Capítulo 19

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SANJI

Corrió hacia la casa de Harold, guiado por la señora Aldáz y el pequeño Miguel. En cuanto entró a la casa, supo que lo que sea que había ocurrido anoche, debió ser un acto brutal y sin una pizca de misericordia.

El sitio era un caos. Varios muebles estaban en el suelo, rotos. También, había varios papeles y carpetas desperdigados por todas partes. Avanzó hacia el salón, donde Harold estaba en el suelo, echado sobre su espalda y rodeado de un par de policías y de un doctor.

Miró alrededor. Una silla estaba en la mitad, con lo que parecían restos de una soga. Supuso que allí lo mantuvieron cautivo mientras lo torturaban. Pobre alma.

El doctor del pueblo, Richie, se encontraba al lado de Harold. Revisó su pulso, y asustado, llamó a Sanji.

-No le queda mucho tiempo, padre.

Él se arrodillo de inmediato. Harold se veía en condiciones deplorables, con varios cortes por todo su cuerpo. Incluso sus brazos fueron cortados innumerables veces con algún material filoso. La sangre abundante se reunía en un charco bajo ellos.

Lo tomó de la mano, intentando no provocar más daño. Harold, a duras penas, abrió los ojos.

-Padre,...-Habló para sorpresa de todos los presentes.- Perdóneme por todo mal que hice.

-Hijo mío, mediante esta santa unción, que el Señor en su amor y misericordia te ayude con la gracia del Espíritu Santo. Que el Señor que te libera del pecado te salve y te resucite.- Dijo con prisa a la vez que lo persignaba.- Amén.

-Amén.- Repitió Harold antes de cerrar los ojos y dejar ir un suspiro cargado con su última chispa de vida.

Richie midió su pulso y con un rostro de derrota, apuntó la hora de la muerte.

Sanji se levantó con las rodillas temblorosas. Caminó a través del pasillo de la entrada, sosteniéndose de las paredes. Era la primera vez que tenía que hacer aquel sacramento, sabía que sería duro la primera vez. Ver a alguien morir siempre es difícil, sin embargo, hacerlo en aquellas condiciones le revolvió el estómago. No conocía suficiente a Harold, pero nadie en el mundo merecía una muerte tan violenta. Nadie merecía la muerte a manos de otro que no fuera Dios.

Salió de la casa justo a tiempo y sin poder aguantar más, vomitó sobre el césped del jardín delantero ¿Que ocurría con su pueblo pacífico?

-Padre Sanji, ¿está bien?- La señora Aldáz, que se había quedado afuera con su hijo, corrió a ayudarlo.

-Sí, sí. Disculpe. Estoy bien.- Sostuvo su brazo para estabilizarse. No quería que el pequeño Miguel lo viera en ese estado.

-Podemos acompañarlo a la iglesia, no se ve bien.

-Le agradezco mucho.

En silencio, los tres caminaron de vuelta al centro del pueblo. Al menos hasta que la mamá de Miguel mencionó, con la voz cargada de temor:

-Padre, escuché de los investigadores que el caso es similar al asesinato del ministro. Parece un robo, pero ningún objeto de valor desapareció.- La mujer miró a su hijo y apretó su mano.- Tengo miedo. Miguel y yo vivimos solos,...

-No tema, señora Aldáz. Estoy seguro de que atraparan al perpetrador lo antes posible.- Dijo Sanji no muy seguro de su propias palabras. -Hasta mientras, recuerde poner seguro en sus ventanas y puertas nada más anochecer.

-Lo haremos, padre. Es solo que estoy tan confundida, este sitio siempre ha sido seguro.

-Recemos porque sea algo temporal.

Perdona mis pecados (ZOSAN +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora