xx

608 103 9
                                    

    Llevaba un andrajoso impermeable negro sobre el uniforme de Westover Hall, también manchado y desgarrado. El pelo, antes al cero, le había crecido y se le veía erizado y grasiento. Tampoco se había afeitado últimamente y empezaba a asomarle una barba de brillos plateados. En resumen, no tenía mucho mejor aspecto que los tipos del comedor de beneficencia.

—Hace ya mucho tiempo, los dioses me desterraron en Persia —prosiguió la mantícora—. Me vi obligado a buscarme el sustento en los confines del mundo; tuve
que ocultarme en los bosques y alimentarme de insignificantes granjeros. Nunca pude
combatir con un héroe. ¡Mi nombre no era temido ni admirado en las antiguas historias! Pero todo eso va a cambiar. ¡Los titanes me honrarán y yo me daré un banquete con carne de mestizo!

Tenía dos guardias a cada lado armados hasta los dientes. Eran algunos de los
mercenarios mortales que había visto en Washington. Dos más se habían apostado en el siguiente embarcadero, por si tratábamos de escapar. Había turistas por todas partes, caminando junto a la orilla o haciendo compras en las tiendas del muelle,
aunque yo sabía que eso no frenaría a la mantícora.

—¿Y los esqueletos? —le preguntó Percy.

Él sonrió, desdeñoso.

—¡No necesito a esas estúpidas criaturas de ultratumba! ¿El General me había tomado por un inútil? ¡A ver qué dice cuando sepa que te he derrotado por mi cuenta!

—Ya te derrotamos una vez —habló Percy.

—¡Ja! Apenas tuvisteis que combatir, con una diosa a vuestro lado. Pero, ay... esa diosa está muy ocupada en este momento. Ahora no contáis con ayuda.

Zoë sacó una flecha y le apuntó directamente a la cabeza. Los guardias que lo flanqueaban alzaron sus pistolas.

—¡Esperate! —la detuve—. ¡Ni se te ocurra!

La mantícora sonrió.

—La chica tiene razón, Zoë Belladona. Guárdate ese arco. Sería una lástima matarte antes de que puedas presenciar la gran victoria de tu amiga Thalia.

—¿De qué hablas? —gruñó Thalia, con el escudo y la lanza preparados.

—Está bien claro —dijo la mantícora—. Éste es tu momento. Para eso te devolvió a la vida el señor Cronos. Tú sacrificarás al taurofidio. Tú llevarás sus entrañas al fuego sagrado de la montaña y obtendrás un poder ilimitado. Y en tu decimosexto cumpleaños derribarás al Olimpo.

Nos quedamos todos mudos. Era tremendamente lógico. Sólo faltaban dos días para que Thalia cumpliera los dieciséis. Ella era hija de uno de los Tres Grandes. Y
ahora tenía ante sí una elección: una terrible elección que podía implicar el fin de los dioses, del Olimpo y de la civilización occidental.

Aguardé a que Thalia le plantase cara a la mantícora, pero ella titubeó. Parecía
estupefacta.

—Tú sabes que ésa es la opción correcta —continuó él—. Tu amigo Luke así lo entendió. Ahora volverás a reunirte con él. Juntos gobernaréis el mundo bajo los auspicios de los titanes. Tu padre te abandonó, Thalia. El no se preocupa por ti. Y ahora lo superarás en poder. Aplasta a los olímpicos, tal como se merecen. ¡Convoca a la bestia! Ella acudirá a ti. Y usa tu lanza.

—Thalia —dijo Percy—, ¡despierta!

Ella me miró tal como me había mirado la mañana en que despertó en la Colina
Mestiza, aturdida y vacilante. Era casi como si no me reconociera.

—Yo... no...

—Tu padre te ayudó —le dije—. Envió a los ángeles de metal. Te convirtió en un
árbol para preservarte.

Su mano asió con fuerza la lanza.

—¡Detenedlo! —ordenó la mantícora.

Los guardias seguían apuntando a Zoë y, antes de que entendieran que el tipo de
las flautas era un problema más acuciante, empezaron a brotar ramas de las planchas
de madera del muelle y se les enredaron en las piernas. Zoë lanzó un par de flechas
que explotaron a sus pies y levantaron un sulfuroso humo amarillento. ¡Flechas
pestilentes!

Los guardias se pusieron a toser como locos. La mantícora disparaba espinas pero logré evitar algunas cuantas gracias a Percy.

Apreté mi anillo, se alargó, se convirtió en mi amada espada y me preparé para lanzarme a la carga en cualquier momento.

La gente chilló al ver a los guardias disparando al aire. Miré a Percy y supe que ambos pensábamos lo mismo

—Ve a por Thalia —ordené, el asintió y procedimos a correr en direcciones contrarias. Corrí escaleras arriba con tres guardias persiguiendome.

 Corrí escaleras arriba con tres guardias persiguiendome

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

   —Nunca llegaremos —protestó Zoë—. Vamos demasiado despacio. Pero tampoco
podemos dejar al taurofidio.

—Muuuuu —dijo Bessie, que iba nadando a nuestro lado mientras caminábamos junto a la orilla. Habíamos dejado muy atrás el centro comercial y nos dirigíamos al Golden Gate, pero estaba mucho más lejos de lo que parecía. El sol descendía ya hacia el oeste.

—No lo entiendo —dije—. ¿Por qué tenemos que llegar a la puesta de sol?

—Las hespérides son las ninfas del crepúsculo —repuso Zoë—. Sólo podemos
entrar en su jardín cuando el día da paso a la noche.

—¿Y si no llegamos?

—Mañana es el solsticio de invierno. Si no llegamos hoy a la puesta de sol,
habremos de esperar hasta mañana por la tarde. Y entonces la Asamblea de los
Dioses habrá concluido. Tenemos que liberar a Artemisa esta noche.

—Necesitamos un coche —dijo Thalia.

—¿Y Bessie? —pregunté.

Grover se detuvo en seco.

—¡Tengo una idea! El taurofidio puede nadar en aguas de todo tipo, ¿no?

—Bueno, sí —dijo Percy—. Estaba en Long Island Sound. Y de repente apareció en el
lago de la presa Hoover. Y ahora aquí.

—Entonces podríamos convencerlo para que regrese a Long Island Sound — prosiguió Grover—. Quirón tal vez nos echaría una mano y lo trasladaría al Olimpo.

—Pero Bessie me estaba siguiendo a mí —dijo Percy—. Si yo no estoy en Long Island,
¿crees que sabrá encontrar el camino?

—Muuu —mugió Bessie con tono desamparado.

—Yo puedo mostrarle el camino —se ofreció Grover—. Iré con él.

Lo miré fijamente. Grover no era lo que se dice un fanático del agua. El verano anterior no se había ahogado por los pelos en el Mar de los Monstruos. No podía nadar bien con sus pezuñas de cabra.

—Soy el único capaz de hablar con él —continuó Grover—. Es lo lógico.
Se agachó y le dijo algo al oído a Bessie, que se estremeció y soltó un mugido de
satisfacción.

²RADIOACTIVE (HP&PJO)✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora