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Lauren J.

—Oh Dios mío. —Reí mientras abría la puerta de madera del taller de mi padre y echaba un vistazo a Lucy y Piper. Tenían puestos unos pares limpios de gafas de seguridad y sus pequeños bracitos se deslizaban hacia atrás y hacia adelante tan rápido como podían, lijando el banco de la mesa de picnic que mi padre había terminado de construir.

—¿Qué? —Sostuvo sus manos hacia arriba, de forma defensiva—. Querían ayudar.

—Hay leyes laborales para los niños que están en contra de este tipo de cosas, papá —me burlé.

Camila se acercó hasta nosotros y saludó a mi padre.

—Hola, Sr. Jauregui. Es bueno verlo de nuevo.

—No, no. Nada de eso. Llámame Bob, por favor. —Se agachó y le dio un rápido abrazo—. También es bueno verte de nuevo. Y en mucho mejores términos esta vez.

—Absolutamente. —Camila suspiró. Se dirigió detrás de las niñas y les echó un vistazo para tener una mejor visión de lo que hacían—. ¿Están comportándose?

—¡Mamá! ¡Aléjate! —Lucy empujó el estómago de Camila hacia atrás gentilmente—. El Sr. Bob dijo que no se puede estar aquí sin protección. Necesitas gafas. —Con eso, caminó hacia una gran cubeta cerca de la puerta y tomó dos pares de gafas limpias.

Le entregó a Camila un par y a mí el otro. Me eché a reír y observé a Camila deslizar las patillas de las gafas sobre sus orejas y mirarme, pestañeando rápidamente. Camila hacía que todo pareciera sexy.

Nota mental: Tomar un par de gafas antes de irnos.

Tal vez más tarde podamos jugar a que ella es una solitaria ama de casa que conoce a una caliente carpintera.

—Tú también, Lauren. —Lucy puso sus brazos sobre su pecho y golpeó el piso con su pie impaciente.

—Sí, señora. —Seguí las instrucciones de la pequeña sargento y me puse inmediatamente mis gafas.

—Esto es realmente genial. —Camila observó el banco de cerca—. Me encanta la veta de la madera.

—Tuvimos que cortar un puñado de árboles viejos que estaban alrededor de la propiedad el año pasado y no quería se desperdiciara. Ya he hecho algunos para la gente local. Simplemente voy a seguir haciéndolos. —Se encogió de hombros.

Camila estudió su rostro con una dulce sonrisa. Era muy probable que estuviera confundida por mi padre. Era el sureño más norteño que hayas conocido. Vivir la vida de una manera simple era todo lo que realmente le preocupaba. Nunca estuvo inmerso en la parte famosa de mi vida. Mamá se emocionaba con la oportunidad de caminar en una alfombra roja conmigo o ir a un evento benéfico donde probablemente se codearía con otras celebridades. Papá prefería tomar directamente una entrada trasera y evitar estar en el centro de atención por completo. Cuando era niña, no era el tipo de padre que saltaba de arriba hacia abajo en las gradas gritándonos a mí, a los réferis o a los entrenadores. A los juegos que pudo ir, solo se sentó y me animó silenciosamente. Yo definitivamente tenía el ruidoso y juguetón espíritu de mi madre.

—Oigan, niñas ¿Quieren ir a una rápida caminata? Traje pan; podemos alimentar a los patos.

—Queremos quedarnos —gimoteó Piper.

Camila sacudió su cabeza.

—No, no. Vamos. Podemos volver más tarde.

—Por mí está bien si quieren quedarse ―murmuró papá con un lápiz apretado entre
sus dientes, tratando de medir una base de dos por cuatro.

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