32♔ • Mala Suerte

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Tarek

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Tarek

El recuerdo de ese sueño lo estaba volviendo loco. Aún podía sentir la calidez de sus cuerpos en contacto, como él la besaba y le hacía caso a ese instinto animal que gritaba por tomar el control. Sus dedos se divertían jugando con el cabello ondulado que tanto amaba y las leves risas de ella hacían que su corazón latiera de una forma extraña, como jamás lo había hecho.

En nada ayudó despertar abrazado a la causante de sus sueños. Eso solo incrementó el deseo de hacer realidad esas fantasías que se venían formando desde días atrás. En nada ayudaba tampoco ese olor dulce que lo cautivaba al estar junto a ella.

Sabía, gracias al abuelo, que los dragones podían sentir un dulce olor en su pareja cuando llegaba la temporada de apareamiento, lo sabía muy bien y lo que más lo preocupaba era que sentía ese olor en Geraldine.

No quería admitir eso, le aterraba pensar en que sería débil de nuevo si intentaba algo con ella. Pero, sobre todo, le aterraba que ella no sintiera lo mismo, de lo cual estaba casi seguro, y perdiera a la única persona con la que se había sentido identificado en toda su vida

Ese deseo no lo llevaría a ningún lado y esperaba que, con el paso del tiempo, se fuera desvaneciendo, aunque sabía que no sería así.

Mientras se pasaba una y mil veces las manos por el cabello, el enano se acercó a él y le dio un golpe en el hombro.

—Conozco esa cara, ¿tienes problemas con tu chica? No quiero presumir, pero soy un experto con las mujeres. Puedo darte un par de consejos si me devuelves la flauta.

—Sí... Espera, no es mi chica.

—Pero quieres que lo sea. Te ayudaré a conquistarla, pero dame mi flauta.

—¡Sí, dásela! Es un buen tipo, arregló mi bastón. —La voz pertenecía a un anciano que estaba sepultado entre un montón de restos de comida podrida y uno que otro animal muerto.

Lo más importante no era eso, sino que había reconocido la voz. Era imposible olvidar a la única persona que se había preocupado por él cuando era un niño.

El olor nauseabundo llegó a su nariz al acercarse a ayudarlo y lo hizo retroceder de golpe.

—¿Abuelo?

—¡Hijo! Qué bueno verte. ¿Quieres hacerle un favor a este viejo y sacarlo de aquí? El joven Robin apenas y pudo sacar mi bastón.

Tarek se apresuró a ayudarlo a salir de ese montón de fruta podrida. El ancianito tardó un rato en sentarse mientras reía sin parar y quitaba algunos gusanos de su barba descuidada.

—¿No estabas en peregrinación?

—Los gigantes pueden ser muy astutos si de capturar viajeros en el bosque se trata —bostezó un par de veces y se acomodó de nuevo, usando unas ramas como cama—. Buenas noches.

—Yo también quiero dormir —dijo el enano y se acostó al lado del abuelo—, no tardamos en llegar. Cuando estemos de nuevo con las chicas vemos cómo salir de esto.

Tarek suspiró, aceptando las similitudes que tenía el abuelo con el enano fastidioso. 

Muy contrario a ellos, él no podía dormir ni relajarse, no entre esas moscas y el constante recordatorio de que Geraldine estaba en peligro en otro saco. Lo único bueno de su encuentro con los gigantes era que por fin sabía algo del abuelo. Estaba sano y salvo e igual de dormilón que siempre. 

—Te veo pensativo, hijo. ¿Pasó algo en mi ausencia?

El anciano se acomodó mejor, de modo que podía verlo entre las costillas de lo que debió ser un alce.

—Encontré a alguien como yo —dijo Tarek e intentó ocultar una sonrisa—. Es una chica, pertenece a la familia real.

—Ella también...

—Tiene escamas, pero le es imposible convertirse en dragón.

—Me gustaría verla.

Sonrió al saber que Geraldine por fin conseguiría las respuestas que tanto deseaba. Después de eso, ella seguiría con su viaje y él... bueno, ambos tomarían caminos distintos.

El balanceo incesante del saco en donde iban se detuvo, borrando ese extraño sentimiento de vacío en su pecho al pensar en que difícilmente volvería a verla de nuevo.  

El abuelo y el enano no tuvieron más opción que sentarse cuando la gigante abrió la bolsa para tomarlos uno por uno. Los tiró sin delicadeza dentro de lo que debía ser una canasta de madera y Tarek esperó paciente a que dejaran a las mujeres también con ellos.

Un extraño hormigueo se apoderó de sus manos y pensó en darle un abrazo a Geraldine cuando la dejaran en la canasta junto a ellos. Sin embargo, las gigantes comenzaron a pelear y una señaló su saco roto. La otra le sacó la lengua y dejó a alguien más en la canasta.

Entre toda esa suciedad había una persona y para su mala suerte no se trataba de Geraldine.

—¿Sara?

Tener cerca a esa mujer que en un pasado le causó tanto dolor no le importó. Geraldine no estaba y existía la posibilidad de que esas gigantes la tuvieran en otro sitio.

—Perfecto —dijo ella con desdén y caminó a la esquina de la caja—. Mis últimos momentos serán al lado de una bestia, un anciano decrépito y un enano mugroso.

—¿No venía nadie más contigo?

La joven de cabello corto lo observó un rato y después sonrió con burla.

—Sí... Venía otra mujer de cabello ondulado. La gigante la sacó y la partió a la mitad mientras ella gritaba: ¡Tarek, sálvame!

Ese comentario acabó con el poco control que a él le quedaba y tuvo que reprimir las ganas de darle un golpe.

—Mientes —dijo convencido y se acercó a Sara para obligarla a decir la verdad.

La mujer retrocedió lo más que pudo, pero el enano se interpuso en su camino y la hizo caer de espaldas.

—Oye, espera ¿Por qué te importa tanto? —dijo ella y le lanzó un beso tal y como lo hacía cuando vivían juntos—. ¿Entonces es verdad que escapaste con la esposa de Seth Haltow y que te acuestas con ella?

Tarek no contestó, aunque deseaba hacerlo. Estaba muy enojado como para decir algo coherente y sabía que Sara siempre inventaba chismes de cualquier cosa.

—¡Te descubrí! —se carcajeó la mujer y le tiró una manzana podrida en su pecho—. Eres patético. Al final son tal para cual, un bueno para nada y una mujer incapaz de servir como esposa. Pero debes saber en el fondo que ella no te ama. ¿Piensas que dejará a un duque rico por estar con un muerto de hambre como tú?

—No sabes nada de nosotros.

—¿No? Arruinaste mi vida al no contarme que eras una bestia. Nadie me creyó y me llamaron loca. Mi familia me repudió después de eso y no tuve más opción que volverme la ramera de ese asqueroso barón. Y todo por tus malditos secretos. En lo que a mí concierne, no descansaré hasta verte sufrir y le abriré los ojos a esa chica para que vea la clase de bestia que eres.

Tarek no tuvo ni tiempo de contestar a sus amenazas. Las gigantes estaban de regreso, con otro saco que no paraba de moverse.

✨¡Gracias por leer!✨

Al Caer Su Reino ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora