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¿A dónde quiero llegar?

Al salón del club de teatro, concéntrate.

Sí, sí, ya voy.

Solo que ando despacio, pues con cada paso siento remover el puzle con fragmentos que yacen desordenados en mi cabeza.

Los oigo deslizarse a la izquierda, a la derecha. Piezas con citas sobre actuación, piezas del libreto, piezas de la obra, piezas de Shakespeare, piezas de nombres nuevos, piezas de caras con qué relacionarlos, piezas de box, piezas de música, piezas de días, de fechas, en algún lado debe de haber piezas de deberes, piezas en inglés, piezas ruidosas, muchas, muchas piezas en blanco y piezas oscuras; pero sobre y entre todas ellas, creo siempre ver, últimamente, piezas del rostro de Choromatsu. Aun si es un pómulo, aun si es una oreja, una espinilla o la punta de una nariz, sé que es de él. Pero como un cubo de Rubik, cada movimiento desacomoda las piezas, de modo que nunca tengo la imagen completa. Eso y que siento estar armándolo a tientas.

Solo quiero algo de... claridad.

Para ver... ¿Qué es lo que quiero ver?

Me detengo a suspirar por última vez antes de abrir la puerta a un mundo distinto, uno de luz, donde hay esperanza y creatividad, infinidad de futuros y materia para crearlos, donde mis fantasmas no pueden entrar. Porque si la ficción se apegaba demasiado a la realidad, ¿dónde quedaba la actuación?

O eso pienso... hasta que la realidad vuelve a golpearme con los rostros fastidiados y aburridos de los escasos miembros del club.

Identifico algunos conocidos y otros que ni siquiera recuerdo haberlos visto en la escuela, pero lo más maravilloso es la presencia de Todomatsu —aunque el otro día él también ya estaba aquí...—, que dos chicas han aprovechado para hacer migas con él.

Mal disimula una cara cuando me acerco a saludar e inquirir amablemente:

—¿A quién estamos esperando?

—¿A quién crees que estamos esperando? —Se mete Dobusu alzando la voz... No, ella siempre habla alzando la voz—. A Iyami-sensei, idiota. Si no fuera porque lo mandaron a supervisar las actividades del club, no estaríamos aquí.

—Confirmo —dicen en unísono las gemelas Sacchi y Aida, incluso reventando sus bombas de goma al mismo tiempo.

¿Aún no es hora?...

Las puertas abriéndose con un lento, pesado y avejentado sonido, como si gimieran en voz alta su abandono, nos hacen voltear a la figura alta y respingona que atraviesa por ellas, andando muy consciente de que el reflector —nuestras miradas— está sobre él, pero nada amedrentado por ello, manejándose en un guion perfecto, en un escenario, en una realidad que es suya. De pronto el mundo se reduce a la enigmática esencia oculta en una carcaza de huesos, cabello largo, bigote recortado y traje de un fuerte y llamativo rosado. Pero su cualidad más sobresaliente se revela en el momento en que se detiene frente al grupo y se digna abrir la boca.

Tiene unos enormes dient...

—¡¿Pero qué es esto?! —Y una voz gritona y chillona. Así que este es el maestro al que apodan "Señor conejo"... Oigo risas reprimidas—. Hay polvo por todas partes, parece teatro abandonado... —Manotea como para quitárselo de encima—. Y aún así la palabra "teatro" le queda demasiado grande, no le llegaría ni a los talones a uno. Y pensar que en mis mejores años actuaba en los más prestigiosos teatros de París, ¡de toda Francia! —Se lleva una mano a la frente, inclinándose hacia atrás y sus ojos se tornan los de un sincero soñador—. Nuestra compañía era la más aclamada, sold-outs por todo el mundo. —Pero solo por un momento tras el que vuelve a desdeñar la sola existencia de todo a su alrededor—. Y ahora... Reducido a enseñar arte a unas "mentes" que no saben apreciarlo. —Mueve una silla para sentarse justo frente al foro—. ¡Venga, muéstrenme lo que tienen, terminen con este desesperanzado corazón! ¡Tú, la de trenzas, al escenario!

Cyan [Osomatsu-san]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora