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Camila C.

Mi estómago todavía seguía hecho nudos mientras me despedía de las niñas y Lauren.

—Oye, ¿segura que estás bien? —Me apretó la mano, preocupación evidente en su rostro.

—Sí. —Suspiré—. Solo desearía irme con ustedes. Estoy celosa.

—Anda. Renuncia. Decenas de pequeños Lauren's, ¿recuerdas? —Movió sus cejas hacia arriba y abajo.

—Tentador, pero no puedo. Independencia, ¿recuerdas? —Me puse de puntillas para darle un último beso—. Me tengo que ir.

Las chicas ondearon sus manos en su camino hacia la puerta. Me apoyé en la pared y las observé durante un minuto mientras pasaban por las puertas automáticas extraanchas del hospital. El sol brillaba afuera mientras sus siluetas oscuras caminaban juntas hacia el estacionamiento. Caminaron en cámara lenta, como si estuviera viendo una película. En ese momento, quise salir corriendo por la puerta tras ellas, saltar en la camioneta de Lauren, y nunca tener que volver a este maldito hospital otra vez. Mientras estábamos sentadas en la mesa, inocentemente hablando de disfraces de
Halloween, Zach caminó por el pasillo detrás de Lauren. No creo que nos viera, pero envió mis nervios en picada. Me sentí como un blanco fácil, sentada en esa maldita sala de emergencias. En cualquier momento podría venir con un paciente y yo tendría que estar cara a cara con él de nuevo. Y finalmente, me vería obligada a hablar con él. Louisa me había cuestionado el por qué no le había dicho a Lauren que lo vi, y aunque sabía que debería hacerlo, ahora no era el momento adecuado. Lauren y yo solo teníamos un par de días para estar juntas antes de que comenzara su entrenamiento, y quería disfrutar de ellas. Zach trabajando en el mismo hospital que yo, la haría sentirse protectora y nerviosa, y no quería que nuestra primera separación por la temporada de hockey empezara llena de tensión entre las dos. Mis zapatos de correr resonaban sobre el frío suelo de baldosas mientras caminaba rápidamente por el pasillo que conectaba el edificio principal con el ala de emergencias.

Estaba tan perdida en mis pensamientos sobre llegar a tiempo y la ironía de mi vida que no me di cuenta de la gran puerta de madera abriéndose hasta que Zach me agarró del brazo y me llevó adentro.

—¡Aparta tus jodidas manos de mí! —le espeté, zafando mi brazo. Me empujó hacia el armario de limpieza y cerró la puerta detrás de él, bloqueándola así no podía salir.

—¿Eran ellas? —Su rostro estaba lleno de pánico, sus ojos color marrón oscuro perforando los míos.

—¿Eran quiénes? —le respondí, irritación goteando de mis palabras.

—Ellas. En la mesa… nuestras chicas.

Mis ojos se abrieron mientras luchaba contra la tentación de lanzarme hacia adelante y estrangularlo con mis propias manos.

—Son mis hijas, no tuyas —escupí con los dientes apretados.

—Eran ellas, ¿no? —Su voz era suave.

—No, genio, estaba almorzando con algunas otras gemelas de seis años de edad, al azar. ¡Fuera de mi camino!

Cruzó los brazos sobre su pecho y se mantuvo firme.

—¿Por qué no me hablas?

—¿Por qué? —grité con incredulidad—. Puedo pensar en cinco años de razones acumuladas. ¡Ahora, muévete!

—Camila, por favor. Tengo mucho que explicar. —Dio un paso hacia mí, haciendo que me apoyase instintivamente en contra de los estantes de productos de limpieza detrás de mí—. ¿Podemos reunirnos después del trabajo hoy? ¿Solo para hablar? Te compraré una taza de café.

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