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El día está precioso. Sol en lo alto, las hojas de los árboles saludando gentilmente, un bonche de personas también han decidido que es un perfecto día de verano para salir.

Ahí está. Casi no lo reconozco, pero en cuanto lo hago, le regreso la sonrisa y viene hacia aquí, a la sombra de la fachada de una de las tantas bibliotecas que visitaremos hoy.

Es la primera vez que lo veo en ropa casual, en lugar del uniforme de la escuela. Ahora el look está completo. Los pantalones azules, la chaqueta de cuero, los lentes de sol y, claro, su beanie negra, estoy seguro de que esta es la imagen que quiere aparentar, incluso se ve bastante cómodo consigo mismo. ¿Eso es una pulsera de remaches?

No tardamos mucho en el primer establecimiento porque en seguida nos dijeron que no tienen el libro que buscamos. Ni en el segundo. En el tercero tuvimos que hacer búsqueda manual —porque, a diferencia de los anteriores que usaban un sistema computarizado, en este tenían los títulos organizados en tarjetas—, el cuarto estaba cerrado por remodelación, el quinto tampoco lo tenía. Y después de abandonar el sexto, y dándonos cuenta de que la siguiente biblioteca quedaba más lejos de lo que estábamos dispuestos a ir a pie, ambos estuvimos de acuerdo en parar a tomar un aperitivo.

—¿Estás cansado? —Como siempre, me chequea, y aunque seguramente lo dice por la manera en que estoy recargado en la silla del localito de postres, niego porque sería exponer mi vida sedentaria—. Bueno, igual podemos tomar el tren para la que sigue.

Extiendo sobre la mesa el mapa en el que hemos marcado los lugares y señalo uno en particular.

—¿Qué tal si ahora vamos desde la más lejana a la más cercana? Además, esta es la biblioteca más grande de Tokyo, es más probable que el libro que buscas esté ahí a que lo tengan en una biblioteca más pequeña.

—Debimos de empezar por ahí, ¿verdad?

—Al menos ahora sabemos dónde quedan las bibliotecas más cercanas.

—Ya había encontrado uno del mismo autor, por eso pensé que tendrían el otro también. Y en internet solo puedes comprarlo pero el precio es realmente elevado... —Su voz se va haciendo más débil, más insegura—. De todos modos, no es como que lo "necesite"...

—Vamos —digo mirándolo con firmeza —. Hay que encontrar ese libro.

Guardo mi mochila en un locker mientras que Karamatsu tipea en una máquina a un lado de la entrada que recién atravesamos.

—... Stanis... Sección especializada; segundo piso.

Se ha excitado demasiado que corre escaleras arriba y recorre los estantes sin parar. Cuando llego yo, sostiene el libro entre sus manos como si fuese un lingote de oro y sus ojos reflejaran su centellear.

—Amable caballero —se dirige a un joven que asume es un bibliotecario, puesto que le ve acomodando libros a unos estantes de nosotros—, ¿qué necesito para llevarme este libro a casa?

—Este libro... Lo siento, este libro no te lo puedes llevar. Ningún libro de la sección especializada está disponible para préstamo. Pero siempre puedes venir a consultarlo.

El rostro de mi amigo se convirtió en el de un entero desahuciado. Apenas le quedan fuerzas para agradecer y preguntar:

—Voy a leerlo un rato... ¿Dónde lo pongo al terminar?

Karamatsu mira las páginas con el corazón roto, las pasa con una caricia. En esta mesa solos, en silencio, rodeados de libros, él no se puede concentrar. Lleva las manos a su cabeza y luego la deja caer sobre el libro abierto, pero recapacita y lo saca de debajo para solo hacer contacto con la madera, porque el libro es demasiado sagrado para ese trato.

Intento no mirarlo con pena. Esto no está bien. Él no debería de verse así.

Cambio de asiento, antes de frente, ahora a un lado de él, y le hablo quedo en el oído.

—¿Qué crees que haría él en esta situación?

Se ha quedado helado, es muy probable que, por sus emociones, no se hubiera dado el tiempo de pensar en eso hasta ahora. Me enderezo a la espera, pues sé que lo está considerando seriamente.

Después de un rato, su respiración ya habiéndose puesto pesada, apoya las palmas en la mesa para levantarse y clavar sus ojos en los míos, consintiendo que vea en ellos el conflicto que le causa la respuesta.

¿Querrá que lo aliente?... ¿O, más bien, que lo detenga?

Salgo por la puerta cerca de los lockers, la misma por la que entramos, con mi mochila bien puesta y camino en dirección a la salida del parque en el que está la biblioteca. Apenas pongo un pie en la acera de fuera cuando oigo detrás de mí el pitido de una alarma y el consecuente grito de: "¡Seguridad! ¡El de la chaqueta de cuero!", y no pasa un segundo cuando una ráfaga oscura rompe el aire a un lado de mí. Volteo hacia los guardias corriendo hacia acá y luego alcanzo a ver a Karamatsu girar por una calle. Ellos ya no podrán verlo, así que, al llegar a mi lado, les señalo:

—¡Se fue por ahí!

Y ellos no lo cuestionan y yo retrocedo una calle antes de huir en dirección contraria.

Encuentro el parque más cercano, que no es que esté a menos de unas cuatro calles, y entro en un espacio que hay en uno de los juegos, justo debajo del tobogán, como una gran caja de madera, y Karamatsu entra en seguida y le apremio para que se quite la chaqueta, luego la camisa sin mangas, mientras yo me quito mi camisa de cuadros verde e intercambiamos, a excepción de la chaqueta, los lentes de sol y la pulsera que escondo en la mochila. Ajusta bien el libro con ayuda de su cinturón, y se asegura de que no se note a través de la tela.

Por fin me detengo a observarlo, exhala por la boca, tratando de estabilizar su agitación, la cara roja y brillante de sudor, aún no se le pasa la adrenalina y tampoco parece querer que eso suceda ni darse cuenta de lo asustado que se ve.

Estiro el brazo para quitarle su beanie y tocarle el cabello, un poco la oreja y le seco el sudor que puedo con el gorro antes de también guardarlo tras mi espalda.

—Hay que conseguir un cutter para sacar la barra magnética que está entre el lomo y la cubierta. No podemos arriesgarnos a que nos delate un detector de metales o algo por el estilo.

Y lo bueno que lo hemos hecho, pues nos encontramos algunos patrulleros con unos pequeños aparatos con ese fin en el arancel del tren —y eso que abordamos en estaciones distintas—. Quién imaginaría que harían tanto escándalo por un libro.

Cyan [Osomatsu-san]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora