Capítulo 26

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— ¿Carlos? —gritó aterrada.
Un miedo glacial serpenteó por su
columna vertebral. Sabía que él no había
apretado el interruptor. Ni siquiera llegó a
tocarlo.
Carlos volvió rápidamente a su lado. Se
puso los tejanos y le lanzó sus ropas
sobre la cama.
—Vístete —ordenó.
Ella se apresuró a salir de la cama y se
sacó la camisola de satén. Buscó la ropa
interior y empezó a meter una pierna en
ella.
—Ven conmigo —dijo Carlos, asiendo su
brazo.
Él la empujó por el pasillo, el brazo
curvado protectoramente a su alrededor.
— ¿Será a causa del tiempo? —preguntó
ella cuando entraron en la sala de estar.
Carlos se inclinó sobre el escritorio y
agarró una linterna.
—No, no creo que sea por eso.
El miedo formó una bola dura en su
estómago.
— ¿Qué es, entonces?
Se volvió a ella, su rostro apenas visible
en la oscuridad.
—Escúchame. Quiero que entres en el
baño de visitas y te encierres con llave.
Allí no hay ventanas. Quédate hasta que
yo vaya a buscarte.
El terror la invadió.
— ¿Carlos, qué está pasando?
Él se inclinó y la besó con firmeza,
quitándole el aliento.
—Vete.
Ella corrió. Pasó por el comedor y se
lanzó por el pasillo donde estaban
situadas las habitaciones para
huéspedes. Buscó el camino en la
oscuridad, deslizando las manos por las
paredes. Abrió la puerta del baño y
apresuradamente entró, trancó la
cerradura y luego tanteó alrededor en la
oscuridad. El lavabo, el borde del inodoro.
Bajó silenciosamente la tapa del asiento
y luego se sentó, encorvándose se abrazó
las rodillas junto al pecho.
¿Pasaron horas o apenas minutos?
Sentía que era una eternidad. ¿Dónde
estaba Carlos? No oía ningún sonido,
sólo la capa sofocante de oscuridad.
Entonces oyó pasos. Pasos lentos,
cautelosos. Más cerca, hasta que se
detuvieron del lado exterior de la puerta.
Contuvo la respiración y luchó contra el
pánico que amenazaba adueñarse de
ella.
—Destiny, soy yo. Abre la puerta.
Se levantó como resorte del asiento, abrió
la puerta de un tirón y se lanzó en los
brazos de Carlos.
— ¿Qué está pasando? — susurró.
—No estoy seguro. Verifiqué la casa, y
los alrededores. Los fusibles están bien,
ningún alambre cortado. Debe ser un
problema en la línea.
Suspiró aliviada.
—Estaba asustada.
—Lo sé. Lo siento. Vamos a la sala de
estar. Quiero que estés donde pueda
verte. Voy a encender el fuego.
Ella lo siguió por el pasillo, su mano
prendida con firmeza en la de él. Cuando
entraron en la sala de estar, una sombra
surgió en su línea de visión. Antes de que
pudiera reaccionar, sonó un disparo y
Carlos fue abatido. Cayó en el suelo, a
sus pies.
Destiny gritó. ¡Oh Dios, Carlos había sido
alcanzado! Se dejó caer al suelo,
indiferente al peligro que corría.
— ¡Carlos! ¡Carlos! —gritó.
Deslizó las manos por su pecho,
sintiendo el tacto cálido y pegajoso.
Sangre.
El dolor estalló en su cabeza, cuando
alguien la obligó a levantarse tirándole de
los pelos.
Reaccionó con furia, pateando y
revolviéndose. La figura oscura la arrojó
lejos de su cuerpo y ella se golpeó contra
la pared. Antes de poder correr, estaba
sobre ella. Le golpeó la cara con el dorso
de la mano, tirándola al suelo.
Se quedó acostada allí, aturdida, el dolor
relampagueando en sus ojos. El atacante
le empujó las manos a la espalda y se las
esposó. Luchó de modo salvaje, pero él la
mantenía inmovilizada contra el suelo
con la rodilla. Él le dobló las piernas, y
poniéndolas juntas también las esposó
por los tobillos.
— ¡Suéltame, bastardo! —gritó ella.
La golpeó nuevamente, luego metió un
trapo en su boca. Después amarró un
pañuelo alrededor de su cabeza,
asegurando la mordaza. Con la rodilla
apretando firmemente en la espalda de
ella, rebuscó por un minuto y entonces lo
oyó discando en un teléfono. Estaba
llamando a alguien. ¿A quién?
—La tengo —dijo—. Sí. Ya me hice cargo
—escuchó por un minuto—. La llevo a la
cabaña. Está en un lugar remoto. Nadie la
hallará, me aseguraré de atar todos los
cabos sueltos.
Cerró el teléfono y la asió por un brazo,
poniéndola en pie.
—Tú y yo vamos a dar un paseo, perra.
Él la arrastró en dirección a la puerta, y
ella miró intensamente hacia donde
había caído Carlos, intentando verlo en la
escasa luz. Lágrimas anegaron sus ojos.
Carlos. Oh, Dios. Ese bastardo lo había
matado.
Sollozos salían de su garganta,
escapando por la mordaza. Sintió el
golpe de aire frío en las piernas desnudas
cuando el atacante la empujó afuera a la
nieve. Su pijama no ofrecía suficiente
protección contra el frío.
Como si ella no pesara nada, el hombre la
lanzó arriba de su hombro y se dirigió a la
carretera. Algunos minutos más tarde, se
detuvo y la echó en la cuneta.
Miró hasta ver un vehículo oscuro, algún
tipo de camioneta. El hombre abrió la
puerta, luego se volvió para levantarla. La
lanzó a la parte de atrás, ella aterrizó con
un golpe seco que la dejó sin respiración.
Atrancó la puerta, y segundos más tarde,
oyó la puerta del conductor abrirse y el
motor siendo encendido.
El pesar y la ira la inundaron en
remolinos, una tormenta que no podía
controlar. Ignoró el frío, sus heridas, sólo
podía pensar en Carlos inánime tirado en
el suelo.
La camioneta tomó una curva,
haciéndola rodar. Algo suave y frío se
deslizó hacia su barbilla. Le llevó un
momento darse cuenta de que era un
teléfono celular. Él debía haberlo dejado
caer cuando la lanzó atrás.
Su corazón palpitaba furiosamente
mientras intentaba encontrar una manera
de usar el teléfono. Sus manos estaban
amarradas detrás de la espalda, sus
piernas también estaban atadas, y su
boca estaba amordazada.
Primero necesitaba librarse de la
mordaza. Frotó la cabeza repetidamente
por el suelo, intentando deslizar el
pañuelo hacia abajo. Después de varias y
agonizantes tentativas, sintió que el
pañuelo se movía y aflojaba. Restregó la
mejilla hasta que finalmente logró que el
pañuelo bajara alrededor del cuello.
Masticó y trabajó con la lengua,
empujando el trapo fuera de su boca.
Finalmente cayó y ella respiró en grandes
jadeos, intentando calmar su pánico.
Conseguir abrir el teléfono sería otra
batalla. Rodó y contorsionó el cuerpo,
sacudiéndose. Movió los dedos,
buscando, hasta alcanzar el teléfono. Los
dedos se deslizaron por la superficie
hasta que consiguió abrirlo.
Palpó los botones, intentando descubrir
cuál era cual. Con torpeza, apretó uno,
después otro, hasta finalmente lograr
introducir la secuencia del número del
teléfono celular de James. Luego buscó a
tientas y presionó el botón para enviar la
llamada, rogando haber adivinado
correctamente.
En cuanto apretó el último botón, rodó y
se retorció, girando hasta que su boca y
oreja quedaron cerca del receptor.
Que atienda, rezó ella. Por favor, que
atienda.

La Mujer De Los Tres HermanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora