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Y me podré despedir de ti una y mil veces, pero seamos realistas, no sé como irme. Ni siquiera quiero hacerlo.

El cabello rojo —que más bien lucía naranja— se ondeaba en el aire junto con aquellas dos cabelleras rubias, una tan clara, casi blanca, la otra tan pura, casi dorada. Parecían más que conocidos una familia, había paz en la mirada de ella, el segundo chico parecía algo más decidido, más maduro, pero podía notar ese rastro de dulzura que se asomaba entre sus cejas gruesas. El tercero se reía sin parar, y felicidad era poco para lo que reflejaban sus pupilas.

La vi sacarse un cuchillo debajo de su vestido. Lo tenía sujeto con un material de cuero, poco más arriba de su tobillo. Presionó la punta de aquel objeto plateado en su dedo, y lo fue deslizando hasta hacer un corte capaz de expulsar una cantidad decente de sangre. A todo esto no puso una sola mueca.

Le extendió el cuchillo al chico más rubio, este hizo lo mismo, pero tratando de ocultar que le dolía un poco y fue el primero en poner su dedo sobre el árbol que lo absorbió generando un brillo que recorrió sus raíces hasta sus hojas para luego sacudirse.

Luego fue el turno del otro chico, respiró profundo mirando el árbol después de haber hecho el corte en su dedo. Colocó su marca y ella le siguió. El brillo del árbol volvió a hacerse presente y tres frutas cayeron delante de ellos.

No sé si fue el poder del lago pero sólo yo notaba el aura delicada que se movía sobre cada uno de esos frutos de color metálico. Los tres las miraron con una expresión de desconsertación. Y como nadie hacía nada, el rubio agarró la fruta antes que ellos. En el momento en que lo hizo el aura brillante que estaba en ellas fue absorbida por su fruta, devorando la de las demás y dejando un fruto seco.

Sin notarlo, se llevó la suya a la boca y luego la escupió por el mal sabor. Ahí fue cuando notó lo que había pasado con las demás y también cuando el reflejo en el agua desapareció.

Veinte minutos antes de que el despertador sonase me levanté directo al baño para vomitar. Le pasé un mensaje a Melanie sobre que no podía ir hoy a su casa para ayudarla ya que me sentía demasiado mal. Estaba peor que nunca. Las letras en la espalda me habían vuelto a salir, las curé en cuanto pude, estaba agotado, la cabeza me dolía al punto de que me molestaba dar un simple paso. No sentía los dedos de la mano, pero sentía perfectamente los de los pies y era incómodo porque me ardían. 

—¡Alex! —le llamé volviendo a meter la cabeza en el retrete.

Sentí sus pasos corriendo apresuradamente. Bajé la palanca sin fuerzas. Sentí las manos de Alex en mi espalda. Una punzada de dolor me recorrió la zona. Me giré para ver sus manos bañadas en sangre.

—Vamos a coser esa herida para que cierre más rápido.

Me senté en la cama mientras Alex hacia su trabajo. El cuerpo se me había dormido y no sentía ni una sola de las perforaciones de la aguja.

—Me lo merezco —digo.

—¿Qué cosa? —pregunta mi amigo.

—Esto —hago un gesto con las manos—. Me merezco todo esto por lo que le hice a Mell.

—No fue tu culpa Kang.

—Dices eso pero si tú hubieses sido el que le acuchilló la espalda también te sentirías así.

Alex se apartó un momento agarrando las vendas. Al parecer ya había terminado de coser la herida.

Un demonio para ella [libro #2] [Pausada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora