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Debí suponerlo.

Claro.

Por supuesto.

Y yo, como un bobo, se lo dejé tan fácil. Ni siquiera dudé cuando recibí el cuaderno entre mis manos, no sospeché cuando lo guardé en la mochila, ni cuando él se fue con algo de prisa; de no haber sido por... un dulce derretido que me obligó a sacar mis útiles, no me habría dado cuenta sino hasta llegar a casa de que esta libreta amarilla no tiene la etiqueta con mi nombre, ni de que la letra —además de no ser apuntes de matemáticas— no es mía.

El coraje quiere retenerme unos segundos, pero, si no lo alcanzo ahora, no podré estudiar para el examen del próximo lunes. Así que guardo todo lo más rápido que puedo y corro hacia la salida.

"Oye, te has equivocado de cuaderno", sí, cómo no.

Me apoyo sobre mis rodillas, jadeando, y continúo cuando distingo su cabeza inconfundible entre el resto de los estudiantes.

Da vuelta por una esquina y cuando yo lo hago noto que en vez de acercarme más, se aleja. Su paso es más rápido y su mochila resuena. ¿Acaso... me vio?

"¡Ey!", le grito, pero no es posible que haya escuchado mi voz afónica. O eso pienso hasta que abiertamente comienza a correr.

Voy tras él, negado a que sea una causa perdida. El viento y el esfuerzo hacen que mi nariz se suelte un poco; de verdad que no estoy acostumbrado a esto. En cambio, ágilmente él está logrando que le pierda la pista, sino es porque se encuentra con una cerca de malla a mitad de la larga calle en la que acabamos de entrar...

"Tiene que ser una broma".

Arroja su mochila por encima y él mismo trepa la cerca y ambos caen del otro lado sin dificultad, siguiendo su camino.

La cerca se agita violentamente a medida que mis manos escalan aferrándome a ella, más que irritado. Seguro que la escucha, pero lo ignora. Ahora no sé muy bien cómo bajar. ¿Cómo lo ha hecho él? Las puntas de los alambres que sobresalen hacen presión en mi abdomen, me apresuro a seguir, pero uno de mis pies no puede moverse, mi otra mano tampoco. ¿Me he atorado? No puedo ver exactamente cómo para desengancharme, así que tiro y tiro; las puntas en mi abdomen duelen. No puedo; él ni siquiera ha volteado, se aleja; necesito...

—¡Ayuda!

Sus labios están entreabiertos en el instante en que se ha girado e inmediatamente corre hasta aquí, librándose de su mochila y auxiliándome.

—¿Estás bien? —Luce muy confundido y preocupado.

Desabrocho un poco mi uniforme y examino por debajo de la camisa blanca, encontrando aliviado que —dolor aparte— no hay mancha.

Respondo que sí y permanezco recargado en el muro al que él me ayudó a acercarme. Mi aliento se estabiliza y la expresión confundida en él es la que aún queda. Mira a la cerca, a la calle, me ve a mí.

—Disculpa —digo abriendo mi mochila y sacando de ella el objeto—. Creo que te equivocaste de cuaderno.

Sus pobladas cejas lo observan fruncidas, lo toma para ver una de las páginas y finalmente se levantan. Los colores también suben por su rostro. Articula un ruido incomprensible, apenado y se apresura a agarrar su mochila y entregarme lo que es mío.

—¡Lo siento mucho! —se disculpa inclinándose—. No me di cuenta —dice asegurándose de que sí es su cuaderno con expresión de alivio y asombro, y algo de la repentina preocupación de hace un momento—. ¡Me salvaste!

—Supongo... —digo aún un poco escéptico— que estamos a mano.

—¡Oh, lo siento mucho! —Procede a mirarme alarmado—. ¿Seguro que estás bien? —"Estoy bien", respondo—. No tenía idea de que estabas siguiéndome.

—¿Y por qué huías? —cuestiono racionalmente incrédulo.

—Oi, Choromatsu... —me nombra tras el silencio con el que hizo a un lado mis palabras, mirando a la cerca y a nuestro lado de la calle—. ¿Vas por este camino?

Cyan [Osomatsu-san]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora