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No hay sentimiento más contradictorio que el que sientes cuando tú mente te dice que te alejes y tú corazón te implora que te quedes.

Me había quitado el yeso por la incomodidad, Ehla no lo había notado, estos humanos. Noté que se me comenzaba a mojar la ropa. Y aunque fuese en silencio podía sentir claramente estaba llorando. No entendía por qué. ¿Había hecho algo malo?

Esto me asustó en su momento, la perspectiva de que yo hubiese hecho llorar a Ehla sin siquiera darme cuenta. Tal vez ella no quería dormir conmigo o se sentía incómoda. Me removí un poco para mirarla mejor.

—¿Estás llorando Ehla? —le hice una pregunta de esas tan tontas que tanto odiaba porque efectivamente sabía la respuesta.

—No que va, es solo que estar de lado se me ruedan lágrimas.

Si que me había pasado eso muchas veces, pero no era por eso. Fruncí el ceño por su mentira tan descarada.

—Entonces si estás llorando.

Traté de insistirle haber si podía sacarle algo más pero ella simplemente gruñó algo molesta.

—Te dije que no.

Alzó la vista hacia mi e inmediatamente quité la mirada del techo para observarla. Abrí los ojos levemente en cuanto le miré el rostro. Se nota que había pasado la mano por su cara para quitar las lágrimas pero, no era agua lo que tenía su rostro sino sangre.

El pecho se me contrajo en un dolor que me supo amargo. Sabía perfectamente que significaban esas lágrimas. Lo que no entendía que era lo que hacía sufrir a Ehla por mi. Vale, teníamos algo raro pero era con la Ehla de los veinte minutos, no con la de siempre. Era con la Ehla a la que le decía todo porque sabía que en veinte minutos lo olvidaría, que no me daba miedo. Esta Ehla...era más real, era realmente diferente.

—¿Qué? —me preguntó. Seguro que mi cara era un poema.

No sabía siquiera como le estaba mirando pero de alguna forma se debió sentir insegura o incómoda porque bajó la vista

—Kang —su voz sonó asustada— tienes gotas de sangre en tu pullover, estás sangrando.

—No —respondí— estás sangrando tú.

Se miró las manos buscando un indicio de alguna herida en ellas pero no halló nada.

—Estas llorando sangre —le concedí.

Se pasó los dedos por la cara quedándose paralizada al verlos. Miró también la manga de su abrigo notando que tenía unas gotas también del rojo carmesí. Suspiró recostando la cabeza en mi pecho pero la alzó rápidamente enarcándome una ceja.

—Esa mano —me miré la mano sin comprender lo que quería decir— ¿no debería haber un yeso ahí?

Traté de pensar a toda velocidad pero era imposible mentir la verdad.

—Es que me molestaba para dormir y me lo quité.

—¿O sea que yo, yo, estuve haciendo de esclava para que no tuvieses nada? —preguntó molesta.

—¡Tendré el yeso diecisiete días —me quejé como si eso fuese lo peor del mundo—, además yo no te obligué.

—Mira Kang...

—Hora de dormir —le corté antes de que nuestra pequeña discusión llegase hasta la mañana siguiente.

Giré para que ambos quedasemos de lado en la cama, puse mi mano bajo su cabeza como si fuese su almohada, la tenía tan cerca que su respiración chocaba con mi cara, nuestras frentes se rozaban. Mi otra mano estaba en su cintura pegándola a mi. Metí mi cara en el hueco de su cuello tratando de sentir su olor más cerca de mi. A Ehla se le puso la piel de gallina.

Un demonio para ella [libro #2] [Pausada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora