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Los cuentos de hadas superan la realidad, no porque nos digan que  existen dragones. Sino porque nos dicen que podemos vencerlos.

Me miré fijamente en el espejo mientras me cepillaba los dientes. Era eso, había estado batallando conmigo mismo todo este tiempo por eso. No es que fuese más débil que otros, es que a diferencia de todos, mis demonios se manifestaban de otras formas. Yo soy mi propio demonio, cierto es que no hay peor enemigo que uno mismo. Escupí el agua para agarrar la toalla y secarme el rostro mojado.

Luego coloqué la toalla entorno a mi cuello. Acercándome a la puerta para abrirla noté que esta estaba atorada y pronto el lugar dio vueltas en círculos dejándome en un pueblo que por las vestimentas que se portaban no era una época muy cercana. Me miré a mi mismo, la ropa también había cambiado.

Caminé entre la masa de personas alegres que iban de un lado a otro con cestas llenas de polvos coloridos y flores. Había música abundante, e incluso los más pobres estaban danzando. Un grupo de cabellos se arrodilló ante mí, miré a uno en especial, el de color azul tan oscuro casi negro. Tenía un tono morado claro en sus ojos ausentes de pupilas. El de la crin verde se me acercó con un gesto tierno, parecía que necesitaba una caricia.

Pasé mi mano suavemente por el pequeño potro. Por el rabillo del ojo noté que un joven se acercaba, debía ser poco mayor que yo, quizás la edad de Alex. Detrás suyo se apareció quien debía ser su padre o el dueño del local, ambos miraban a los caballos arrodillados con algo de asombro.

—Son suyos señor —dijo el hombre mayor quitándole la soga a los seis animales.

—No podría pagar esto —digo apresuradamente.

—Son caballos del norte —me específica el joven rubio—, la enmascarada del pueblo los ha traído hace días, uno a uno. Dijo que llegaría su dueño, y que los caballos lo harían saber.

—Pero yo no soy el dueño —insisto.

—Parece que no es de por aquí. Nadie es dueño de los animales o bestias antes de que ellos los elijan. Y estos caballos lo han elegido a usted.

Sin esperan un reproche más de mi parte me tiende las sogas e inmediatamente una descarga me retuerce el brazo de una forma contraria al dolor.

—¿Dónde puedo encontrar a la enmascarada?

—Nadie sabe, apareció hace tres meses, y se fue hace dos semanas. Es una adivina, una bruja y quién sabe qué más sea.

Asentí y di las gracias por los caballos. Seguí caminando a donde mis pies e instinto decían que debía ir. Unas puertas enormes se me abrieron al paso, y el castillo se hizo visto para mí. Un guardia con una armadura color plata se me acercó haciendo una reverencia.

—Es un honor que esté aquí príncipe.

Tras decir esto agarró mi mano haciendo un corte en mi dedo y poniéndolo sobre una piedra común que se volvió un colgante. Me lo puse y dejé que llevasen los caballos al establo mientras una dama de cabellos color musgo brillante me guiaba por el palacio. El lugar tenía una arquitecta grandiosa, era muy brillante y la luz entraba hasta por los lugares donde parecía no podría. Los cálidos colores azúl cielo, blanco, plateado y dorado tan opaco cautivaban los sentidos de cualquier persona.

Un grupo de mujeres con cabellos de agua pasaron a nuestro lado, sobre ellas volaban unas haditas que dejaban caer un polvillo azulado que se desvanecía. Pasamos dos grandes puertas más, y cuando noté que la criada se quedaba a un lado del salón, supe que estaba en presencia del rey.

Un demonio para ella [libro #2] [Pausada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora