Capítulo 13: La chica de rizos rojos

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Un lugar oscuro y frío invadía la visión del chico, que no sabía dónde estaba ni hacia dónde se dirigía.

—¿Dónde estoy? —se preguntaba intrigado y asustado—. ¿Qué es este lugar?

Un calor ardiente recorría toda su espalda. Se giró y vio a un hombre en llamas, que gritaba y soltaba un aire caliente que quemaba hasta los huesos.

—¿Elric? —se preguntó mientras se echaba hacia atrás.

—¡Por tu culpa! —gritó el hombre en llamas—. ¡Si no fuera por ti!

Trevor saltó de la cama, sudoroso, con dolores en todo su cuerpo y cubierto de vendajes.

—Yo, si fuera tú, no me movería demasiado —le aconsejó Fil, que estaba sentado a su lado, afilando un cuchillo.

—¿Dónde estoy? —preguntó mientras miraba a su alrededor.

Se encontraba en una casa rural con paredes de madera, sencilla y con pocos adornos, que carecía de muebles.

—Estás en una casa ajena. La hemos pedido prestada.

—¿Qué? ¿La hemos ocupado? ¿Qué pasa si nos descubren aquí?

—Los mataré y seguiré quedándome aquí —respondió Fil, continuando con su tarea de afilar el cuchillo.

—¿Y por qué no simplemente dialogamos con ellos?

—Mucho trabajo eso. Por cierto, ¿qué es esta cosa? —señaló al techo, donde Bob estaba amarrado y colgado con una cuerda—. Estaba pegado a tu trasero.

—¡Bob! —gritó el niño, sorprendido y asustado.

—Tenía pensado comérmelo, pero me rogó que esperara hasta que despertaras para comérnoslo juntos.

—Eso no es verdad, amo —le habló telepáticamente Bob—. Este lunático no quiso hacerme caso y solo me ató. No me dio tiempo ni a hablar.

—Suéltalo. No es comida.

—Entonces, ¿qué es?

Cuando estaba a punto de contestar, el sonido de la madera crujiendo indicaba que alguien había entrado en la casa. Fil tapó la boca del chico y, con un simple gesto, le pidió silencio. Poco después retiró su mano y bajó las escaleras sigilosamente. En un instante, los débiles pasos que se escuchaban en el lugar dejaron de oírse.

—¿Pero qué ha pasado? —se preguntó el niño.

Apareció Fil con una niña, a la que cargaba con un solo brazo. La chica mantenía una expresión facial neutra; no mostraba asombro, ni disgusto, ni alegría, nada, solo una simple mirada que miraba a un vacío sin fondo.

—¿Qué le pasa a esta niña? ¿Es algún tipo de fantasma o muerto viviente?

La niña tenía rizos rojos y pecas alrededor de su cara, y vestía un vestido blanco y azul. Llevaba una caja de madera con bordados de cisnes en sus esquinas.

—¡Suéltala! ¿No ves que le haces daño? —le reprochó Trevor.

—Qué va, esta chica está vacía, apenas tiene sentimientos.

—¿Y solo por eso la vas a matar?

—No la voy a matar. No me sirve —dijo Fil mientras la tiraba al suelo.

El chico, de un salto, salió de la cama y corrió hacia la chica.

—¿Por qué te preocupas tanto por una chica que no conoces? —preguntó Fil.

—Todo el mundo merece ser comprendido, es lo que ella decía —susurró Trevor.

—Da igual, lo dejo. Voy a dormir —dijo Fil mientras se dirigía a la cama en la que había estado el niño.

—Espera —lo detuvo Trevor—, baja a Bob.

Fil suspiró y lanzó el cuchillo al techo, lo que cortó la cuerda que mantenía amarrado a Bob. Luego, se metió en la cama. Trevor lo miró con resentimiento y volvió a mantener su atención a la niña.

/—¿Cómo te llamas? —le preguntó.

Pero ella no contestó; se levantó del suelo y bajó las escaleras.

—Espera, ¿a dónde vas?

Ella lo ignoró y siguió bajando las escaleras. Él, con dificultad, la siguió.

—¿Vive alguien más aquí?

Ella continuaba andando sin mostrar interés. Al llegar al salón, se encontraron con zanahorias, lechugas, setas, pimientos y un saco de arroz esparcidos por el suelo. Dejó la caja en la mesa y comenzó a recoger los alimentos.

—Te ayudo —dijo el chico mientras también recogía, aprovechando para acercarse a ella.

—Deberíais iros de aquí; papá va a volver pronto —dijo ella con una voz dulce y melodiosa.

Sorprendido de que finalmente comenzara a hablar, el chico se alegró.

—No te preocupes, hablaré con tu padre e intentaré...

—¡No! —gritó ella, con un tono estridente que cortaba el aire, dejándolo sin palabras—. No lo entiendes, vais a morir si os quedáis.

Siguió recogiendo la comida.

—¿Pero por qué dices eso?

Ella lo miró, esta vez con la misma expresión neutra de antes, y continuó recogiendo hasta terminar. El chico, desesperado, sintió que había hecho un progreso solo para volver al punto de partida: él preguntando y ella ignorando.

—¿Qué es esa caja? —preguntó mientras se fijaba en la caja que ella había dejado en la mesa.

—No es nada, solo es una vieja caja vacía —contestó sin mirarlo.

—¿Entonces por qué la llevas contigo?

—Porque allí están sellados mis sentimientos —dijo mientras temblaba levemente.

—¡Grisel, ya estoy en casa! —una voz ronca y áspera resonó fuera de la casa.

Abrieron la puerta y, al mismo tiempo, apareció una bola amarilla de energía que estaba a punto de impactar en el cuerpo del niño, pero fue empujado por la niña, que la recibió en su lugar, dejando un agujero en su estómago.










 










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