Capítulo 1

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(Suly)

Dicen que después de un verano nunca nada vuelva a ser igual. Que las cosas cambian, que nosotros no volvemos a ser los mismos. Que en esos meses pueden cambiar los planes, los sueños, los sentimientos y que irremediablemente siempre hay que decir adiós, porque a veces aunque duela, eso es lo mejor.

Yo había perdido muchas cosas durante los últimos veranos: a mi mejor amiga, a mi hermana del corazón, a mi abuelo, a mi fiel e inseparable cachorro... y encima comenzaba mi último año del instituto, dentro de pocos meses llegaría la hora de dejar atrás a muchos amigos, compañeros, profesores y recuerdos, y sí, es cierto que ya lo había hecho antes, incluso más veces de la que me hubiera gustado, pero eso no hacía que doliera menos, al contrario me recordaba que siempre que quería algo, tenía que decirle adiós.

Las despedidas nunca se me han dado bien, porque es cierto eso que dicen que no es hasta que se va alguien de nuestras vidas que sabemos cuánto nos importó. Las personas están de paso, unas llegan otras se van, es imposible saber por cuánto tiempo las tendremos y desgraciadamente, no siempre tenemos la oportunidad de decirles te quiero por última vez.

Hoy, al igual que cada año, me encontraba llorando nuevamente frente a la tumba de la única persona en el mundo que no me había abandonado mientras vivía, que nunca me defraudó, que nunca me mintió, ese era mi abuelo, Don Esteban Duarte, el mejor ser humano que conocí y un lector incansable, el que me cuidó siempre y se comportó como un verdadero padre, el que me enseñó a montar bicicleta, a leer  y que me dio las mejores enseñanzas de vida cada día, preparándome para cuando él ya no estuviera.

Solo que nunca me dijo lo que se sentía tener que levantarse y ver que estaba sola, porque él ya no vendría a darme un beso de buenos días, ni a decirme que me hacía tarde para ir a la escuela, hacían 8 años de su muerte, 8 años desde que me tocó regresar a casa, a ese lugar en el que fingíamos ser una familia perfecta, un pequeño apartamento sin muchos lujos, solo con las comodidades necesarias para vivir, las cuales tenían un precio muy caro... el abandono.

Mi casa solía ser la envidia de la mayoría de mis compañeros, de esos que creían en la perfección sin conocer lo que éramos en realidad dentro de esas cuatro paredes, ellos siempre decían que ese lugar tenía algo que te atraía a regresar una y otra vez, pero yo solo sentía la necesidad de salir corriendo de allí...

La familia perfecta estaba integrada por mi madre, la distinguidísima señora Sofía Duarte y la cual nunca me ha demostrado cariño, ni me ha brindado su atención; mi padre, el gran médico Rafael Mirabal, que desde que nací me defendió, pero que cuando cumplí los 5 años se cansó de hacerlo y me dejó con mis abuelos maternos, con tal de mantener su matrimonio; mi hermana, Lía, mi consentida y la única razón por la que aún sigo en esa casa, tiene 6 años y es demasiado pequeña para entender la realidad; y bueno la oveja negra de la familia, yo, una chica de 17 años que se ha esmerado toda su vida por ser perfecta, soy la mejor de mi clase, mi cuarto es una colección de reconocimientos, cuido de mi hermana pequeña, soy fan de la música y de la literatura, y por supuesto una poeta incansable cuyo mayor sueño es llegar a ser escritora, un reto que nadie cree que pueda cumplir, ni siquiera mis padres.

Muchos piensan que no se debe soñar, que los sueños son hilos invisibles que solo nos mantienen aferrados a algo imposible, a ilusiones que no sirven de nada, porque ellos piensan que los sueños suelen romperse, porque con el tiempo te das cuenta que solo fueron un recuerdo de lo que querías y no conseguiste, pero yo siempre he preferido intentarlo.

En el mundo actual la imaginación y la ilusión era lo único que me mantenía a salvo de la imagen que todos tenían de mí, una aburrida para todos mis compañeros.

Divididos (Parte 1) [Borradores]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora