenido al conocerle en la comisaría del pueblo, el lugar que creía que sería su infierno particular... pero él supo hacer que mereciera la pena trabajar allí, vivir en aquel lugar apartado del mundo. Todo era muy diferente y aún tenía que adaptarse al ralentizado ritmo de vida que parecían llevar todos en comparación con el ajetreado barullo de la cuidad, pero despertar todas las mañanas y verle dormido a su lado... eso hacía que el pueblo se revalorizara y de repente todo mereciera la pena. Aunque claro, si la dueña de aquel antro cafetero no se dignaba a aparecer pronto, puede que a Sebas le diera por despedirla y todo se iría al garete.
Lidia comenzaba a desesperarse, deshizo y rehízo varias veces su coleta rizada, como hacía siempre que estaba nerviosa. Volvió a mirar el reloj... faltaban quince minutos para las dos y Sebas solía largarse entre las dos y las dos y media. Su mirada se fijó en la puerta abierta del local, por delante de la cual no dejaba de pasar gente, pero extrañamente nadie entraba a la cafetería, todos revoloteaban por el mercado que habían plantado en la calle. La agente Cisneros se cansó de estar sentada frente a la barra y comenzó a pasearse frente la misma, como un perro guardián. De repente, las dudas que rondaban en su mente fueron resueltas cuando un anciano entró en el local. Lidia no lo reconoció de primeras, pero en cuanto su grupo de tres amigos de toda la vida se reunió con él, recordó que eran los que le habían silbado por la calle... una sonrisa se plasmó en su cara a la vez que una idea aparecía en su mente.
- ¡Hola! – Los saludó todo lo amablemente que pudo. – La dueña está a punto de volver, yo me tengo que ir a trabajar... Seguro que no les importa quedarse aquí hasta que vuelva, ¿verdad que no? – Dijo esbozando una sonrisa forzada.
- ¿No está Eli? – Preguntó el primero que había entrado.
- ¡¿Qué?! – Gritó uno de los ancianos que había tras él.
- ¡Que Eli no está! – Le respondió otro que había a su lado a voz de grito.
- ¡Ah! ¡Pues dile a Eli que me ponga una infusión de esas!
Al instante, todos los ancianos que había detrás del primero comenzaron a gritar, tratando de que el que tenía problemas de audición se enterara de lo que le decían. Lidia los observó con el ceño fruncido, tratando de no perder los nervios, mientras lanzaba inevitables vistazos fugaces al reloj de la pared. Entonces el primer anciano que había entrado, el que parecía llevar la voz cantante del grupo, la miró con expresión de disculpa y comenzó a reírse.
- Disculpe usted a Emilio, agente, es el más sordo de los cuatro. – Explicó el hombre mientras se reía, mostrando su escasa dentadura. – No se preocupe, nos quedaremos hasta que vuelva Eli.
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Mientras llueva©
Mystery / ThrillerAVISO: PUBLICACIÓN ESTANCADA. La historia continuará, pero por ahora permanecerá en stand-by mientras dure su edición :) Tras el día de su decimoctavo cumpleaños la vida de la hija del doctor cambiaría para siempre. El regalo de su padre sobrepasarí...