44♔ • Hechizo

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—Estás mintiendo

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—Estás mintiendo.

Seth se bajó los pantalones y acarició mis piernas lentamente. Sus ásperas manos dejaron un rastro en mi piel, casi al punto de sacar sangre.

Fijé mi vista en la pared llena de moho, no quería verlo ni aceptar que, de nuevo, estaba atrapada debajo de él.

—No es ninguna mentira —Puso su mano en mi pecho—. Ese hombre mató a tu hermano.

La muerte de Cassian era un recuerdo que me perseguía sin parar. Tantos misterios y contradicciones que al final terminé aceptando la versión de mi padre, pero ya sabía que no podía confiar en él.

—Tal vez... Tal vez tengas razón. Después de tantos años por fin sé quién lo hizo. Gracias por decirme la verdad. —Acaricié su mejilla con ternura.

—Sí, yo siempre te he hablado con la verdad, siempre he querido lo mejor para ti —Seth no podía estar más contento—. Te amo con todo mi ser. Eres mía, mi mujer.

—Soy toda tuya, siempre lo he sido.

Dejé que me besara el cuello mientras mis ojos estaban fijos en el enorme animal de barro que se iba formando muy silencioso, a espaldas de Seth.

Distraer al maldito estaba funcionando bien y ya no soportaba tenerlo encima.

—Quiero que sepas algo. —Lo obligué a verme.

Sus ojos brillaban y, en ese momento, mi falsa cara de dulzura desapareció, siendo reemplazada por lo que en verdad sentía: asco y un inmenso odio hacía él.

Se alejó de mí un poco extrañado y usó sus brazos para apoyarse y no aplastarme.

—¿Qué sucede, esposa?

Esa sería la última vez que me llamaría así.

Logré quitármelo de encima al herir su cara con las escamas de mi brazo.

—Geraldine, ¿qué haces? —dijo incrédulo y se quitó el hilo de sangre de la cara.

Sonreí. Solo una cosa buena había hecho Nerea: quitarle su armadura, por lo que le fue mucho más fácil al oso derribarlo.

Seth consiguió escapar a una esquina de la celda y sus gritos despertaron algo extraño en mi pecho, quería que el animal lo despedazara de una vez, que no quedaran más que sus sucios huesos.

—¡Geraldine! —volvió a gritar y al ver que no conseguiría nada, comenzó a maldecirme—: ¡Haré que desees jamás haber nacido! ¡Te mataré igual que al hijo de perra con el que me engañas!

Seth dejó de maldecirme. Toda su atención y fuerzas estaban puestas en sacarse al animal de encima.

Limpié su saliva de mi cuello y me mantuve firme en esa esquina de la celda. Todavía podía sentir sus asquerosas manos en mi pecho.

Al Caer Su Reino ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora