Capítulo 1: El inicio

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―Enano, tráeme mi espada. Voy a enseñar a estos gusanos quién manda aquí― dijo Elric, mientras les dirigía una mueca burlesca. Inmediatamente, Trevor corrió y tomó la espada de Elric, apoyada en el árbol, entregándosela a su hermano sin decir una palabra.

―Bien.

―Señor Elric, no queremos pelear con usted. Solo queremos nuestro bumerang de vuelta, nada más― suplicó el mayor de los dos niños.

―Ya lo sé, por eso les voy a dar la oportunidad de recuperarlo― en ese momento, les lanzó su espada―. Tengan mi espada. Si quieren tanto su bumerang, tendrán que recuperarlo por el único medio posible: la fuerza.

―Imposible, no puedo hacer eso― se alejó de la espada arrojada en el suelo.

―Bueno― suspiró―, ya pueden irse. Me quedaré con el objeto que entró en mi propiedad sin mi consentimiento.

Inmediatamente, el más pequeño agarró la espada arrojada en el suelo y apuntó con ella.

―Devuélveme mi bumerang― sollozó.

―Bien, así me gusta― extendió sus brazos mientras se reía―. Ven con todo lo que tienes.

De manera inesperada, un bumerang apareció volando sobre el muro de la mansión y cayó al suelo. Los dos niños se quedaron viendo el bumerang por un momento, y poco después, el más pequeño lo agarró. Ambos se fueron corriendo.

― Maldito enano― suspiró Elric―. Es la segunda vez que me quita la diversión de esta manera.

Volvió a tomar la espada y regresó caminando a la mansión.

— ¡Ayuda! ¡Me quieren matar!— gritó Trevor mientras corría por los pasillos de la mansión. Sin embargo, nadie respondía, sus ruegos parecían caer en el vacío.

—¿Por qué gritas?— apareció Elric. —Todos los criados están en la reunión de papá.

Trevor continuó clamando por ayuda, pero Elric, entre risas, menospreció sus gritos: —Tus chillidos se parecen a los de una doncella en apuros.

El desesperado Trevor continuó huyendo con todas sus fuerzas. En un instante, su hermano se detuvo y, tomando impulso, se plantó frente a él.

—¿Cuándo piensas convertirte en un hombre, enano?— inquirió mientras se agachaba.

—Vete— susurró Trevor.

—¿Qué dijiste?—preguntó Elric, inclinando la oreja.

―¡He dicho que te vayas al infierno!―gritó, lanzándole un puñetazo en la cara a su hermano.

Elric recibió el golpe con una sonrisa, pero poco a poco su expresión se tornó sombría, dejando de sonreír.

―Supongo que estás listo para tu primera cicatriz en la cara― amenazó alzando su espada, preparado para atacar a Trevor.

―¡Detente!― exclamó la madre, apareciendo en la escena. — Por favor, detengan esta violencia innecesaria.

―Ah, la dama está aquí— murmuró Elric con desdén.

—Por favor, para — insistió.

—Yo pararía, pero ¿ves este moratón en mi cara? — señaló con el dedo hacia su mejilla izquierda.

—Si quieres castigar a alguien, castígame a mí solo. Déjalo en paz.

—Bueno, si insistes.

En ese momento, ella lo miró con profunda tristeza, una melancolía tan intensa como la oscuridad de un pozo seco y abandonado. Elric entrecerró los ojos, como si intentara medir la profundidad de esa tristeza. Luego, envainó su espada.

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