04♔ • Ataque

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Podía escuchar su pesada respiración y no terminaba de comprender lo que le había pasado

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Podía escuchar su pesada respiración y no terminaba de comprender lo que le había pasado. Necesitaba ayudarla, pero mi mente era un caos y el temblor en mi cuerpo solo aumentaba mi nerviosismo.

—Miriam... —sollocé al sentir la sangre en las yemas de mis dedos.

Con todas mis fuerzas empujé la puerta y su cuerpo cayó sobre la maleza. Respiré un par de veces más y fui incapaz de seguir sin hacer nada, así que me senté a su lado y la moví para examinar mejor su herida. En su espalda tenía un corte demasiado profundo, donde la sangre salía a bastedad y manchaba su vestido amarillo.

—Voy a ayudarte. Por favor, resiste.

Sus ojos se cerraron lentamente y entré en desesperación. Debía buscar ayuda y en mi mente solo apareció el rostro de Conrad. Todo era un caos y su ausencia no ayudaba en nada. No había visto a mi guardia desde que partimos del castillo de mi padre. Supuse que iba atrás, escoltando el carruaje, pero me equivoqué. ¿Y si él también estaba herido?

La única luz era una antorcha no muy lejana y creí que algunos guardias estarían en ese lugar. Me fue difícil orientarme hasta que recordé que en esa dirección estaba la casita donde el viejo Sorian quería que ambos durmiéramos.

Corrí sin pensarlo para pedir ayuda. Esquivé cada arbusto y árbol que aparecían en mi camino y, bajo la luz de esa antorcha, pude ver mejor mis manos manchadas de sangre. Eso solo me hizo apresurar más el paso.

Al llegar, empujé un poco la tela que cumplía la función de puerta de la casita más grande y entré rápido, no podía perder más el tiempo. El lugar estaba desierto y un mal presentimiento se alojó en mi pecho cuando comprobé que no quedaba ni un solo guardia.

El olor desagradable me hizo quedarme en la entrada y no explorar el lugar. Olía a tierra, sudor y cerveza. Decidí entonces correr más arriba para buscar a Conrad, pero el sonido de unos pasos me hizo esconderme.

—Lo encontré por los carruajes, el muy idiota creyó que podía huir —dijo una voz que no reconocí.

Provenía de un hombre alto y, a pesar de la oscuridad, pude ver que traía consigo al viejo Sorian. Este estaba muy golpeado, llevaba únicamente un pantalón rasgado y ya no usaba las joyas que tanto presumía.

—Por favor yo... les daré oro, mujeres, lo que sea.

—De nuevo mintiendo —dijo aquel misterioso hombre y sus dos acompañantes rieron.

—¡Hablo en serio! —gritó desesperado—, vayan al último carruaje, encontrarán oro y una jovencita. Tomen todo lo valioso y...

No le dio tiempo de terminar. El hombre misterioso levantó su espada y atravesó el pecho de Sorian. Después lo tiró al suelo y le cortó la cabeza con completa calma.

—Fue más fácil de lo que pensé —levantó su mano y enseñó lo que quedaba del señor Haltow—. Está hecho, ahora...

Me negué a seguir viendo como la sangre caía de la cabeza cercenada, así que salí corriendo aún sorprendida y sin poder borrar de mi mente esa escena. Lo que no esperaba era resbalar con mi propio vestido. Mis piernas se enredaron en la tela y caí al suelo, lanzando un chillido. Inmediatamente, llevé mis manos a mi boca y no sirvió de nada. Me habían escuchado.

Al Caer Su Reino ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora