𝔠𝔥𝔞𝔭𝔱𝔢𝔯 𝟛𝟞: 𝔳𝔬𝔦𝔠𝔢-𝔬𝔳𝔢𝔯 | 𝟷𝟷

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Escondidos bajo el cobertor de la cama, Anton y yo hablábamos en susurros.

―No tienes que decir nada si no quieres ―dijo Anton, tomando mis manos y entrelazando sus dedos con los míos.

―No sabes lo duro que es guardar un secreto durante tanto tiempo ―comenté, apoyando mi frente en la suya y cerrando los ojos.

―Nada cambiará entre nosotros si continúas guardando tu secreto ―me aseguró Anton―. No te debí exigir que confiaras en mí. Lo siento mucho.

―Gracias, pero esto es algo que necesito hacer ―le expliqué―. Ya no quiero estar a la defensiva, Anton. No quiero estar alerta todos los días.

―Won Bin... ―susurró Anton, preocupado.

―Soy un extraterrestre ―confesé por fin. Mi cuerpo temblaba a causa del nerviosismo―. ¿Me crees?

―Por supuesto que sí ―respondió inmediatamente Anton. No parecía asustado ni sorprendido; su actitud era serena.

Tragué saliva. Después de haber dicho mi secreto, fue como si una compuerta se abriera en mi interior. Por primera vez en mi vida, quería hablar sobre mí mismo con alguien.

―Mi hermano y yo literalmente caímos del cielo. Casi morimos producto de la caída, pero, de algún modo, logramos sobrevivir ―le conté, recordando aquellos difíciles días en que Maru y yo caminamos sobre la tierra cubiertos de heridas supurantes―. ¿Quieres ver mis cicatrices? ―inquirí, no del todo convencido de lo que estaba a punto de hacer.

No sería necesario encender la luz o descorrer las cortinas, puesto que mi piel estaba brillando otra vez.

―¿Cicatrices? ―preguntó Anton.

Aparté el cobertor y me senté en la cama. Acto seguido, me quité la camiseta para que Anton pudiera mirar mi espalda.

―Santo Dios ―exclamó Anton―. ¿De verdad son cicatrices?

―Sí.

―Lucen como tatuajes.

―Pero dolieron mucho más que un tatuaje... ―aclaré, conteniendo una sonrisa.

―Es casi como si... como si... hubieras tenido alas ―comentó Anton. De pronto, sentí sus manos sobre mi espalda. Sus dedos siguieron delicadamente el sinuoso camino trazado por la piel regenerada―. Mi ángel.

"Ángel" era una palabra que había oído varias veces antes, pero la voz de Anton hacía que sonara diferente.

―¿No te parezco monstruoso? ―le pregunté, nervioso.

―Claro que no, tonto ―replicó Anton, rodeando mi cintura con sus brazos y apoyando el mentón en mi hombro―. Mi ángel ―repitió.

―No soy un ángel ―sentencié. Me separé de Anton y me giré hacia él para que pudiéramos mirarnos a los ojos―. Hay algo más que quiero decirte. Y tal vez me odies después, pero creo que es justo que lo sepas.

―No te odiaré ―me prometió Anton con dulzura.

Me dolió la confianza que vislumbré en sus ojos. ¿Cómo podía continuar confiando en mí? 

―Quería matarte, Anton ―dije con firmeza y seriedad, para que Anton no le diera otra interpretación a mis palabras. 

Él frunció el ceño. 

―¿Qué?

―Pensé que me habías descubierto, y estaba dispuesto a asesinarte para mantener mi secreto a salvo. ¿Ves lo aborrecible que soy?

Anton continuaba sin parecer asustado. Lo único que veía en su hermoso rostro era perplejidad.

―No lo entiendo..., ¿por qué pensaste que te había descubierto?

―Hacías tantas preguntas...

―Era por So Hee ―se quejó Anton, haciendo una mueca―. Él estaba un poco obsesionado contigo ―Hizo una pausa, y luego añadió―: Tal vez debería preocuparme de que se convierta en un rival..., ya sabes..., para mí.

Su comentario me pareció muy tonto y tierno al mismo tiempo. 

―No tienes rivales. Nadie en este planeta podría competir contigo ―prometí sinceramente―. Pero, volviendo al tema,... ¿no te da miedo que haya pensando en asesinarte?

Anton negó con la cabeza.

―Supongo que tenías un plan. Ibas a intentar matarme la tarde en que fuimos juntos al cine, ¿verdad? ―me preguntó tranquilamente. 

Definitivamente Anton no era un chico normal.

―Sí ―admití, avergonzado de mí mismo, y extremadamente arrepentido por mi forma de pensar y actuar―. Soy una "red flag", Anton. Lo sabes, ¿verdad?

―¿Las "red flag" son aplicables para los extraterrestres? ―inquirió él, pensativo. ¿Acaso estaba bromeando?

―Este asunto es serio ―le recordé, un poco molesto. 

―No creo que seas una "red flag", Won Bin. Simplemente tenías miedo ―me justificó Anton. Quise llevarle la contraria de nuevo, pero él continuó hablando. Al parecer, tenía algo importante que decirme―. Me gustas ―confesó de sopetón―, y... quiero estar contigo, aunque seas un alienígena. Te aceptaré con todo lo que tu naturaleza implica.

Su afirmación me pilló por sorpresa.

―¿Estás seguro? Me dijiste que no te gustaban los chicos...

Anton bufó, exasperado.

―Entré en pánico, ¿de acuerdo? ―murmuró, desviando la mirada―. Tenía miedo de no gustarte.

Nos quedamos en silencio un rato, hasta que finalmente dije:

―Supongo que sabes que algún día me marcharé.

―¿Por qué?

Me encogí de hombros.

―Siempre me voy de todos lados ―le contesté―. Es inevitable. 

Anton hizo una mueca de tristeza.

―Creo que... no deberíamos pensar en eso ―dijo despacio, pronunciando con cuidado cada palabra―. Disfrutemos del tiempo que tenemos. No importa el futuro. Vamos un día a la vez.

Su mano encontró la mía y la estrechó con suavidad para reconfortarme. Conmovido, me acerqué a él y le di un beso en la frente.

―Tú eres el verdadero ángel ―susurré.

Oficialmente estaba enamorado, y por fin me permitiría sentirlo con cada centímetro de mi corazón. 

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