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Camila C.

—Bueno, mira lo que ha traído el gato —gruñó Alexa sarcásticamente cuando pasé a través de la puerta de entrada en The Twisted Petal. Sus brazos estaban cruzados sobre su pecho y una mirada dura estaba pegada a su cara.

—Escuché que estás enojada conmigo. —Hice un puchero, caminando y lanzando mis brazos alrededor de los hombros de mi mejor amiga.

—¿Enojada? ¿Por qué estaría enojada? —Se movió fuera de mi alcance y regresó a sujetar los apoyos en su estación de trabajo—. Porque hablé con mi querida amiga, ya sabes, la que vive a más de siete mil kilómetros de distancia, y me puso al corriente de algunos acontecimientos muy interesantes que están ocurriendo justo aquí en mi propia ciudad con mi mejor amiga y yo no tenía ni idea? ¿Por qué eso me haría enojar?

Vaya manera de guardar un secreto, Louisa.

—Lo siento, Lex. Las cosas han estado tan agitadas entre mis turnos en el hospital,
asegurándome de pasar suficiente tiempo con las chicas y mi relación con Lauren, la que
parece ser principalmente una relación de mensajes de texto ahora que su temporada se
está volviendo más ocupada… —Suspiré y me dejé caer en una silla en un rincón de su tienda—. Simplemente no hay suficientes horas en el día.

Su rostro se suavizó e incluso dejó que una pequeña sonrisa apareciera en sus labios.

—Te entiendo. No sé cómo lo haces todo, chica. Ahora, ¿qué está pasando con Zach? Realmente no puedo creer que no me dijeras. ¿Qué dijo Lauren? ¿Cómo es que ella no está en prisión todavía por matarlo?

—No lo sabe.

Su cabeza voló hacia arriba y su boca se abrió.

—¿Qué?

Mi cabeza cayó en mis manos.

—Lo sé, lo sé.

—¿En qué demonios estás pensando? ¿Por qué no le has dicho?

—No lo sé. Es solo que está metida en tantas cosas que le están pasando en este momento con el inicio de la temporada de hockey. También está muy estresada porque este año su contrato acaba. —Me mordí la esquina del labio, preguntándome si trataba de convencerme a mí misma de creer lo que decía—. Solo no quiero poner más en su plato, ¿sabes?

Alexa me miró con escepticismo.

—Mmm-hmm. Entonces, ¿qué dijo el imbécil? ¿Dónde ha estado todos estos años?

—Bueno, fue una historia interminable, pero en el fondo, él estuvo luchando contra algunos demonios bastante grandes. Mucho más grandes que cualquier cosa que pude haber pensado.

Cada vez que recordaba la conversación que Zach y yo tuvimos en esa cafetería, la forma en que su barbilla temblaba, el sincero pesar en su voz cuando abrió su corazón, no podía evitar sentirme mal por él.

—Oh Dios mío. Vas a dejarlo regresar, ¿no?

—¿Regresar a dónde? —le espeté a la defensiva.

—¡A cualquier lugar!

—No lo sé. Él no ha visto a las niñas todavía, pero creo que lo voy a dejar… eventualmente.

No me dijo nada mientras dejaba caer dramáticamente sus tijeras de cortar en el
mostrador y se giró para lavarse las manos en el fregadero.

—Sé que no estás de acuerdo —me defendí—, pero es mi decisión, y él es técnicamente su papá.

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