¿Coincidencia?

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          La llegada de dos agentes de policía de la ciudad al pueblo no pasó inadvertida. A las pocas horas de que Tomás e Irina bajaran del coche patrulla para instalarse en su habitación de un pequeño motel que Ernesto se había encargado de reservar, los murmullos al respecto habían volado de boca en boca y prácticamente todos los pueblerinos sabían que estaban allí. Como era de esperar, las especulaciones acerca del por qué de aquella inusual visita no tardaron en aparecer. La mayoría de ellas señalaron al inspector.

          Los uniformes de la ciudad destacaban entre la multitud, así que los dos agentes tuvieron que aguantar una oleada de miradas curiosas cuando atravesaron las tres calles que les separaban de la modesta comisaría del pueblo. El frío de las primeras horas de la mañana era seco y cortante, la escarcha se extendía por las ventanas de las casas y la mayoría de los tejados soportaban una gruesa capa de nieve, aunque las calles se mantenían despejadas gracias a los pueblerinos más madrugadores.

          Al entrar en la comisaría, en lo primero en lo que repararon Tomás e Irina fue la falta de luz y mobiliario. Apenas disponían de tres puestos de trabajo y un solo ordenador de aspecto bastante anticuado cuando en la comisaría de la ciudad había tres plantas de despachos y áreas de oficinas para los agentes dotadas con los dispositivos más rápidos y eficaces. De las tres mesas, la del centro estaba vacía y en las otras dos, dos agentes se mantenían ocupadas rebuscando entre los montones de documentos que tenían apilados frente a ellas. Cuando cerraron la puerta tras de sí, el sonido del tecleo se detuvo y Lidia Cisneros levantó la vista de la parpadeante pantalla para mirar a los agentes, reconociendo a Tomás al instante.

- Lidia. Cuánto tiempo... No sabía que estabas aquí. – Dijo él con la sorpresa reflejada en la voz. La agente Cisneros estaba realmente diferente a cómo la recordaba, con el rizado pelo rubio con la raíz canosa recogido en una coleta baja y sin maquillar.

- Cuéntame otro mejor. – Escupió ella enfrentando la mirada del agente con otra algo más agresiva.

          En parte Lidia se sentía avergonzada a sabiendas del contraste de imagen que estaba dando a su antiguo compañero de trabajo, pero no era eso lo que la hizo reaccionar con aquella brusquedad. Desde hacía años había adoptado una posición rival contra Tomás y su equipo en la comisaría de la ciudad. Todo había comenzado como un pique amistoso, pero el carácter competitivo de Lidia hizo que aquello derivara en algo más personal al ver la cercanía que mantenía Tomás con el comisario, el jefe de ambos en aquel entonces. El equipo de la agente Cisneros era bueno resolviendo casos, pero el de Tomás siempre había ido un paso por delante y solía llevarse más méritos que cualquier otro. Por supuesto, cuando la trasladaron el enfado hizo que se le pasara por la cabeza que Tomás hubiera tenido algo que ver a falta de otra explicación, pero lo cierto era que el agente nunca había intentado competir con ella, simplemente adoraba su trabajo y rendía como nadie logrando así ser el mejor. No obstante, su amistad con el comisario le había acarreado más de una mala mirada por parte del resto de equipos de agentes, pero su consciencia estaba tranquila sabiendo que todo estaba en orden y que sólo hacía lo que debía hacer.

- ¡Hola! – Saludó Lorena desde el otro escritorio, rompiendo con su simpatía la tensión del momento.

          Irina estrechó la carpeta azul que sostenía contra su pecho y sonrió tímidamente a la pelirroja, quien no tardó en levantarse de su silla y acercarse para darles la mano a ambos.

- ¿No está el inspector? – Preguntó Tomás portando entre sus manos la orden del comisario que les permitía investigar la denuncia de Ernesto.

- Eh... No. Suele venir más tarde. – Respondió Lorena, mirando de reojo a la agente Cisneros, quien mantuvo fija la vista en su teléfono móvil por unos instantes antes de hablar:

Mientras llueva©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora