Problemas

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          La aguja horaria del reloj de la cocina se acercaba a las diez y el doctor y su hija seguían sin volver a casa. Fred había preparado la cena, que se enfriaba lentamente sobre la encimera mientras él miraba a la nada con un paño de cocina entre las manos y el hombro apoyado en la puerta del frigorífico. No podía dejar de pensar en la conversación que había tenido unas horas antes con su novia. No le había confesado nada, aún tenía esperanzas de que todo se solucionara sin que se descubriera el pastel, pero a la vez sabía que sería difícil.

          A ella le había extrañado su llamada, de primeras había creído que pasaba algo malo y, aunque no estaba mal encaminada, Fred se apresuró en convencerla de que todo iba bien, que solo la echaba de menos. De hecho, contestó tan deprisa y disimuló tan mal su nerviosismo que tuvo que inventar que se había dejado algo al fuego para colgar cuando ella comenzó a pedir explicaciones. Estaba claro lo que le esperaba al llegar a casa, y no tenía ni idea de cómo esquivarlo. Había cavado su propia tumba, ¿qué le iba a responder? Además, aunque consiguiera zanjar el tema por unos días... seguían estando el doctor y su hija raros con él. Su hija..., el mayor y más dulce error que había cometido en su vida. Tenía que acabar como fuera su relación o lo que fuera que tuviera con ella, pero sin que se enterara el doctor... lo que era todavía más difícil que resolver el asunto de su novia. Ella parecía tan encariñada, ¿cómo no se lo iba a contar a su padre? O aunque no lo hiciera, ¿cómo no se iba a dar cuenta el doctor?

          El sonido de la puerta de la entrada al cerrarse lo sacó a la fuerza de sus pensamientos. Se apresuró a poner la sartén al fuego otra vez, en parte para volver a calentar la cena y, por otro lado, para disimular que llevaba casi una hora sin hacer nada. Los pasos del doctor llegaron hasta la puerta de la cocina.

- Sigues aquí. Si te quedas hasta después de cenar te pagaré el doble por el tiempo extra que trabajes.

A Fred apenas le dio tiempo a asentir antes de que el doctor se perdiera en el pasillo. En realidad le venía genial retrasar una ahora o más la hora de llegar a casa y enfrentarse a las preguntas de su novia, el dinero en ese momento le daba igual, aunque sabía que no le vendría mal. Solo pensaba en alargar su tiempo extra de trabajo lo máximo posible, con suerte su novia estaría ya dormida al volver a casa.

- ¿Qué has hecho?

Fred se sobresaltó de escuchar la voz de la hija del doctor a su espalda, tanto que casi se le cae el móvil al fregadero mientras le enviaba un mensaje a su novia explicando por qué llegaría tarde. Tapando la pantalla contra su cuerpo, tardó unos segundos en comprender que se refería a la cena. Aun así, tuvo que mirar hacia lo que comenzaba a chisporrotear sobre la vitrocerámica para responder.

- Salteado de verdura. – Levantó la mirada hacia sus ojos negros, que le miraban atentos. – Y filetes de ternera asados.

Ella miró hacia la sartén como si no se fiara de su palabra. Fred se preguntó cuándo había entrado en la cocina, no había oído sus pasos.

- A mi ponme solo verdura. – Dijo seria.

Entonces le clavó una mirada que Fred no supo interpretar, se dio media vuelta y salió de la cocina, atravesando el pasillo por el que había desaparecido el doctor unos minutos antes.

          Fred dudó sobre si había llegado a ver el mensaje o a quién iba dirigido y sintió como se le aceleraba el pulso. Si lo había visto no tenía excusa, pues solo a una persona tenía en su agenda con el nombre "Cielo". Suspiró, una cosa más que añadir a su lista de preocupaciones de hoy.

Mientras llueva©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora