Capítulo 11

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MARATON 3/6

Destiny pasó por la nieve, tiritando mientras
que la rozó un frío viento. Caminó por el
pequeño declive que llevaba al granero.
Delante, la tierra comenzaba a bajar,
testimonio a las montañas que había
cerca. En el horizonte, cumbres cubiertas
de nieve se elevaban hacia el cielo. El
mundo era blanco a su alrededor.
Su respiración creaba nubes de humo,
mientras daba los últimos pasos hasta la
puerta del granero. Entró, disfrutando del
calor que la saludaba.
Había ocho caballerizas, de cada lado del
granero. Detrás, había una amplia zona
abierta, donde había muchas pilas de
heno. Carlos salió de una caballeriza,
trayendo un caballo por las riendas.
Miró en su dirección.
—He ensillado el tuyo, coge las riendas
mientras ensillo al mío y salimos.
Destiny se adelantó y tomó las riendas de
Carlos.
Carlos le señaló.
—Lleva el caballo hasta allí y espérame.
Destiny se movió y el caballo la siguió
obediente. Mientras esperaba a Carlos,
acarició el cuello de la yegua. Era una
belleza. Ojos gentiles. La cabeza se le
mecía apreciativa, mientras Destiny le
acariciaba las crines.
Unos segundos más tarde, vino Carlos
con su montura.
— ¿Estás lista?
Destiny asintió. Mientras Carlos caminaba
por delante de ella, miró apreciativamente
su cuerpo. Maldita sea, el hombre llenaba
un par de vaqueros como ninguno.
Parecía extremadamente masculino con
su abrigo forrado, Stetson y botas. Y su
trasero. ¿Qué podía decir sobre un
hombre qué tenía un pe.ne qué imploraba
ser tocado, acariciado y apretado?
Apretó las piernas y caminó. Estaba llena
de hormonas. ¿Pero quién podría culparla
después de la noche anterior? Sus
mejillas se enrojecieron cuando recordó
todo lo que hicieron. No podía esperar a
volver a hacerlo.
—¿Necesitas de ayuda para montar?
—preguntó Carlos, cerca de su oreja.
Saltó y miró alrededor. ¡Maldición! Ni
siquiera se dio cuenta que salieron. Es
difícil darse cuenta del frío, cuando tu
cuerpo estaba ardiendo.
Suspiró y miró su yegua. Ella era menuda
y había mucho hasta la montura. Echó un
vistazo a Carlos. Él le sonrió ampliamente
y en un rápido movimiento, envolvió sus
grandes manos alrededor de su cintura y
la alzó fácilmente.
—Misty es una buena montura. Me
seguirá, así que no tienes que
preocuparte. Solo disfruta —dijo Carlos.
Ella le sonrió. Su mano se demoró en la
pierna, a la que apretó antes de montar
su propio caballo.
Escogieron su camino a través de la
nieve, por delante de la cabaña. Destiny miró
la cabaña. Estaba totalmente escondida
en las montañas, como si los hermanos
la hubieran tallado de la propia montaña.
La nieve cubría el tejado y salía humo de
la chimenea de piedra. Parecía una
escena sacada de una tarjeta postal. Y
ahora era su casa.
Su pecho se apretó y ella tuvo el absurdo
impulso de reírse como un niño en una
tienda de dulces. Casa.
La vida era una extraña cadena de
ironías. Lo aprendió bastante rápido.
Solamente con la muerte de sus sueños,
los encontró.
¿Pero funcionaría?
Una sombra de duda arruinó su alegría.
Pensó que Kendall era la respuesta a sus
sueños. Rico, aparentemente enamorado
de ella, protector. El hombre de los
sueños de cualquier joven. O pesadillas.
¿Volvía a hacer el mismo error? No pensó
en la decisión de casarse con Kendall y
se quemó.
Frunció el seño. ¿Si no hubiera existido
Kendall, si no habría necesitado
desesperadamente un lugar en donde
esconderse, habría conocido a los
hermanos y lo qué ofrecían?
Intentó encontrar la mujer que fue antes
de Kendall, pero encontró que era
imposible igualar la mujer que era con la
que fue.
Le dolía la cabeza. Intentaba demasiado
analizar sus sentimientos. Sabía lo qué
pensaba que sentía por los hermanos,
pero ¿y si estaba equivocada? ¿Y si la
atracción qué sentía por ellos era solo
una medida de conservación? ¿Gratitud
por el seguro refugio qué le
proporcionaba?
¡pu.ta!
No era justo para ellos. Querían una
mujer que los podía amar a los tres, no
una mujer que no podía pensar por sí
misma, que era un desastre, una que
tomaba malas decisiones.
—Si frunces más el rostro, tu bonita cara
va a quedar arrugada para siempre —dijo
Carlos.
Ella le echó un vistazo, y un calor
culpable bañaba sus mejillas. No había
prestado ninguna atención, a él, a su
caballo o a donde iban. Y Carlos se dio
cuenta.
—Discúlpame —dijo bajito—. Estaba
pensando.
Carlos encogió los hombros.
—Fue por eso que te invité a salir un
poco. Parecía que necesitabas una
pausa.
Se volvió en la silla, mirando fijamente
hacia delante, y el silencio bajó otra vez
entre ellos.
Suspiró. Él no insistía. Le gustaba eso.
Pero ninguno de los hermanos insistía
demasiado. James podía ser exigente.
Cualquier idiota podía ver esto, pero no
sobrepasaba sus límites.
—Es bonito aquí —comentó ella,
enfocando su atención en Carlos.
Él asintió.
—Ningún lugar en la tierra es más
hermoso que las Montañas Rocosas.
Amaba aquel lugar. Lo podía decir por
como sus ojos se empañaron mientras
miraba el paisaje. Algo de su desolación
y tormento que llevaba como un
permanente tatuaje desapareció,
remplazado por la satisfacción.
— ¿Cómo llegaron aquí? —preguntó ella.
Él volvió a encoger los hombros.
—Crecimos en un rancho. Era natural que
quisiéramos uno. Y nos gusta cazar. Así
que decidimos combinar esos factores y
vivir de ello.
Ella pensó durante un instante. La
cabaña en la que vivían era grande.
Aunque no comían en el comedor, el
cuarto tenía una mesa en la que cabían
fácilmente dos docenas de personas. Y
había varios cuartos a los que aún no
había explorado. Un pensamiento
preocupante apareció en su mente.
— ¿Así que cuándo llega la temporada de
caza, hay muchos cazadores en la
cabaña? —preguntó.
La estudió durante un momento, como si
hurgara en sus pensamientos.
— ¿Estás preocupada sobre lo que
pensarán? —preguntó, su tono era
ligeramente desafiante.
—No lo sé —dijo honestamente—. Quiero
decir, yo no sé como me presentarán.
¿Cómo me presentarán a otras personas?
—Como nuestra mujer —respondió él.
Sintió temblar a su estómago. Por un
lado, parecía broma, la idea de que tres
hombres tan sexys, la reclamaban como
su mujer, pero por otra parte podía ser
muy embarazoso.
—Te acostumbrarás —dijo él.
Se sintió que sus mejillas volvían a
calentarse mientras se le ocurría otro
pensamiento. Uno que no había
considerado, pero a la vista de su muy
distinta relación, no estaba segura.
Se tocó la garganta, pensando en como
formular la pregunta.
Carlos suspiró.
—Solo dilo. Cualquier cosa. No te voy a
morder.
Ella lo miró, mientras que se ponía más
roja con cada segundo.
—Solo me estaba preguntando... no
estaba segura... —se paró—. ¿No habrá
otros, verdad?
Sus ojos se oscurecieron y su cara se
endureció.
—Mataré a cualquier hombre que te
tocara.
La respuesta la aliviaba.
Carlos continuó:
—Solo porque tenemos una situación
distinta, una en la que nos estamos
acostando con la misma mujer, no
significa que vamos a compartirla con
cualquier hombre. Eres nuestra. Nos
perteneces, corazón y alma, y si otro
hombre se atreve a mirarte, le
arrancaremos la polla y se la meteremos
por la garganta.
Ella no podía pararse. Se rio. Entonces se
puso seria:
—Espero que no cometan un error.
Él se quitó el Stetson para mirarla mejor.
— ¿Estamos cometiendo un error, Destiny?
Ella se encogió bajo su franca
evaluación.
—No quiero que cometan un error
—susurró ella—. No quiero que todo esto
sea un error.
—Quizá estás apresurando las cosas
—dijo él— no hay ninguna prisa.
Tenemos todo el tiempo del mundo.
Aceptó el confort de sus palabras. Y
quizá se estuviera apresurando. Mientras
se sentía bien con la situación en la que
se encontraba —no, que escogió—. Las
relaciones llevaban su tiempo, aunque
tenía la costumbre de lanzarse en ellas.
Sonó como si estuvieran dispuestos a
concederle tiempo, y le era agradecida.
Quedó sorprendida al ver que volvía a
estar cerca de la cabaña. No se fijó en el
paseo, perdida en sus pensamientos.
Fueron por detrás y pararon en el exterior
del granero. Carlos se deslizó de su
caballo y la ayudó a bajar. Aterrizó a
pocos centímetros de él y el calor de su
cuerpo la alcanzó y la envolvió. Olía tan
malditamente sexy. Justo como debería
un hombre. Madera, cuero y una pizca de
salvajismo.
Puso la mano en su pecho, incapaz de
resistir la tentación. Su calor le quemó la
mano. Carlos gruñó.
—Vamos a llevar los caballos antes que
te joda aquí mismo, en la nieve.
El deseo llenó cada pulgada de su
cuerpo. Sus pezones se endurecieron, y
rayos de placer ardían entre sus piernas,
ante sus explicitas palabras.
Sus manos temblaban y lo siguió en el
granero. Lo miró, mientras cepillaba los
caballos. Imaginó que eran sus manos
por su cuerpo, en vez del caballo. El sudor
cubrió sus cejas. Lo quería. Aquí. Ahora.
¿Y si podía reunir el coraje, que la paraba
de tomar lo que quería?

La Mujer De Los Tres HermanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora