Pasó una semana. Una maldita semana desde que Conrad partió. No tenía noticias de él y eso me preocupaba. No paraba de pensar en los motivos que lo llevaron a retrasarse tanto y sobre todo estaba consciente que, si algo malo le pasaba, era mi culpa.
Seth ya había regresado de su viaje al castillo del rey y no podía estar más nerviosa. Lo evité durante varios días, lo que me ayudó mucho a pensar con claridad y darme cuenta de una cosa: estaba loco. La docena de guardias que me seguía a todas partes podía confirmarlo. Era estúpido que no pudiera ir ni al jardín sin ser vigilada y controlada por hombres que no conocía. O Seth ya sospechaba de mi plan para escapar o algo malo había pasado. Esa situación me recordaba a la locura de mi padre años atrás, después de los ataques.
—Está exagerando —dije en un susurro y Fiorella pareció escuchar—, no puedo ni comer tranquila sin que estos hombres estén pendientes de lo que hago. Estoy segura de que van a contarle todo a Seth, hasta el color de vestido que llevo puesto.
—Lo hace porque se preocupa por ti.
—¿Es una broma? No me conoce, somos dos completos extraños.
—Jamás había actuado así. Créeme cuando te digo que lo he visto diferente.
—Si tú lo dices.
No tenía caso discutir con Fiorella por eso, no cuando buscaba siempre darle la razón a su hermano.
Dejé a un lado la taza con té y le puse atención a uno de los guardias que venía corriendo como un loco.
—Mi señora, la solicitan en el despacho. Es urgente.
Me puse de pie un tanto temblorosa y murmuré una seca despedida a Fiorella, que había sido mi acompañante en todos esos días de aburrimiento. Pues bien, al parecer Seth se había recordado de mi existencia y pedía verme.
Mis zapatos resonaron por el pasillo, bajo la atenta mirada de los guardias que me seguían día y noche. Al llegar a la puerta, respiré para relajarme y toqué dos veces, después entré sin esperar respuesta. Seth estaba parado de espaldas, contemplando la vista del jardín por la ventana. Al percatarse de mi presencia, se giró y me dio una sonrisa genuina. No supe como interpretar eso y me quedé parada cerca de la puerta. Olía bien y se notaba que se había cambiado de ropa. Su cabello rubio caía de forma desordenada sobre sus hombros y su barba de varios días, junto con un par de diminutas cortadas en su mejilla, indicaban que había sido un viaje duro. Cuando sus ojos hicieron contacto con los míos, levanté la cabeza y sostuve su mirada.
—¿Me buscabas?
—Yo también me alegro de verte, esposa.
—No hace falta que mientas —reí—, ya puedes decir que quieres, estoy ocupada.
Sus ojos perdieron esa pizca de diversión y se tornaron oscuros. Dejó a un lado el libro que tenía en la mano y se revolvió el cabello mientras dejaba salir un largo suspiro.
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Al Caer Su Reino ©
FantasyElla creció escuchando historias sobre las bestias, ahora está atrapada en las garras de una. A pesar de ser la hija rebelde, Geraldine tenía toda su vida planeada: un maravilloso prometido, las tierras de su padre aseguradas y un futuro próspero. ...