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 El banquete de Halloween les pareció mucho más largo de lo habitual

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El banquete de Halloween les pareció mucho más largo de lo habitual. Quizá porque era mi segundo banquete en dos días,
no disfruté la insólita comida tanto como la habría disfrutado cualquier otro día. Como todos cuantos se encontraban en el Gran Comedor —a juzgar por los cuellos que se giraban continuamente, las expresiones
de impaciencia, las piernas que se movían nerviosas y la gente que se levantaba para ver si Dumbledore ya había terminado de comer—, sólo deseaba que la cena
terminara y anunciaran quiénes habían quedado seleccionados como campeones.

Por fin, los platos de oro volvieron a su original estado inmaculado. Se produjo cierto alboroto en el salón, que se cortó casi instantáneamente cuando Dumbledore se
puso en pie. Junto a él, el profesor Karkarov y Madame Maxime parecían tan tensos y expectantes como los demás. Ludo Bagman sonreía y guiñaba el ojo a varios estudiantes. El señor Crouch, en cambio, no parecía nada interesado, sino más bien aburrido.

—Bien, el cáliz está casi preparado para tomar una decisión —anunció Dumbledore—. Según me parece, falta tan sólo un minuto. Cuando pronuncie el nombre de un campeón, le ruego que venga a esta parte del Gran Comedor, pase por la mesa de los profesores y entre en la sala de al lado —indicó la puerta que había detrás de su mesa—, donde recibirá las primeras instrucciones.

Sacó la varita y ejecutó con ella un amplio movimiento en el aire. De inmediato se
apagaron todas las velas salvo las que estaban dentro de las calabazas con forma de cara, y la estancia quedó casi a oscuras. No había nada en el Gran Comedor que brillara tanto como el cáliz de fuego, y el fulgor de las chispas y la blancura azulada de las llamas casi hacia daño a los ojos. Todo el mundo miraba, expectante. Algunos
consultaban los relojes.

—De un instante a otro —susurró un chico de séptimo año dos asientos más lejos de mí.

De pronto, las llamas del cáliz se volvieron rojas, y empezaron a salir chispas. A continuación, brotó en el aire una lengua de fuego y arrojó un trozo carbonizado de
pergamino. La sala entera ahogó un grito.

Dumbledore cogió el trozo de pergamino y lo alejó tanto como le daba el brazo para poder leerlo a la luz de las llamas, que habían vuelto a adquirir un color blanco azulado.

—El campeón de Durmstrang —leyó con voz alta y clara— será Viktor Krum.

El Gran Comedor estalló en aplausos, la cara de superioridad de Viktor era enorme. Podía sentir la preocupación, la sorpresa y la felicidad dentro de él, bajo esa máscara de superioridad.

Krum se levantó de la mesa de Slytherin y
caminar hacia Dumbledore. Se volvió a la derecha, recorrió la mesa de los profesores y
desapareció por la puerta hacia la sala contigua.

—¡Bravo, Viktor! —bramó Karkarov, tan fuerte que todo el mundo lo oyó incluso por encima de los aplausos—. ¡Sabía que serías tú!

Se apagaron los aplausos y los comentarios.

La atención de todo el mundo volvía a
recaer sobre el cáliz, cuyo fuego tardó unos pocos segundos en volverse nuevamente
rojo. Las llamas arrojaron un segundo trozo de pergamino.

—La campeona de Beauxbatons —dijo Dumbledore—es ¡Fleur Delacour!

Una chica que parecía una veela se puso en pie elegantemente, sacudió la cabeza para retirarse hacia atrás la amplia cortina de pelo plateado, y caminó por entre las mesas de Hufflepuff y Ravenclaw.

—¡Mirad qué decepcionados están todos! —dijo Blaise elevando la voz por encima del alboroto, y señalando con la cabeza al resto de los alumnos de Beauxbatons.

«Decepcionados» era decir muy poco, pensé. Dos de las chicas que no habían resultado elegidas habían roto a llorar, y sollozaban con la cabeza escondida entre los brazos.

Cuando Fleur Delacour hubo desaparecido también por la puerta, volvió a hacerse el silencio, pero esta vez era un silencio tan tenso y lleno de emoción, que casi se
palpaba. El siguiente sería el campeón de Hogwarts...

Y el cáliz de fuego volvió a tornarse rojo; saltaron chispas, la lengua de fuego se
alzó, y de su punta Dumbledore retiró un nuevo pedazo de pergamino.

—El campeón de Hogwarts —anunció— es ¡Cedric Diggory!

—¡No! —dijo Draco Malfoy en voz alta, pero sólo lo oí: el jaleo proveniente de la mesa de al lado era demasiado estruendoso. Todos y cada uno de los alumnos de Hufflepuff se habían puesto de repente de pie, gritando y pataleando, mientras Cedric se abría camino entre ellos, con una amplia sonrisa, y marchaba hacia la sala que había tras la mesa de los profesores. Naturalmente, los aplausos dedicados a Cedric se prolongaron
tanto que Dumbledore tuvo que esperar un buen rato para poder volver a dirigirse a la
concurrencia.

—¡Estupendo! —dijo Dumbledore en voz alta y muy contento cuando se apagaron los últimos aplausos—. Bueno, ya tenemos a nuestros tres campeones. Estoy seguro de
que puedo confiar en que todos vosotros, incluyendo a los alumnos de Durmstrang y
Beauxbatons, daréis a vuestros respectivos campeones todo el apoyo que podáis. Al
animarlos, todos vosotros contribuiréis de forma muy significativa a...

Pero Dumbledore se calló de repente, y fue evidente para todo el mundo por qué se
había interrumpido.

El fuego del cáliz había vuelto a ponerse de color rojo. Otra vez lanzaba chispas.
Una larga lengua de fuego se elevó de repente en el aire y arrojó otro trozo de
pergamino.

Dumbledore alargó la mano y lo cogió. Lo extendió y miró el nombre que había escrito en él. Hubo una larga pausa, durante la cual Dumbledore contempló el trozo de pergamino que tenía en las manos, mientras el resto de la sala lo observaba. Me concentré lo suficiente en Dumbledore para leerlo los sentimientos a Dumbledore y la impotencia, la sorpresa y la preocupación no me dejaban nada bueno a suponer. Finalmente, Dumbledore se aclaró la garganta y leyó en voz alta:

—Arlette Potter.

Permanecí sentada, consciente de que todos cuantos estaban en el Gran Comedor me miraban. Se sentía aturdido, atontado. Debía de estar soñando. O no había oído bien.

Nadie aplaudía. Un zumbido como de abejas enfurecidas comenzaba a llenar el salón. Algunos alumnos se levantaban para verme mejor, seguía inmóvil, sentada en su sitio.

En la mesa de los profesores, la profesora McGonagall se levantó y se acercó a Dumbledore, con el que cuchicheó impetuosamente. El profesor Dumbledore inclinaba hacia ella la cabeza, frunciendo un poco el entrecejo.

Me volteé para mirar a Blaise, pero parecía demasiado conmocionado como para articular alguna palabra. Un poco más allá, todos los alumnos sentados en la mesa de Slytherin estaban bastante conmocionados y me miraban con sorpresa.

—Yo no puse mi nombre —dije, totalmente confusa—. Tú lo sabes.

Uno y otro le devolvieron la misma mirada de aturdimiento.

En la mesa de los profesores, Dumbledore se irguió e hizo un gesto afirmativo a la profesora McGonagall.

—¡Arlette Potter! —llamó—. ¡Arlette! ¡Levántate y ven aquí, por favor!

²RADIOACTIVE (HP&PJO)✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora