Capítulo 16: Éramos dos, pero al final fui uno (parte 2)

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Los días se mantenían tranquilos; la sonrisa de su esposa hacía que cada día fuera casi una bendición. Sin embargo, había algo que le preocupaba: la incapacidad de tener hijos debido a su avanzada edad. Glorian rozaba los 60 años y Clare estaba en la mitad de sus 50.
—Bien, me voy —se despidió Glorian con un beso a su esposa.
—Vale, ten cuidado —le respondió Clare, dubitativa, devolviéndole el beso.
Él detectó el titubeo de su esposa, pero siguió adelante.
—Recuerda, los dos somos uno y estaré siempre a tu lado.
—Sí —le sonrió ella.
Pero en esa sonrisa había una lágrima que él nunca logró ver.
Glorian se dirigía al centro de investigación mágica. El lugar estaba construido con madera robusta de un tono brillante, cubierta por resina. Sobre la puerta había un tablero rojizo que decía: “Alquimia y magia para proteger al pueblo”. Glorian lo miró y procedió a entrar.
En la entrada se encontró con un hombre con una gran túnica morada con manchas de café, pelo desaliñado, ojeras marcadas y rostro joven.
—Buenos días, señor Glorian —saludó cortésmente el joven.
—Buenos días, Rene.
—El Maestro quiere que vayas a la academia. Parece que necesitan ayuda para algunos experimentos o algo así.
—¿Mi ayuda? ¿Por qué yo?
—No lo sé, recién terminaste de experimentar con la sustancia beta —dijo Rene encogiéndose de hombros.
—No está terminado, está pausado —respondió Glorian tocándose la cara.
—Bueno, da igual. Tome —le entregó una carta.
Glorian suspiró, cogió la carta con desgana y salió sin ni siquiera entrar al edificio.
Las calles se llenaban de gente y la multitud se amontonaba cada vez más. A Glorian le costaba moverse entre la multitud. Muchos se detenían para agradecerle su servicio, otros para quejarse, pero él tenía prisa, así que contestaba lo más rápidamente posible.
Al llegar a la academia, se topó con una oleada de adolescentes que llevaban el mismo uniforme.
—Por favor, paso —pedía mientras se abría camino entre la aglomeración.
Una mano tocó su hombro y, al girarse, presenció la figura de un anciano con bata azul y un gran bastón.
—¡Director! —exclamó sorprendido—. Por favor, no me dé esos sustos.
—Perdón, perdón —se rió el director—. Solo quería recibirte en la entrada y no me viste, así que tuve que seguirte.
El director carecía de gran altura, por lo que era difícil de ver entre la multitud.
—Sígueme, te enseñaré la clase donde hacen la experimentación.
—Vale, guíame —respondió Glorian, siguiéndolo.
Los dos caminaron a lo largo de los largos pasillos adornados con cuadros que mostraban al director en cuerpos musculados. Glorian observaba los cuadros con inconformidad hasta que llegaron a una sala, la cual el director abrió.
—Bien, esta es la clase —le tocó la espalda—. Te lo dejo a ti.
—Esper...
Antes de que dijera algo, el director se alejaba por los pasillos.
Glorian entró al aula con pasos pequeños y se colocó frente a los estudiantes, que se mantenían indiferentes a su presencia. Explicó su situación como sustituto y como apoyo para el experimento. Al terminar su discurso, los estudiantes comenzaron sin demorarse, preparando las mezclas y los matraces, mientras él revisaba el cuaderno de notas del experimento.
De repente, una gran lluvia de fuego se dirigió hacia la academia, impactando contra la gran barrera de luz que la envolvía. El humo impedía la visión del exterior.
Glorian, alarmado, ordenó a los estudiantes que se tumbaran en el suelo.
La gran lluvia de fuego seguía golpeando repetidamente la barrera.
—Mierda, tengo que encontrar a la persona que está realizando este hechizo —pensó Glorian—, pero no puedo dejar a estos chicos solos.
Sin opciones, veía cómo la barrera se rompía cada vez más. Así que, con gran velocidad, rompió la ventana y saltó del edificio que se encontraba a 50 metros del suelo.
Mientras estaba en el aire, se transformó en un gigante cubierto de una grotesca mucosidad gris que dejaba un rastro mugriento en el suelo.
Dos bolas de fuego se dirigieron hacia él, impactando de frente. La explosión no causó ningún daño al gigante, quien extendió la mano hacia el edificio desde donde venían los ataques. Con un poder abrumador, invocó dos lanzas de luz que proyectó hacia el edificio, impactando y destruyendo parte de él.
Los ataques cesaron abruptamente y la tormenta se detuvo de golpe. Glorian volvió a su forma original.
Las horas pasaban mientras Glorian investigaba el origen de los ataques, adentrándose en el edificio que había destruido. Apartaba los escombros y se alivió al no ver ningún civil involucrado en su ataque, hasta que encontró un cuerpo sin vida atrapado entre los restos. El cadáver llevaba una bandana que le cubría la parte inferior del rostro, impidiendo su identificación.
Con suma delicadeza, Glorian sacó el cuerpo de entre las rocas y se fijó en su vestimenta: una capa marrón oscura con manchas grisáceas y una insignia de una doncella de hierro orando al cielo.
—Es un rebelde —chasqueó la lengua.
Quitó la bandana con sumo cuidado y su rostro pasó de la inexpresividad a una expresión de terror, asco y una ligera tristeza que lo atacaría cuando menos se lo esperara. El cuerpo que tanto contemplaba era el de su mujer, Clare.

Un grito, mezclado con vómitos se mezclaban con el humo que cubría el edificio









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