Cambio de parecer

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          En cuanto el furgón policial que había "tomado prestado" el comisario se alejó de la mansión, la hija del doctor comenzó a arrepentirse de haberle permitido el paso a Belinda. Los ojos de la mujer brillaban de asombro y recorrían cada detalle y cada rincón del gran salón como si fuera arqueóloga y acabara de descubrir los restos de una civilización antigua antes desconocida. La hija del doctor fijó su vista en el preciado sillón que acariciaba con sus dedos, el cual habían dejado junto a uno de los sofás de terciopelo rojo de la sala. Algo en su interior se movía ansioso por dejarse caer en él y sentir el reconfortante abrazo de su padre, pero a la vez otra voz interior le susurraba que aquel no era el lugar donde debería estar. No, había otro mucho mejor... pero necesitaría ayuda para transportarlo hasta allí.

          Sus oscuros ojos se posaron sobre la curiosa mujer que acababa de descubrir el espejo que colgaba de la pared, el mismo que le reveló su demacrado aspecto cuando entró en aquel lugar por primera vez, y repasaba con una enorme sonrisa pintada en la cara el marco color bronce de acabado victoriano. No la quiso llamar por su nombre, no le daría tal confianza.

- Eh. – Dijo, y la italiana se giró para mirarla sin dejar de sonreír. Parecía una niña en un parque de atracciones. – Tenemos que moverlo.

          Belinda miró al sillón y luego a la hija del doctor, frunciendo el ceño.

- ¿Adónde? Io pienso que está bene ahí.

- Pero yo no. – La hija del doctor le hablaba con dureza, no le gustaba la presencia de aquella entrometida en su propiedad, y mucho menos que opinara sobre asuntos que no le importaban, como había sido su seguridad a solas en aquel lugar. – Lo subiremos a la biblioteca.

- ¡Oh, la biblioteca! – Los ojos de Belinda brillaron de entusiasmo. - ¡Este palazzo è enorme! Pero, mi perdoni, ¿Tú ha dicho subir?

- Al final de ese pasillo están las escaleras. – Dijo la nueva propietaria del lugar con desgana mientras hacía un gesto con la cabeza hacia las puertas enfrentadas que se abrían al oscuro pasillo.– Solo hay que subirlo.

- Solo, ¡já! – Interpretó Belinda con tono de burla, lo que puso de los nervios a la hija del doctor. Sin embargo, antes de que pudiera contestar, Belinda la interrumpió volviendo a hablar, lo que le enfureció mucho más: - ¿Y cómo tú piensa que vamos nosotras a subirlo? Pesa molto, si haberlo dicho cuando el comisario pazzo estaba aquí...

          La hija del doctor apretó los dientes de frustración y decidió ignorar esa última frase, por el bien de las dos. Centró su mirada en el sillón, pensativa... entre los tres había costado un mundo subirlo por las escaleras de la entrada de la mansión, ¿cómo iban a subirlo hasta la primera planta solo ellas dos?

          Convirtiendo una de sus manos en un puño y sintiendo la intensa mirada de Belinda sobre ella, su vista se fijó en una de las lonas de tela gris que antes cubrían los muebles del gran salón y que había retirado a un rincón. Una idea se le vino a la mente. Sí, podría funcionar...

- Lo pondremos sobre una de esas lonas. – Comenzó a explicar en el tono más imperativo que pudo interpretar. - Una tirará de ella para moverlo mientras la otra lo empuja desde atrás. Lo deslizaremos en vez de arrastrarlo.

          Cuando volvió a mirar a la italiana, descubrió una expresión pensativa a la que se le había desdibujado la sonrisa. Belinda echó una rápida ojeada hacia las lonas, que parecían ser lo suficientemente fuertes como para soportar los tirones necesarios para mover el sillón.

Mientras llueva©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora