Capítulo 1

404 15 0
                                    

James Rush se abrigó más y bajó el
Stetson, mientras salía. Bajó por el
sinuoso pavimento hasta el buzón, con el
rostro entumecido por el áspero viento. El
invierno acababa de comenzar y él ya
estaba inquieto. La casa estaba
silenciosa, alojando solo a él y a sus dos
hermanos, hasta la próxima temporada
de caza, cuando se llenaría de clientes.
Durante diez años, guió a los cazadores a
través de las montañas. Pero ahora se
sentía nervioso. Insatisfecho.
Abrió el buzón y agarró los sobres. Se
volvía a la casa, hojeando sin interés los
sobres, cuando le llamó la atención un
destello de color. Él parpadeó, volviendo a
mirar. Allí, en la zanja, mitad cubierta por
la nieve, había una persona. Dejando caer
los sobres, se fue corriendo hacía ella y
se arrodilló en la nieve. Atemorizado de lo
que encontraría, agarró un pequeño
hombro y le dio la vuelta.
Sorprendentemente, era una mujer. Una
hermosa mujer. Le buscó el pulso,
aguantando la respiración hasta que
sintió un débil temblor en el cuello. Le
quitó la nieve de la cara y acarició su
rubio pelo. ¿Cómo había llegado aquí?
La cogió en los brazos, se levantó y
caminó hacía la casa. Miró su pálido
rostro, sintiendo una punzada en la ingle.
Le recorrió un escalofrío y se vio invadido
por emociones desconocidas. Ira,
posesividad, preocupación, pura y simple
lujuria.
Su verga se estaba hinchando y los
vaqueros le quedaban cada vez más
apretados. Fue conmocionado por el
descubrimiento de que era ella, su mujer.
Él nunca había reaccionado tan
fuertemente a una mujer, y ciertamente
no a una a la que no conocía, pero daba
igual; sus hermanos podrían no sentir lo
mismo.
De todos modos, no la podía dejar
congelarse hasta morir. No pensaría en
sus hermanos, hasta estar seguro de que
no moriría.
Cuando entró en la casa, Logan levantó
la cabeza del sofá, en donde estaba
leyendo. Dejó caer el libro cuando vio la
mujer de los brazos de James.
— ¿Qué demonios está pasando?
—exigió, levantándose.
—La encontré fuera, en la zanja
—murmuró James, examinado a su
hermano, para ver su reacción.
Logan acortó la distancia que había entre
ellos y miró a la mujer.
— ¿Está viva?
— ¿Qué está pasando? —indagó Carlos,
cuando entró en el salón. Su expresión
era impenetrable, una mirada que había
llegado a ser su segunda naturaleza,
desde que salió del ejército. Por la
primera vez en mucho tiempo, James
sintió esperanza. Daría cualquier cosa
para poder sacar a Carlos de su infierno
personal, en el que vivía. Si ella fuera la
mujer...
James volvió su atención a la mujer de
sus brazos.
—Necesito calentarla. Ve a preparar un
baño caliente mientras yo le quito esta
ropa mojada —le pidió a Carlos. Logan
levantó una ceja.
— ¿Vas desnudarla aquí?
James se encogió los hombros.
—Dudo que la modestia sea importante,
cuando te estás muriendo de frío.
Los ojos de Logan se apenaron y se
acercó más a la mujer. La estudió y le
acarició la mejilla.
—Es bonita —dijo él en voz brusca.
Cuando miró a James, sus ojos brillaban
por múltiples emociones: deseo, ternura y
posesividad. James sintió triunfo. ¡Logan
sentía lo mismo!
— ¿Qué están haciendo? —preguntó
Carlos cuándo volvió a la habitación.
— ¿El baño está preparado? —inquirió
James.
Carlos asintió y James pasó rápidamente
por al lado.
—Te explicará Logan —dijo animado.
James caminó hasta su cuarto y la
acostó suavemente en la cama. Ni
siquiera tenía un abrigo. Frunciendo el
ceño, empezó a quitarle el suéter mojado.
Estaba helada. Cuando tiró el suéter por
encima de la cabeza, se le cortó la
respiración. El pequeño sostén que vestía
no cubría mucho. La segunda cosa que
notó, fue una grande contusión que
arruinaba su piel de porcelana. Era del
tamaño de su mano. Y él tenía manos
grandes. ¿Tuvo alguna clase de
accidente? ¿Y qué estaba haciendo caída
en la zanja? Continuó su trabajo,
quitándole los húmedos vaqueros.
Mientras se los quitaba, vio claramente
los oscuros rizos, a través de sus bragas.
Así que ella no era rubia natural.
Sintiendo culpa por un instante, le quitó
tanto las bragas como el sostén,
dejándola completamente desnuda y la
miró. No pensaba que fuera posible
ponerse aún más duro. Cada nervio de su
cuerpo estaba en alerta roja. Bastaría un
toque y estallaría. Juro ardientemente y
luchó para controlar sus furiosas
hormonas. Estaba inconsciente y herida,
y todo en lo que podía pensar era meter
su polla tan adentro, hasta que
convertirla en suya para siempre.
La examinó en busca de cualquier herida.
Su piel estaba fría, pero no presentaba
ninguna señal de congelación. El baño no
debía hacerle ningún daño.
Con mucho cuidado, levantó su cuerpo
desnudo y la llevó al enorme baño que
compartía con sus hermanos. Era del
tamaño de una habitación, con dos
duchas y una bañera jacuzzi. Una pared
tenía cuatro pilas. Una indirecta de que
un día, habría una mujer para compartir
sus vidas.
La bañera estaba llena y él la dejó en el
agua templada. Ella gimió, pero no abrió
los ojos. La sostuvo, para que no
resbalase en la bañera. Se giró, cuando
escuchó la puerta. Carlos estaba allí, con
los ojos oscurecidos.
—Logan dice que es ella.
James asintió, sin saber que decir. Sabía
que Carlos necesitaba aceptarlo. Carlos
miró a la mujer, pero no se acercó.
—Esperaré hasta que acabes. No quiero
que se despierte y encuentre a dos
hombres en el baño. Podría asustarse.
—No tardaré —dijo James, intentando
interpretar las sombras de los ojos de
Carlos—. Hazme el favor de meterle las
ropas en la secadora.
Carlos se encogió los hombros y salió del
baño, cerrando silenciosamente la puerta
detrás de él.
James volvió su atención hacia ella, para
verla abrir los ojos. Ojos marrones y
suaves, lo miraron fijamente con choque
y confusión. Después, con miedo.
La primera cosa que sintió Destiny era un
calor delicioso. Después de haber sentido
tanto frío, durante tanto tiempo, estaba
segura de que había muerto y había
llegado al cielo. O quizá al infierno, a
juzgar por la temperatura.
Entonces abrió los ojos y decidió que era
el cielo, porque el demonio no podía ser
tan atractivo como el hombre que estaba
inclinado sobre ella.
Después de mirarle fijamente por un
momento, se dio cuenta de qué estaba
desnuda. En una bañera. Con un
magnífico extraño mirándola,
completamente imperturbable ante su
desnudez. Quizá en vez de babear,
debería tener miedo.
—No voy a hacerte daño —dijo el hombre
con voz serena, mientras se alejaba de la
bañera—. Te encontré en la nieve.
Cruzó los brazos sobre el pecho y unió
las piernas, tratando de esconder su
cuerpo.
— ¿Dónde estoy? —preguntó, odiando el
tono vacilante de su voz.
—En el Pabellón de Caza Tres Hermanos
—contestó él. ¿Tienes alguna herida?
Se apretó el pecho y negó con la cabeza.
— ¿Dónde está mi ropa?
—En la secadora. Le dejaré una camisa
hasta que se sequen.
A pesar del calor del agua, sintió un
escalofrío y sus pezones se endurecieron.
El hombre era muy tentador. Tenía pelo
oscuro y corto y hombros anchos. Era
muy atractivo.
Él se levantó, y ella miró sus largas
piernas, apretadas por los vaqueros. Casi
gimió en alto cuando vio las botas de
vaquero. Siempre la atraían los hombres
que llevaban botas de vaquero.
Jadeó cuando él la sacó del agua. Antes
de que pudiera protestar, la envolvió en
una toalla enorme y la sacó del baño.
Ahogó su sermón cuando él la puso
sobre la enorme cama. Ella juntó las
puntas de la toalla y las apretó contra
ella.
Él le dio la espalda y desapareció en el
armario. Segundos más tarde, regresó
con una camisa de franela y un par de
pantalones.
—Son muy grandes para ti, pero servirán
hasta que se secarán tus ropas.
Se las dio, mientras que sus ojos le
acariciaban el rostro. Debía tener miedo.
Estaba en la casa de un hombre
desconocido. Desnuda como el día en el
que nació. Y aún así, no se sentía
amenazada por él.
Casi se rió de lo ilógico de la situación. La
mayoría de los hombres la asustaban. Y
con una buena razón. ¿Entonces, porque
no estaba gritando? Por qué continuaba
allí, mirándolo fijamente, ¿como si
quisiera desnudarle? Debería salir por la
puerta, corriendo como una loca.
En vez de eso, cogió la camisa que le
ofrecía, estremeciéndose locamente
cuando sus manos se tocaron. El fuego
llenaba sus ojos y ardía su carne, cuando
su mirada recorrió su cuerpo.
—Te dejaré vestirte —dijo él. Cuando
acabes, ve al salón a calentarte.
—Gra… gracias —tartamudeó ella.
En cuanto él dejó el cuarto, se levantó, se
quitó la toalla y puso la camisa. Le
llegaba hasta las rodillas, y se arremangó
las mangas hasta tener las manos libres.
Se sentó en el borde de la cama,
poniéndose los pantalones. Cuando se
levantó, le cayeron hasta los tobillos. Los
subió otra vez, pero volvieron a caerse,
irritándola.
Bien, él me vio con mucho menos. Por lo
menos, la camisa era bastante bien.
Esperaba que su ropa no tardara en
secarse.
Echo un vistazo en el espejo de encima
de la cómoda y se estremeció por lo que
vio. Su pelo estaba hecho un asco y el
tinte era espantoso. No había alcanzado
el efecto deseado, lo de alterar su
apariencia.
Se arregló la camisa e, indecisa, salió del
cuarto. Atravesó el pasillo, echando un
vistazo por todas partes. Al final, se paró
y miró avergonzada.
La miraban fijamente tres hombres, no
uno solo. Tres magníficos hombres. Y allí
estaba ella, con nada más que una
camisa. Empezó a retroceder, pero el
hombre que la bañó, la agarró por el
codo.
—No tengas miedo. A propósito, soy
James —la hizo entrar en la sala, a pesar
de su renuencia—. Ésos dos son mis
hermanos, Carlos y Logan.
Ella les miró, nerviosa e insegura, usando
el cuerpo de James para protegerse de
las miradas.
—No dijo nada sobre hermanos.
—Yo te dije el nombre del rancho
—contestó él, risueño.
Encontró su mano y la acarició.
—No te preocupe, cariño. Nadie va a
hacerte daño.
Ella se estremeció. No de miedo, si no del
sex appeal de aquella voz. ¿Cómo podía
sentirse segura con un desconocido? Se
lamió los labios.
—Soy Destiny —su voz era poco más que un
murmullo.
Uno de los hermanos se levantó del sofá
y la empujó hacía la chimenea.
—Acércate al fuego, para calentarte —su
voz ronca, parecía chocolate derretido.
¡Oh, Señor! Debo estar soñando.
— ¿Cuál de los hermanos eres tú?
—preguntó, vacilando por un momento.
—Soy Logan —le sonrió ampliamente.
Tiró ligeramente de su mano y ella le dejó
acercarla al fuego.
Logan era tan grande como James. La
única diferencia entre ellos eran los ojos.
Ambos tenían el pelo oscuro y corto, casi
negro. Pero James tenía ojos verdes y
Logan, castaños claros. Los ojos de
Carlos eran azules, oscuros y fríos, era un
poco más ligero que sus hermanos y su
pelo marrón cobrizo, un poco largo, le
llegaba hasta los hombros. Tenía una
mirada salvaje, bárbara, era el tipo de
hombre que una mujer quería domar
instintivamente. Parecía el más joven,
pero Destiny no estaba segura. Todos eran
atractivos, con edades cercanas, mientras
que James debía ser el mayor.
Logan la hizo sentarse en una butaca,
cerca del fuego. Después, estiró las
manos al fuego, dejando al calor
difundirse por el cuerpo.
Estaba nerviosa. Todos la miraban
fijamente. Podía sentirlos. Todos la
habrían visto desnuda. ¿Era por eso qué
la miraban con tal intensidad?
James alimentó el fuego.
— ¿Qué te pasó, Destiny? ¿Por qué estabas
caída en el foso? Ni siquiera estabas
vestida para este tiempo.
Ella tragó, insegura de como contestar.
Buscó rápidamente una disculpa
admisible.
—Mi coche se estropeó un poco más
abajo, en la montaña. Salí a buscar
ayuda. Debo de haberme caído.
Realmente, no me recuerdo.
La mayor parte era verdad. Lo era todo,
pero no quería dar más detallas.
— ¿Estás segura qué estás bien? —habló
Carlos, por la primera vez. Sus ojos la
examinaban, intentando arrancar sus
secretos. Era el más tranquilo, más serio,
más desconfiado.
—Estoy bien, realmente —miró a James.
¿Mis ropas se han secado? Debo irme.
Carlos frunció el ceño, Logan se tensó, la
expresión de James se ensombreció.
—No creo que debes salir con ese tiempo
—dijo James con firmeza.
Logan asintió.
—No hay razón para irte, puedes
quedarte aquí hasta que te sientes mejor.
Carlos y yo iremos a buscarte el coche y
lo remolcaremos hasta aquí, para cuando
lo necesitas.
La incertidumbre la hizo hesitar.
Lógicamente, debía seguir lo más lejos
posible, pero aquí se sentía segura, y
estaba cansada de huir.
Se miró las manos e intentó controlarse el
temblor. Estaba muy cansada y no
conseguía recordar la última vez que
había comido.
James se arrodilló a su lado y agarró su
barbilla con su grande mano.
—No tienes que irte a ninguno lado,
cariño. Puedes quedarte aquí mismo.
Cuidaremos de ti.
Si ella pensó que no podía excitarse más,
se había equivocado. Aunque se lo dijo
gentilmente, se sentía la orden. Quería
que se quedara.
—Yo... yo no sé —cerró los ojos y se
mareó; luchó para abrirlos de nuevo, pero
la sala se movía a su alrededor. Y todo se
oscureció.

La Mujer De Los Tres HermanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora