Adonde fuera, lejos de él

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          Los siguientes días en casa del doctor fueron comparables a un infierno para su hija, y él lo sabía. Se odiaba a sí mismo por no haber visto el daño que le hacía, pensó que la ayudaba, que la protegía eliminando al "sirviente" que, para él, la acosaba. Pero ella no estaba reaccionando bien, estaba asustada, no comía nada, ni siquiera salía de la cama. Tampoco hablaba con él cuando intentaba convencerla de que le mirara a los ojos mientras se disculpaba una y otra vez, pero ella simplemente le ignoraba y sus ojos derramaban lágrimas hasta que él se iba. La relación entre ellos se había roto de una forma irreparable, y ambos lo sufrían en silencio.

          Se prometió a si mismo lo que ya se había prometido cuando vio a su hija por primera vez, que no volvería a dejar que otro impulso dominado por la locura lo sometiera. Hiciera lo que hiciera, su hija no respondía a ninguno de sus intentos por animarla y la culpa comenzaba a consumirle el alma... Pero entonces pensó en algo que pudiera ayudar. Había perdido a esperanza de recuperar la confianza de su hija, así que lo único que le quedaba era cuidar de ella desde la distancia. Veía a diario como la tristeza la devoraba, dejándola cada vez más débil y vulnerable tanto física como emocionalmente. Tal vez no le quedara mucho tiempo para actuar.

          Pasase lo que pasase, no dejaría a su hija sola en casa. No dejaría de vigilarla y controlar sus posibles cambios... le aterraba la idea de encontrarla sin vida al volver. Por eso, a base de llamadas insistentes, amenazas y propuestas que ponían sobre la mesa de negociaciones importantes cantidades de dinero, el doctor presionó todo lo que su voz y estatus social le permitió para acelerar al máximo la rehabilitación de la mansión de su hija. No podían quedarse en esa casa cuyo ambiente estaba tan sobrecargado que los asfixiaba, tenía que sacar a su hija de allí, llevarla al único sitio del exterior que parecía gustarle. Y, como siempre, estaría en las mejores condiciones posibles mientras él pudiera proporcionárselas.

          A los pocos días, el doctor recibió la llamada que tanto ansiaba recibir, la que le confirmó que, aunque aún quedaban cosas por hacer, la mansión estaba en condiciones de ser habitada. Le sorprendió y alivió a la vez saber que por fin podría probar suerte e intentar llevar a su hija hasta allí, que tal vez mejoraría su estado... el cual había empeorado demasiado, ya resultaban alarmantes las pronunciadas ojeras oscuras que hundían los ojos sin vitalidad de su hija, la extrema delgadez típica de quien no come, los pómulos demasiado macados, los labios agrietados, las uñas mordidas hasta el extremo, el pelo enredado y sin brillo... Sin embargo, tuvo que respirar hondo varias veces frente a la puerta de la habitación de su hija antes de entrar a intentar lo que parecía imposible a esas alturas.

- Mi niña... tengo una sorpresa para ti. – Dijo el doctor en el mejor tono de voz que fue capaz de producir. Ella estaba en la cama, tumbada de lado, tapada con la sábana hasta los hombros y la mirada perdida. Sus ojos comenzaron a inundarse. – Es tu mansión... he hecho que a arreglen para ti. – Comenzó a derramar lágrimas sobre la almohada sin mirarle ni contestar. – Podemos ir ya... ese sitio es mejor, a ti te gustó aun estando en malas condiciones... ¿Recuerdas...? – Pasaron unos segundos. - ¿Mi niña?

          El doctor sintió el dolor del nudo que se le comenzaba a formar en la garganta. Contempló el aspecto demacrado de su hija, estaba sufriendo por su culpa. Acercó la mano hacia la de ella, que sobresalía por la sábana y quedaba apoyada sobre la almohada. Al rozarla, ella la retiró y por fin le miró a los ojos, desbordados en lágrimas.

- Vete... - Susurró. – Él no supo que contestar, no podía dejar que su hija se consumiera en esa casa. Pero ¿llevarla forzada? Eso empeoraría las cosas... - ¡VETE! – Gritó ella lanzándole una expresión de odio que hirió al doctor como jamás había hecho nadie.

          Comenzó a sentir un calor sofocante, el temblor de las manos, ese impulso que volvía a aparecer... que volvía a extenderse por todo su cuerpo, a intentar dominarlo. Le devolvió a su hija una expresión dura, sombría... una que ella jamás había visto en él. Tan solo reconoció por su mirada al hombre que días antes dejaba huellas con sangre al pasar... otra vez, locura en sus ojos. Pero esa vez la miraba a ella... lo que hizo que la hija del doctor se quedara aún más pálida, si cabe, por el miedo y se encogiera en la cama como si intentara desaparecer de allí, esfumarse y salir del campo de visión del hombre al que antes consideraba un padre y que ahora era un asesino.

          El doctor, al contemplar a su hija presa del terror y notar que el impulso avanzaba en su intento de controlarlo de nuevo, pensó con la poca personalidad propia que le quedaba y decidió salir de allí cuanto antes, antes de cometer una locura que haría que dejara de tener su única razón para vivir.

          Salió de la habitación de su hija con los nervios a flor de piel y cerró de un portazo, como si una puerta pudiera frenarle si el impulso conseguía dominarle del todo, como si así protegiera más a su hija de sí mismo. Comenzaron a venirle ideas asesinas a la mente, ya apenas podía controlar lo que hacía. Su hija le odiaba... La hija a la que le había dado todo, a la que había protegido siempre... le despreciaba. Le echaba de su vida sin escuchar sus disculpas, sin darles valor alguno.

          Las manos le temblaban aun estando cerradas en forma de puños, todos los músculos de su cuerpo estaban tensos. Cerró los ojos apretando fuertemente la mandíbula... y al abrirlos comenzó a avanzar por el pasillo. Entonces llegó hasta la puerta cerrada de la cocina, la mayor parte de la cual estaba compuesta por vidrio, y sin pensárselo le propinó un puñetazo que la destrozó, descargando contra ella toda su rabia y tensión, hundiendo el brazo completo en el vidrio y haciendo que cayeran miles de trozos puntiagudos y afilados de vidrio al suelo. Uno de los picudos fragmentos de vidrio le hirió, clavándose, rasgándole la piel y parte del tríceps. Al instante, los cortantes restos de la puerta que se desperdigaban por el suelo comenzaron a teñirse de sangre.

          La hija del doctor escuchó el estruendo de la puerta al romperse y el tintineo de los fragmentos de ésta al caer al suelo. Se incorporó en la cama con la visión borrosa debido a las lágrimas que no paraban de resbalar por sus mejillas y trató de escuchar algo más, algo que le advirtiera dónde estaba su padre. Lo imaginó entrando en su habitación armado con un puntiagudo trozo de vidrio, dispuesto a hacer con ella lo mismo que hizo con Fred. A esas alturas se esperaba del doctor cualquier cosa, sobre todo después de advertir la mirada de loco que le había dirigido unos segundos antes. Ese no era su padre, era un asesino impredecible que podría entrar en cualquier momento en su habitación y matarla.

          Estaba aterrada, alerta, esperando escuchar cualquier sonido que le advirtiera lo que estaba pasando tras la puerta de su habitación. Pasaron dos minutos eternos, y no se escuchó absolutamente nada. Sabía que el doctor no había salido de casa, pues no se habían escuchado ni sus pasos ni la puerta de la entrada al abrirse o cerrarse. ¿Estaría esperando a que ella saliera?

          No se quitaba la mirada de su padre de la mente, esa situación la tenía sumida en el terror más absoluto. No podía quedarse allí, tenía que irse a donde fuera, lejos de él... pero para eso había que atravesar el pasillo hasta la puerta de la entrada, y el doctor podía estar esperándola en cualquier lugar de la casa.

          Finalmente, reunió las pocas fuerzas emocionales y físicas que le quedaban en su demacrado cuerpo y se levantó de la cama. Descalza, buscó algo con lo que poder defenderse, cualquier cosa... pero lo único parecido a un arma que pudo encontrar fue una figura metálica de una pantera que su padre le había regalado hacía años. Recordó haberse cortado en alguna ocasión con la punta afilada de la cola del animal, un defecto de fábrica que podía llegar a salvarle la vida. Cogió la figura de la pantera por la cabeza, dispuesta a usar la cola como puñal si llegaba a hacer falta... entonces se acercó a la puerta con cuidadoso sigilo y giró el pomo muy lentamente...

Mientras llueva©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora