epílogo

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         Cedric nunca había visto morir a una persona, pero cuando vio a Arlette Potter morir frente a sus ojos no dudó en arrastrar su cuerpo hacia él y agarra la copa.

Fueron milisegundos.

Cedric cayó de bruces, y el olor del césped le penetró por la nariz. Había cerrado los ojos mientras el traslador lo transportaba, y seguía sin abrirlos. No se movió. Parecía que le hubieran cortado el aire. La cabeza le daba vueltas sin parar, y se sentía como si el suelo en que yacía fuera la cubierta de un barco. Para sujetarse, se aferró con más fuerza a las dos cosas que estaba agarrando: la fría y bruñida asa de la Copa de los tres magos, y el cuerpo de Arlette. Tenía la impresión de que si los soltaba se hundiría en las tinieblas que envolvían su cerebro. El horror sufrido y el
agotamiento lo mantenían pegado al suelo, respirando el olor del césped, aguardando
a que alguien hiciera algo... a que algo sucediera...

—¡Cedric!

Abrió los ojos.

Miraba al cielo estrellado, y Albus Dumbledore se encontraba a su lado, agachado. Los rodeaban las sombras oscuras de una densa multitud de personas que se empujaban en el intento de acercarse más. Cedric notó que el suelo, bajo su cabeza, retumbaba con los pasos.

Había regresado al borde del laberinto. Podía ver las gradas que se elevaban por encima de él, las formas de la gente que se movía por ellas, y las estrellas en lo alto.

Cedric soltó la Copa, pero agarró a arlettey aún con más fuerza. Levantó la mano
que le quedaba libre y cogió la muñeca de Dumbledore, cuyo rostro se desenfocaba
por momentos.

—Ha retornado —susurró Cedric—. Ha retornado. Voldemort.

—¿Qué ocurre? ¿Qué ha sucedido?

De la nada, el cuerpo de Arlette comenzó a toser, cerraba los ojos fuertemente y se llevaba una mano al pecho intentando mantener la respiración. De repente, abrió los ojos.

No estaba muerta.

Dumbledore se inclinó y, con extraordinaria fuerza para tratarse de un hombre tan
viejo y delgado, levantó a Arlette del suelo y la puso en pie. Arlette se tambaleó. Le iba
a estallar la cabeza. La pierna herida no soportaría más tiempo el peso de su cuerpo.

Alrededor de ellos, la multitud daba empujones, intentando acercarse, apretando
contra ella sus oscuras siluetas.

Había chicas que gritaban y lloraban histéricas. La escena vaciló ante los ojos de
Harry...

—Ya ha pasado, hija, vamos... Te llevaré a la enfermería.

—Dumbledore me dijo que me quedara —objetó Arlette. La cicatriz de la frente la hacía sentirse a punto de vomitar. Las imágenes se le emborronaban aún más que antes.

Por primera vez en toda su vida, confió en Dumbledore cuando le dijo que se quedara allí.

—Tienes que acostarte. Vamos, ven...

Y alguien más alto y más fuerte que Arlette empezó a llevarlo, tirando de ella por
entre la aterrorizada multitud. Arlette oía chillidos y gritos ahogados mientras el
hombre se abría camino por entre ellos, llevándolo al castillo. Cruzaron la explanada
y dejaron atrás el lago con el barco de Durmstrang. Arlette ya no oía más que la
pesada respiración del hombre que lo ayudaba a caminar.

—¿Qué ha ocurrido, Arlette? —le preguntó el hombre al fin, ayudándolo a subir la
pequeña escalinata de piedra.

Bum, bum, bum. Era Ojoloco Moody.

—La Copa era un traslador —explicó, mientras atravesaban el vestíbulo—. Nos
dejó en un cementerio... y Voldemort estaba allí... lord Voldemort.

²RADIOACTIVE (HP&PJO)✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora