Capítulo 25

122 8 0
                                    

Parecía una noche perfecta. La nieve
cesó finalmente, dejando el paisaje
cubierto por una sábana blanca. El fuego
ardía en la chimenea, y Destiny estaba
sentada en el suelo jugando Monopoly
con Logan y Carlos. James apagó el
ordenador y deambuló perezosamente
hasta sentarse detrás de Destiny.
Acarició su pelo, disfrutando de verla
entretenida con sus hermanos. Sí, era una
noche perfecta. Por lo tanto no debería
haberse sorprendido cuando el teléfono
sonó.
Suspiró con disgusto y quitó la mano del
pelo de Destiny.
—No contestes —dijo ella roncamente,
sonriéndole con dulzura.
Por un momento, él casi atendió su
pedido. Pero podía ser Cal llamando con
noticias, o podían ser sus padres.
—Vuelvo enseguida —dijo, dándole un
beso en los labios.
Terminó de levantarse del suelo justo
cuando el teléfono dejó de sonar. No
había llegado a acomodarse de nuevo
cuando su celular empezó a zumbar.
Carajo. Lo que quiera que fuera, debía ser
importante.
Se sentó en la silla del ordenador y abrió
el teléfono.
—James — dijo.
— ¿James? Soy Cintia. Mira, necesito tu
ayuda. La de todos, si pueden. Tengo un
niño desaparecido. Con toda esta nieve
fresca es imposible encontrar el rastro.
Me vendría bien vuestra experiencia.
James suspiró y se pasó una mano por el
pelo. Maldición. Lo último que quería
hacer era salir con aquel frío, pero no
podía dejar que un niño perdido se
congelara hasta la muerte.
— ¿Dónde debemos ir? —preguntó con
resignación.
—Encuéntrenme en la ciudad. Estamos
organizando la búsqueda aquí, en el
cuartel general. Y escucha, James.
Traigan sus rifles. Tenemos razones para
creer que se trata de un rapto.
James cerró el teléfono y se encontró con
tres pares de ojos fijos en él.
Destiny estiró las piernas y se levantó.
Caminó hacia él, la preocupación
frunciendo su frente.
— ¿Qué está mal? —preguntó.
Detrás de ella, Logan y Carlos también se
levantaron, toda su atención puesta en
James.
—Era Cintia —dijo él. Observó la reacción
de Destiny.
Frunció ligeramente el ceño, pero no dijo
nada.
— ¿Qué quiere? —preguntó Carlos.
—Necesita nuestra ayuda. Están
buscando un niño perdido y con la
nevada, no consiguen hallar el rastro.
—No sé… —comenzó Logan.
—Tienen que ir —dijo Destiny suavemente—.
Quiero decir, tienen que encontrar al niño.
James asintió.
—Vayan. Yo estaré bien —continuó,
abrazándose a sí misma.
—Uno de nosotros debería quedarse
—James esperó la aprobación de los
hermanos—. Destiny no puede quedarse
sola.
No quería alarmarla, pero de ningún
modo la dejarían desamparada con su
esposo suelto por ahí. El incidente en
Denver estaba aún muy fresco en su
memoria.
—Yo me quedaré —se ofreció Carlos—.
Tú y Logan pueden ir.
James asintió.
—De acuerdo.
Envolvió a Destiny en sus brazos.
—Volveremos en cuanto podamos,
muñeca.
Ella se irguió en puntas de pie y lo besó.
—Más les vale.
Él sonrió y giró hacia Logan.
— ¿Estás listo?
Logan besó ligeramente los pelos de Destiny
y luego se apresuró hacia el armario
donde guardaban el equipo.
Cinco minutos más tarde, salieron y
subieron al jeep. Mientras bajaban por el
camino, James sintió un peso en el
pecho. No conseguía explicar lo que
sentía, pero la preocupación se instaló en
él.
Destiny giró hacia Carlos cuando la puerta se
cerró y le tendió los brazos.
—Solos tú y yo.
Sonrió y le dirigió una mirada lenta.
—Puedo pensar en cosas peores.
El corazón se le disparó en el pecho.
—Oh, las cosas que te voy a hacer —dijo
Carlos maliciosamente.
Sonrió y lo empujó bromeando.
—Oh no, niño malo, las cosas que yo te
voy a hacer.
Él levantó una ceja.
—Creo que me gusta cómo suena eso Destiny movió seductoramente las pestañas.
—Búscame en el dormitorio. En cinco
minutos.
Intentó asirla, pero ella consiguió escapar
y corrió hacia el cuarto, chillando entre
risas:
— ¡Cinco minutos!
Cerró la puerta y se dirigió al armario
donde había escondido la lencería
sensual que compró en Denver. Sacó de
su envoltorio el conjunto melocotón de
seda pura.
Deprisa se deshizo de los tejanos y la
camisa. Salió del vestidor haciendo
equilibrio sobre un pie, intentando meter
el otro en el mínimo short de seda del
conjunto. Se despeinó el pelo con los
dedos y corrió al baño para echar un
vistazo rápido a los resultados.
La sonriente y risueña chica en el espejo
no se parecía en nada al conejo
desarrapado y asustado de algunas
semanas atrás.
Se pasó el cepillo por el pelo ahora
castaño claro.
Sólo tenía más o menos un minuto antes
de que Carlos echara la puerta abajo.
Soltó el cepillo y corrió hacia la cama.
Para su sorpresa, Carlos estaba allí
esperando por ella. Desnudo.
—Oh, eres muy malo. —lo regañó ella—.
Se suponía que esperarías cinco minutos.
Él le sonrió tímidamente:
—Tomar el tiempo nunca fue mi punto
fuerte.
Ella continuaba parada en la puerta, la
mano en la cadera.
—Ven aquí —ordenó él.
—Debería hacerte esperar —murmuró ella
mientras trepaba encima de la cama.
Él la abrazó por la cintura y en un
movimiento suave la hizo rodar debajo de
su cuerpo. Sus labios quedaron a
centímetros de su boca, y descendió
hasta encontrarla.
—Te ves muy excitante con esa ropa —la
provocó—. Es una verdadera lástima que
vaya a sacártela tan deprisa.
Ella se río.
—Una vergüenza terrible.
Él estiró la camisola hasta que desnudó
un pecho.
—Amo tus pezones. Son perfectos.
Rosados. Tan femeninos.
Hizo rodar la lengua por la fruncida
puntita.
—Tienen un sabor tan dulce como su
apariencia.
—Eres un miserable provocador—gimió
ella.
Él tiró de la camisola hasta que los
tirantes cayeron de los hombros, después
continuó tirando de la tela hasta dejarla
amontonada alrededor de la cintura.
—Podría chuparlos durante toda la
noche.
Lamió y pellizcó las rígidas puntas. Su
lengua rodeó una, dejando un rastro
húmedo. Entonces la chupó y la mantuvo
entre sus dientes, haciendo presión con la
boca.
La mordedura del dolor mezclado con el
casi insoportable placer la hizo
contorsionarse debajo de él.
—Me gusta tenerte a mi merced
—murmuró él—. Un día de éstos, tendré
que atarte y mostrarte mi lado perverso.
Apuesto que a James y Logan también
les encantaría.
Oh, por Dios. Ella no había imaginado que
le fuese posible estar aún más excitada,
pero había estado muy equivocada.
Imágenes de su cuerpo atado, sometido a
cada uno de sus antojos y deseos
enviaron agujas de deseo desde su
vagina hasta lo más profundo de su
pelvis.
—Te gustó la idea —la provocó él.
Sí, le gustaba aquella idea. Le gustaba
mucho, a juzgar por su reacción.
Él bajó por su cuerpo y tiró del encaje de
la cintura con los dientes. Mordisqueaba
y lamía la sensitiva piel que iba
quedando al descubierto.
Finalmente, terminó de retirar toda su
ropa íntima y la tiró lejos. Entonces volvió
a incorporarse sobre su cuerpo, y le
separó las piernas acomodándose entre
ellas, su grueso miembro anidando en la
humedad caliente de su vagina. Ella
gimió en respuesta, sintiendo arder cada
terminación nerviosa.
—Jódeme —susurró ella.
Lo sintió crecer entre sus piernas.
—Dios, me encanta cuando hablas sucio
—murmuró él.
Ella sonrió y clavó los dientes en su
hombro.
—Maldición, mujer ¿estás intentando
hacerme gozar antes de que consiga
penetrarte?
—Si fueras más rápido, no tendrías que
preocuparte por eso.
—Pareces impaciente —la provocó.
Llevó una mano al miembro guiándolo
dentro de su abertura.
—Mucho mejor —suspiró Destiny jadeante.
—Debí hacerte esperar.
Ella lo mordió nuevamente.
—Jódeme.
La penetró con un golpe poderoso. La
abrazó con firmeza, manteniéndola muy
cerca mientras sus caderas empezaban
el vaivén entre sus piernas.
—Más fuerte —lo urgió ella.
— ¿Estás intentando matarme? —se
quejó él.
—Bien duro...
El tiró de su pelo.
—Observa esto, jovencita.
Se incorporó sobre ella y asió sus piernas,
le dobló las rodillas contra el pecho, y se
arqueó sobre su cuerpo.
Fue deslizando hacia afuera pulgada por
pulgada de su miembro con lentitud
agonizante hasta que ella se quedó sin
aliento. Entonces se hundió
profundamente, los duros muslos
golpeando sus nalgas. Destiny jadeó ante la
intensidad de la penetración.
—No pares —imploró cuando él se
detuvo.
Le sonrió maliciosamente.
— ¿Ya no estamos tan gallitos, eh?
—Esta me la vas a pagar —susurró Destiny.
Carlos elevó la pelvis retirándose y detuvo
sus movimientos. Destiny levantó las
caderas, intentando recibirlo
completamente otra vez.
—Jódeme —imploró ella, nuevamente.
Gimió y se deslizó dentro de ella.
—Me encanta una mujer boca sucia.
Ella se río.
Empezó a empujar más duro, alcanzando
un ritmo impresionante. Ella intentó
erguirse, respirar, pero estaba sin aliento.
Él soltó sus piernas, que cayeron sobre la
cama. Destiny lo abrazó, acercándolo todo lo
que podía. Luego le rodeó la cintura con
las piernas, encadenándolo a su cuerpo.
Se besaron ardientemente, jadeantes, las
lenguas húmedas imitando los
movimientos del miembro entrando y
saliendo de la vagina. Las manos de
Carlos se enredaban rudamente en su
pelo mientras él atraía la boca de Destiny
hacia la suya.
Sintió la urgencia crecer en la ingle. El
orgasmo avanzaba sobre ella a una
velocidad que nunca había
experimentado antes. No hubo ninguna
lenta acumulación de tensión hacia una
conflagración final. Ésta explotó
alrededor de ella en una ola violenta.
Todos los músculos de su cuerpo se
estiraron dolorosamente y luego se
relajaron en el placer como un arco
disparando una flecha.
Carlos empujaba poderosamente contra
ella, las caderas balanceándose adelante
y atrás sobre la cama.
—Oh, maldición —jadeó él.
Sí, maldición. Se desmoronó debajo de él
cuando lo sintió penetrarla
profundamente de nuevo, su semilla
vertiéndose en su cuerpo. Las caderas de
Carlos se retorcían en espasmos mientras
liberaba los chorros de su goce.
Finalmente él se dejó caer entre sus
piernas, su frente descansando sobre la
suya. Su respiración era entrecortada,
aspirando grandes bocanadas de aire,
intentando conseguir aliento.
—Vas a matarme —gimió él.
—Pero morirías feliz —dijo ella.
Rodó hasta colocarse al lado de ella y la
cobijó en sus brazos.
— ¿Quieres que te prepare un baño?
Ella sonrió.
—No, no quiero salir de aquí.
—Me dejaste destruido —se lamentó él.
—Quejica.
Le pellizcó un pezón con la mano libre.
—Cierra la boca o te silenciaré deslizando
dentro mi polla.
—Promesas, promesas —se burló ella.
Él se río y descansó la barbilla encima de
su cabeza.
—Duérmete.
Ella suspiró.
— ¿Vas a apagar las luces o quieres que
vaya yo?
Él gruñó, pero se deslizó fuera de la cama
y caminó en dirección al interruptor.
Antes de alcanzarlo, las luces
parpadearon y se apagaron, sumiendo el
cuarto en la oscuridad.

La Mujer De Los Tres HermanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora