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Desperté en el suelo de una fría y oscura celda. En lugar de barrotes, la celda tenía la entrada libre, aunque yo sabía que se trataba de un truco.
"Magia", susurraron las voces, pero se equivocaban. Lo que ellas llamaban "magia" era en realidad un campo de fuerza, una barrera electromagnética que impedía escapar a los prisioneros.
Me puse de pie con dificultad. Los viajes de mi Ka siempre me dejaban emocionalmente exhausta.
De repente, me percaté de que alguien me miraba desde el otro lado del campo de fuerza.
Era una chica.
Su nombre llegó como un susurro a mi mente: Ízaro Ko.
Fue la primera vez que la vi. Parecía una muñeca de porcelana.
―Eres muy guapa ―dije en coreano―. ¿Por qué estás en un lugar como este? ¿Por qué no eres idol?
―Deberías preocuparte por ti misma ―replicó ella con indiferencia. Fue su manera elegante de decirme "métete en tus asuntos".
―¿Cuántos metros bajo tierra estamos? ―le pregunté.
Ízaro se encogió de hombros. Se esforzaba por fingir desinterés, pero era evidente que sentía mucha curiosidad por mí. Me pregunté qué tonterías le habría contado Mila, aunque no debía preocuparme por ello. Probablemente Mila me había hecho un favor.
Crucé los dedos para que Ízaro deseara conocerme mejor, puesto que yo creía en el dicho "la curiosidad mató al gato".
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Estar encerrada en una celda, tumbada sobre un camastro de metal, me hizo recordar los deprimentes días de la pandemia. Sonreí al pensar en ello. Todo había cambiado mucho. En aquellos días, le temía a un virus. "Pero ahora me he contagiado de algo peor ―pensé―, algo que estaba más allá de la ciencia y la lógica".
El sonido de unos pasos captó mi atención y me hizo abrir los ojos. A diferencia de mi celda, el pasillo estaba iluminado. Permanecí inmóvil, a la espera.
Entonces vi aparecer a los nuevos prisioneros.
―No... ―susurré, y luego me cubrí la boca con la mano.
Min Jae y Chanty, acompañados de otras dos personas, cruzaron el pasillo, custodiados por soldados. Llevaban finos grilletes de acero en muñecas y tobillos. Horrorizada, vi nítidamente la corriente eléctrica que fluía dentro del delicado metal. Bastaba un solo movimiento brusco para recibir una descarga.
