iii.

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        A la mañana siguiente la tormenta se había ido a otra parte, aunque el techo del Gran Comedor seguía teniendo un aspecto muy triste

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        A la mañana siguiente la tormenta se había ido a otra parte, aunque el techo del Gran Comedor seguía teniendo un aspecto muy triste. Durante el desayuno, unas nubes
enormes del color gris del peltre se arremolinaban sobre las cabezas de los alumnos.

Examiné mi nuevo horario con molestia, dos horas de Adivinación esa misma tarde.

—Ugh —me quejé —Aftó to skatá tha me skotósei.

Blaise se tensó, cómo si acabara de oírme bien y hubiera reparado en que mis palabras no eran inglés.

—¿Hablas griego antiguo? —Lo miré por el rabillo del ojo y alcé las cejas, la gente que no sabe que es griego antiguo suele confundirlo con griego moderno, pero él lo había calado inmediatamente.

—No —mentí —Es griego moderno normal.

Supongo que se la tragó, pero no se vió muy seguro de eso.

Cuando sonó la campana para anunciar el comienzo de las clases de la tarde, Blaise y yo nos encaminamos hacia la torre norte, en la que, al final de una estrecha escalera de
caracol, una escala plateada ascendía hasta una trampilla circular que había en el techo,
por la que se entraba en el aula donde vivía la profesora Trelawney.

Al acercarse a la trampilla recibieron el impacto de un familiar perfume dulzón que
emanaba de la hoguera de la chimenea. Como siempre, todas las cortinas estaban corridas. El aula, de forma circular, se hallaba bañada en una luz tenue y rojiza que provenía de numerosas lámparas tapadas con bufandas y pañoletas. Blaise y yo caminamos entre los sillones tapizados con tela de colores, ya ocupados, y los cojines que abarrotaban la habitación, y se sentaron a la misma mesa camilla.

—Buenos días —dijo la tenue voz de la profesora Trelawney justo a mi espalda, haciéndome dar un respingo.

Era una mujer sumamente delgada, con unas gafas enormes que hacían parecer sus ojos excesivamente grandes para la cara, y me miraba con la misma trágica expresión que adoptaba cada vez que lo veía. La acostumbrada abundancia de abalorios,
cadenas y pulseras brillaba sobre su persona a la luz de la hoguera.

—Estás preocupada, querida mía —me dijo en tono lúgubre—. Mi ojo interior puede ver por detrás de tu valeroso rostro la atribulada alma que habita dentro. Y lamento decirte que tus preocupaciones no carecen de motivo. Veo ante ti tiempos difíciles... muy difíciles... Presiento que eso que temes realmente ocurrirá... y quizá antes de lo que crees...

La voz se convirtió en un susurro.,

—Queridos míos, ha llegado la hora de mirar las estrellas —dijo—: los movimientos de los planetas y los misteriosos prodigios que revelan tan sólo a aquellos capaces de comprender los pasos de su danza celestial. El destino humano puede descifrarse en los rayos planetarios, que se entrecruzan...

Pero mis pensamientos se habían lanzado a vagar.

«Presiento que eso que temes realmente ocurrirá...»

—¡Arlette! —Susurró Blaise con insistencia.

—¿Qué?

Miré a mi alrededor. Toda la clase se estaba fijando en mi. Se senté más tiesa. Había estado a punto de dormirme, entre el calor y mis pensamientos.

—Estaba diciendo, querida mía, que tú naciste claramente bajo la torva influencia de Saturno —dijo la profesora Trelawney con una leve nota de resentimiento en la voz
ante el hecho de que no hubiera estado pendiente de sus palabras.

—Perdón, ¿nací bajo qué? —preguntó Harry.

—Saturno, querido mío, ¡el planeta Saturno! —repitió la profesora Trelawney, decididamente irritada porque no parecía impresionada por esta noticia—. Estaba
diciendo que Saturno se hallaba seguramente en posición dominante en el momento de
tu nacimiento: tu pelo oscuro, tu estatura exigua, las trágicas pérdidas que sufriste tan
temprano en la vida... Creo que no me equivoco al pensar, querido mío, que naciste
justo a mitad del invierno, ¿no es así?

—No —contesté—. Nací en julio.

Ron Weasley se apresuró a convertir su risa en una áspera tos. Media hora después la profesora Trelawney le dio a cada alumno un complicado mapa circular, con el que intentaron averiguar la posición de cada uno de los planetas en el momento de su nacimiento. Era un trabajo pesado, que requería mucha consulta de tablas horarias y cálculo de ángulos.

—A mí me salen dos Neptunos —dije después de un rato, observando con el entrecejo fruncido su trozo de pergamino—. No puede estar bien, ¿verdad?

—Aaaaaah —dijo Ron Weasley, imitando el tenue tono de la profesora Trelawney—, cuando aparecen en el cielo dos Neptunos es un indicio infalible de que va a nacer una enana con gafas, Arlette...

No pude evitar reír, lo siento.

Seamus y Dean, que trabajaban cerca de ellos, se rieron con fuerza, aunque no lo
bastante para amortiguar los emocionados chillidos de Lavender Brown.

—¡Profesora, mire! ¡He encontrado un planeta desconocido!, ¿qué es, profesora?

—Es Urano, querida mía —le dijo la profesora Trelawney mirando el mapa.

—¿Puedo echarle yo también un vistazo a tu Urano, Lavender? —preguntó Ron  Weasley
con sorna.

Desgraciadamente, la profesora Trelawney lo oyó, y seguramente fue ése el motivo de que les pusiera tanto trabajo al final de la clase.

—Un análisis detallado de la manera en que os afectarán los movimientos
planetarios durante el próximo mes, con referencias a vuestro mapa personal —dijo en un tono duro que recordaba más al de la profesora McGonagall que al suyo propio—.
¡Quiero que me lo entreguéis el próximo lunes, y no admito excusas!






***









  —Algo fatídico me ocurrirá —inventé, escribiendo en el pergamino —Algo que hará que casi muera, algo que hará que todos me odien.

Blaise rió antes mis ocurrencias.

—Y también alguien me va a declarar su amor —continué inventando —Si, eso, y tú te romperás un pie tras ser empujado por las escaleras.

Blaise no pudo evitar ser invadido por las carcajadas, se dejó caer sobre su cama, riendo.

—Vale, entonces tú... Eh —pareció pensar —Dime algo, señorita auguriosa.

—Uhm —me rasqué la nariz en busca de imaginación —¡Uh, tu madre se va a casar con su nuevo novio!

—¡Su sexto marido! —me rió la gracia Blaise.

—Y morirá también, de un infarto, si, eso —continué dándole ideas, el anotaba a toda velocidad.

²RADIOACTIVE (HP&PJO)✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora