Oscuridad, peligro, asfixia

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          Las zapatillas llenas de agua hacían que chapoteara con cada paso acelerado que daba. Había cruzado inútilmente los brazos sobre el pecho para intentar retener el calor, pero su cuerpo ya no disponía de él. Los largos y oscuros mechones de pelo se le habían pegado a la cara y le bajaban por la espalda y hombros goteando sin parar, al igual que su ropa. Lo único que ocupaba sus pensamientos era encontrar la maldita carretera sin tener que retroceder y encontrarse de nuevo con la agente. Mientras recorría todo lo deprisa que sus doloridas piernas le permitían las estrechas calles del pueblo, mantenía la llave de la mansión encerrada en un puño tan tenso que los nudillos palidecieron incluso más que su piel helada de frío.

          Dobló hacia la derecha y se encontró con un callejón que le sonaba demasiado... ya había pasado por allí. Y más de una vez.

- ¡Vamos, joder! - Gritó su desesperación gravemente desanimada, lo que curiosamente le recordó al comisario. - Maldito seas. - Murmuró con toda la sinceridad del mundo, tiritando.

          Los músculos de su espalda se encogieron debido a un escalofrío mientras seguía otro camino, el de la izquierda. La tormenta sumía al pueblo en una penumbra espesa que apenas le dejaba ver lo más cercano que tenía a su alrededor. Por eso no se fijó en la cantidad de barro que se había asentado sobre el suelo empedrado y resbaló, aferrándose con fuerza en el último instante a uno de los barrotes metálicos e increíblemente fríos de la ventana de la casa que tenía al lado. Tuvo la mala suerte de realizar el brusco movimiento con el brazo izquierdo, lo que le propinó un fuerte pinchazo de dolor en el hombro que el todoterreno de aquella agente le había lesionado.

          No pudo evitar lanzar un grito ahogado al viento. Se agarró con cuidado el hombro con la mano derecha y se dejó caer lentamente apoyando la espalda contra la pared de la casa hasta llegar al suelo. Cerró los ojos y la lluvia volvió a limpiarle las lágrimas, aquello no podía estar pasando... Debía de ser una pesadilla. Una muy real, la más cruel que podría haberle acosado.

          Se tanteó el hombro intentando moverlo y gimió, su mano seguía aferrada con fuerza a la pesada y fría llave. La miró y una mueca de dolor cruzó su cara. El doctor había intentado llevarla a aquel lugar antes de que la locura lo controlara... Tal vez si hubiera aceptado sus incansables intentos por ayudarla seguiría vivo... Tal vez en ese mismo instante hubiera estado con él en su nuevo hogar...

          No lo resistió más y rompió a llorar como si no hubiera un mañana, los sollozos agitándole el pecho de forma dolorosa, cada latido de su corazón golpeándola desde dentro como si quisiera romperla y huir de allí. Entonces, el cercano y grave ladrido de un perro captó su atención e hizo que su cuerpo se tensara y volviera la cabeza hacia su derecha, asustada. No vio nada, pero sus latidos se desbocaron de todas formas. Sin embargo, mientras escrutaba su entorno, le pareció ver la valla de madera y metal que rodeaba el jardín trasero de la casa en cuyo muro estaba apoyada. La puerta de la valla estaba abierta con el pestillo interior echado, por lo que el viento hacía que golpeara una y otra vez su marco metálico sin llegar a cerrarse.

          Sin pensárselo dos veces, la hija del doctor se puso en pie, no sin sentir de nuevo la dolorosa protesta que le propinaron los exhaustos músculos de sus piernas al moverse. Intentando evitar el cojeo, se acercó cautelosa al jardín de aquella casa y miró por encima de la valla. No había nadie, tan solo brillaba una débil luz amarilla en el interior de una de las ventanas. Abrió la puerta con cuidado y entró de forma sigilosa, como si los aullidos del viento y el fuerte chapoteo de la lluvia contra los charcos no ocultaran el sonido de sus pisadas. Escrutó el pequeño terreno, en el que, en aquel instante, se veía más barro que plantas, y su mirada se detuvo en el muro que separaba la vivienda del bosque. Se acercó a él para verificar lo que creía haber visto desde la valla... Efectivamente, había un boquete lo suficientemente grande como para que una persona tan delgada como ella pudiera pasar.

Mientras llueva©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora