XVII

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Una vez, cuando Jimin era pequeño, encontró a sus padres besándose en la cocina. No era nada como lo que había visto antes, no un simple roce de labios que papá le daba a mamá antes de ir a la empresa. Su padre sostenía a su madre por la cintura y el cuello, con fuerza pero al mismo tiempo delicado como si ella fuera una rosa del jardín. Mamá tenía los ojos cerrados y parecía como si estuviera recibiendo estrellas en los labios.

Jimin sólo había visto besos así en las películas que Jihyo rentaba a escondidas de sus padres. Un beso de adultos, le dijo su hermana cuando preguntó lo que sucedía, los que se dan las personas cuando se aman y su alma necesita de la otra para sentirse completa.

Varios años después de eso, cuando Jimin estaba en primaria, sus amigos hablaban con risas sobre besarse con otros chicos y las cosquillas que sentirían en su primer beso. Sonaba tan hermoso y suave como en las películas y cuentos de hadas.

El primer beso de Jimin fue horrible. Tenía catorce años y Hyewon lo besó dentro de un armario luego de jugar a la botella en una pijamada. Ella sabía a pizza y soda de lima, pegó sus labios grasientos a los suyos y luego intentó meterle la lengua sin avisar. Jimin no se lo dijo a nadie, porque no quería que dijeran que era cobarde o miedoso, pero lloró con Jihyo todo el fin de semana porque su primer beso había sido un fracaso.

Con el tiempo aquel asunto mejoró; otras personas, otras experiencias, algunas buenas, otras malas y alguna que otra maravillosa. Jimin vivió la gravedad de besar con dulzura, con pasión y hasta con odio. Descubrió matices de caricias, sabores, colores y lugares donde no sabía que era posible besar.

Oh cielos, cómo extrañaba eso.

Aunque esa sensación que nacía en su pecho y se extendía a todas partes no era precisamente por extrañar, sino algo más simple, más primitivo: desear.

La curvatura suave de un puente de cupido sólido, el grosor atrayente y la suavidad exquisita. Namjoon tenía labios preciosos, tan sexys, tan... tan todo.

Y ahí estaba de nuevo, siendo raro. Aunque, ¿no había sido Namjoon el que dijo que todo era raro entre ellos? Por supuesto que lo era, toda la situación era estúpidamente absurda.

Él, ellos dos, en una cama, amaneciendo juntos.

Habían pasado casi dos semanas desde que Namjoon y él habían desechado el acuerdo y habían empezado a tener las "citas" en la casa del omega en lugar de hoteles. Ciertamente, era más cómodo y más privado, pero también más peligroso. Sobre todo si cada vez que despertaba, Jimin se quedaba mirando a Namjoon dormir y su mente se inclinaba a rumbos escabrosos y extraños que no se atrevería a decir nunca en voz alta.

Probablemente, si Namjoon despertara en ese instante y descubriera a Jimin mirándole la boca como si fuera un dulce, se asustaría en serio. Al menos eso creía Jimin, que el alfa huirá en cualquier momento si notaba la forma perversa en la que a veces, muchas veces, solía mirarlo.

Son las feromonas, son las feromonas, repetía como un mantra silencioso, tratando de convencerse a sí mismo de que todo era un artilugio de su mente, que no había manera de que esa inquietante atracción tuviera lugar en su razón. Pero las feromonas no justificaban su mirada pesada y ansiosa sobre los labios ajenos.

¿Namjoon sería de los que besan de forma tierna y mesurada o de los que roban el aliento y electrifican el aire?, ¿Serán sus labios cálidos como sus manos en el vientre de Jimin?, ¿Qué sabor tendrá?

¡Basta!

—Jimin... —murmuró el alfa con los ojos cerrados todavía, lo que no ayudaba al más joven a saber si seguía dormido o lo había descubierto siendo espeluznante. El pecho de Namjoon aún subía y bajaba tranquilo, su brazo derecho todavía rodeando a Jimin cerca, los ojos cerrados y la boca... dioses, qué boca— Jimin...

Plan B -NamMin°Minimoni-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora