¿Tres días?

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          Sin duda el impresionante contraste que ofrecía la moderna cocina con la estética victoriana general de la mansión la había impactado, pero ni de lejos tanto como el descubrimiento del que sería a partir de entonces su nuevo dormitorio. Se alojaba en el tercer piso, en el ala este, muy cerca de las escaleras que conducían a la torre que le otorgaba al edificio la apariencia exterior de un castillo medieval. Sin embargo, aunque en un principio su intención fue explorar la torre, sus planes habían cambiado en cuanto abrió la puerta doble que constituía la entrada al dormitorio.

          Una cama enorme ocupaba gran parte del centro de la estancia, vestida con una gran colcha de color violeta oscuro y sábanas negras. Dos mesitas de noche descansaban a ambos lados de ésta, en cuyo centro se levantaban dos lámparas de acabado gótico. En el suelo se extendía una gruesa alfombra oscura que ocultaba las tablas de madera clara y las paredes alzaban el techo hasta una altura superior a la de una casa normal, decoradas con el mismo papel de pared que cubría las paredes del gran salón, el de rosas negras. A diferencia de otras salas, aquella estaba impecable... el doctor había preparado la mansión para poder vivir en ella cuanto antes, por lo que las habitaciones estaban limpias, había luz y agua en todas las estancias que lo requerían y la cocina, equipada con muebles nuevos y modernos, estaba preparada para comenzar a ser utilizada, al igual que los baños, pero habían muchas otras que no habían sido modificadas, como el gran salón o la biblioteca.

          El sonido de sus pisadas se vio silenciado en cuanto se adentró en la habitación y pasó a caminar sobre la alfombra. Olía a limpio, puede que a algún ambientador floral. Al mirar hacia su derecha, descubrió las grandes puertas correderas de lo que parecía ser un armario ropero empotrado en la pared. Cada puerta estaba cubierta por un enorme espejo, por lo que pudo admirar una vez más su inexplicablemente y atractiva imagen mientras se acercaba a ellas y las abría, descubriendo un armario más profundo de lo que esperaba, completo de arriba abajo por lejas y cajones vacíos y barras con perchas desnudas. No pudo evitar sentir algo de decepción y después culpa por ello. El doctor había intentado llevarla a aquel lugar, a ella y a todas sus cosas. Sin embargo, aunque ahora ella estaba allí, creía que toda su ropa, sus recuerdos y su vida en general, se había quedado en su casa de la cuidad, junto al cadáver de su padre.

          Sintió que se le contraía el pecho y la vista se le nublaba, pero se negó a derrumbarse de nuevo y respiró hondo hasta calmarse. Tenía un objetivo, proteger la memoria del doctor como le había protegido él a ella durante toda su vida, a pesar de su enfermedad. Él no había matado a su madre, lo había hecho su locura. No eran sus ojos los que la habían mirado con ansia de sangre... No, aquel demente no era su padre. Por eso no merecía que le recordaran como a tal, como a un loco, y ella había asumido el deber de ocultar el secreto de su familia para asegurar que jamás nadie le juzgaría mal. Tenía que ser fuerte como él. Y eso incluía no volver a llorar. Nunca.

          El ronroneo del motor de un vehículo acercándose le despertó de sus pensamientos. Extrañada por el hecho de poder escucharlo desde allí, se acercó al ventanal que había a la pared que quedaba frente al armario, al otro lado de la amplia estancia y miró al exterior. Como había imaginado, un coche se acercaba a la mansión, un coche negro que los nervios le impidieron reconocer. En un principio no supo qué debía hacer, ¿se suponía que la mansión estaba vacía? ¿Debía manifestar su presencia o mantenerse oculta? Sin embargo, todas aquellas dudas que la ponían más y más nerviosa conforme las formulaba mentalmente perdieron significado en cuanto el coche se detuvo frente a las grandes escaleras que conducían a la puerta principal y el comisario salió al exterior.

          Con los ojos irradiando asombro y la boca abierta, el comisario observó la impresionante mansión que se levantaba delante suya. Antes de atreverse a salir del vehículo, había revisado tres veces que la dirección que figuraba en la factura que encontró en el despacho personal del doctor era la misma que la que marcaba el GPS... ¿De verdad aquella era la propiedad de su hija? Había imaginado una casa a las afueras, incluso creía que el GPS se equivocaba cuando le hacía salir del pueblo al que le había conducido y continuar por otra carretera que subía la montaña... pero jamás se le habría ocurrido pensar que aquel imponente edificio pudiera llegar a pertenecer a la chica que hacía días no había tenido más remedio que abandonar a su suerte bajo la tormenta.

Mientras llueva©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora