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Lauren J.

—¿Qué carajos? —Vero patinó hacia mí mientras las chicas con camisetas de color vino de Colorado Avalanche se agrupaban todas, chocándolas y celebrando su gol contra mí.

Sin hacer contacto visual con ella, levanté mi casco y lo apoyé en la parte superior de mi cabeza. Los fanáticos de Colorado aplaudieron y golpearon el cristal, algunos de ellos incluso sacándome el dedo medio mientras colocaba mi palo en la red. Me costó hasta la última gota de fuerza dentro de mí no regresarles la señal. Mis ojos moviéndose en cámara lenta hacia el entrenador Collins, quien se paseaba por el banco con sus brazos cruzados sobre el pecho de su baratísimo traje, mirándome fijamente.

Tranquilízate, Collins. Es un maldito gol.

—Estás jugando como una mierda esta noche. Junta tu mierda —me gruñó Vero cuando se dio cuenta que no iba a responderle.

Ahora también quería enseñarle el dedo medio. Tomé un trago de mi botella de Gatorade y me puse otra vez mi casco. Cuatro veces más las jugadoras de Avalanche se amontonaron y se felicitaron una a las otras. Cuatro veces más Collins me miró fijamente. Después del partido, agaché mi cabeza y traté de ignorar a los fanáticos burlándose mientras patinaba para salir del hielo.

—¡Jódete, Jauregui!

—¡No te ves como la Jugadora Más Valiosa para mí!

Perdimos 5 a 2 y fue mi culpa. Entiendo todo la mierda de: “Gana como un equipo, pierde como un equipo”, pero esto fue toda mi culpa. Era mi trabajo bloquear ese pequeño disco negro de pasar la línea y sonar la alarma, pero fallé esta noche.

Cinco veces fallé.

Odiaba esa maldita alarma, sobre todo cuando se trataba de mi portería. Esa luz roja girando y esa irritante bocina señalaban un fracaso para mí. Lo escuché más veces esta noche que todos los otros partidos de esta temporada juntos.

Gran cosa.

Era un partido.

Un partido que, al final de la temporada, no importaría.

Estoy mintiendo.

Este partido si importaba. Todos importaban. Más veces de las que podía contar, un equipo perdió un lugar en las semifinales por un partido. A veces un maldito gol en toda la temporada hacía la diferencia entre estar en el hielo en las semifinales y sentarse en casa y verlos por televisión. Cuando llegué a los vestuarios, Collins ya estaba allí, parado a lado de mi casillero.

—¿Estás bien? —murmuró mientras me acercaba.

—Estoy bien —mentí, no queriendo decirle a mi entrenador que mi mundo había colapsado en más de una sola forma en los últimos días.

Asintió y escaneó el vestuario atascado.

—¿Solo una noche de descanso o qué?

—Sí —respondí, mirándolo a los ojos—. Tuve una mala noche. Lo siento.

—¿Quieres dar entrevistas?

—No. No esta noche.

Me dio una palmadita en el hombro y se fue.
La última cosa que necesitaba era un montón de despiadados reporteros deportivos haciéndome las mismas preguntas una y otra vez, queriendo saber por qué me había fallado tantos tiros. ¿Quién demonios incluso sabía la respuesta a eso? Saqué mi camiseta por encima de mi cabeza y comencé el proceso de quitarme mis
protecciones. Louie me miró por el rabillo de su ojo antes prender la televisión en el vestuario y cambió el canal a la entrevista después del partido. No era ningún secreto que esta noche había jugado mal. Tampoco no era ningún secreto que estaba encabronada conmigo misma por eso. Normalmente, yo era la bromista después de los partidos, pero esta noche, no quería hablar con nadie más. Bueno, excepto por una persona, pero aún no estaba lista para hablar con ella. Me senté en el banco y suspiré, inclinándome hacia adelante sobre mis codos y descansando mi cabeza en mis manos. Ya era lo suficientemente malo poder oír la
entrevista; tampoco quería verla. Los reporteros empezaron a hacer preguntas sobre mí de inmediato.

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