Capítulo 10: La soledad y la ambición de un hombre perdido (Parte 2)

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En el interior de la mansión Windsor, en el laboratorio, Leonard y Gerold se enfrentaban mientras la luz penetraba por todos los rincones de la habitación.

La luz atenuaba gradualmente, revelando el cuerpo de Leonardo en el suelo junto a la cápsula de cristal rota. Dentro, una mujer de cuerpo esbelto, piel pálida como la nieve y curvas marcadas emergió. Su rostro bien proporcionado mostraba ojos y labios rojos como rubíes, iluminados por la luz de la luna, con cabellos anaranjados y brillantes.

— ¿Quién eres y qué le has hecho? — preguntó el confundido mayordomo, señalando al inerte Leonard.

— No me reconoces, soy yo, el jefe de esta casa, Leonard — contestó la mujer con una voz melódica.

— Ya veo, vendiste tu alma a los espíritus malignos, ¿no es así?

— No sé de lo que hablas; solo cambié de cuerpo, uno que supera al anterior, pero sigo siendo humano.

— No lo eres. Como el monstruo que eres, te trataré como tal.

El cuerpo de Gerold experimentó escalofríos. La mujer transmitía inseguridad, maldad y, algo que él creía haber dominado, el miedo. Un miedo que no le permitía pestañear ni por un momento, que lo hacía sudar como un cerdo.

Inmediatamente, armó los brazos en posición de combate. Sus puños resplandecieron y soltaron chispas.

— ¿Pretendes desafiar a tu propio amo, Gerold?

La mujer desprendió un aura de malicia, estremeciendo al mayordomo, haciéndolo sentir más inseguro.

— Desde hace mucho dejaste de ser mi amo. No mereces vivir, y mucho menos con el apellido de los Windsor.

Con la velocidad del rayo, el mayordomo atacó con un puñetazo de luz. Ella lo esquivó y respondió con una patada al estómago, lanzándolo al otro extremo de la habitación, donde se unió a los muebles destrozados por la colisión.

—Vamos, eso es todo — lo provocó mientras movía la mano en su dirección.

Gerold apartó los escombros con furia y volvió a cargar contra ella. Antes de que pudiera reaccionar, una masa de fuego y metal colisionó contra él, provocando una onda expansiva de nube y objetos volando en todas direcciones.

— ¿Pero qué es esto? — preguntó la mujer sorprendida, mientras se cubría con un brazo.

La nube y el polvo se iban disipando, permitiendo la visualización de un gran objeto blanco y resplandeciente de metal en forma de huevo.

— ¿Qué es eso? — lo miraba extrañado — ya no siento la presencia de Gerold, está muerto; esa cosa lo mató.

Se mantuvo quieta sin moverse, solo mirando al misterioso objeto que había caído de la nada. De repente, el gran huevo metálico mostró una entrada a su interior mientras soltaba humo blanco alrededor. De allí aparecieron dos figuras metálicas plateadas con cuatro extremidades compuestas por tríos de dos. Los seres carecían de ojos o boca; sus rostros estaban compuestos por una capa de plata, como si los hubieran bañado con plata fundida que se les hubiera adherido a la piel. Sus apariencias eran idénticas, siendo así incapaz de distinguir cuál era cuál.

— ¿Quiénes sois vosotros y a qué habéis venido?

Estas figuras no contestaron, quedaron totalmente inmóviles. Unos segundos después, comenzaron a soltar un breve pero potente pitido, haciendo que la mujer tambaleara.

— Estas cosas no son seres vivos — analizó mentalmente la situación — ¿Son Golems? ¿Si son golems, por qué no siento nada de magia proveniente de ellos? ¿Qué son estas cosas?

Una de las criaturas reaccionó y se iluminaron dos puntos verdes en la parte superior de su plateado rostro y una línea en la parte inferior, formando así una cara dibujada de forma rápida y simple. Poco después, ocurrió lo mismo con el otro.

— Buenas — se inclinó la criatura respetuosamente — sentimos que hayamos acabado con la vida de este hombre — dijo mientras tocaba ligeramente la cabeza chamuscada de Gerold, sin el resto del cuerpo.

— No te preocupes — les siguió el rollo — ¿Una pequeña pregunta? ¿Por qué estáis aquí, qué cuentas tenéis en este lugar?

— Estamos buscando algo.

— ¿Y qué es lo que buscáis? Para saber si os puedo ayudar — les sonrió con una cálida y tranquilizadora sonrisa.

— ¡Error!, ¡Error! — pitó mientras sus ojos se redibujaban en forma de cruz y la luz se volvía roja — no se nos permite decir eso.

— Oh, entiendo — les mantuvo la sonrisa — ¿Al menos podría saber de qué lugar lejano venís?

— Venimos de la nave espacial Estelar.

— ¿Y dónde está ese lugar?

— Está a 795 años luz de este planeta.

— Esto es lo mejor: seres que poseen una tecnología superior a la de cualquier ser viviente que haya conocido. Si solo consigo poner mis manos en ese conocimiento — pensó mientras intentaba mantenerse serena y no alterarse por la emoción.

— Como vemos que lo que estamos buscando no está aquí, nos moveremos de inmediato a buscar en otro lugar.

— ¡Espera! Puedo ayudaros a buscar. Por la información que me habéis brindado, podría estar segura de que no estáis al tanto de este mundo y sus peligros. Así que dejadme ir con vosotros.

Se quedaron en silencio unos minutos.

— Bien, vendrás con nosotros — esta vez habló el otro — pero seguirás nuestras órdenes.

— Como usted desee — ordené e incliné — otra pregunta ¿Sois golems?

— No, somos robots.


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