Capítulo 19: Un jefe que quiere proteger (parte 1)

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—Lo siento, lo siento —susurraba entre sollozos desconsolados.

—Vale, vale, tranquilo, no estoy enfadado —le consoló, tocándole el hombro.

—No lo entendéis —seguía llorando.

A lo lejos, el crujido de hojas secas y ramas quebradas se hacía cada vez más cercano, señalando la llegada de más personas.

—¡Jefe, jefe! —gritaron unas voces, resonando a través del bosque y espantando a los pájaros que descansaban en las ramas.

—Estoy aquí —respondió el hombre barbudo, secándose las lágrimas con el dorso de la mano.

Las pisadas se hicieron más intensas hasta que dos hombres emergieron de los arbustos. Eran jóvenes; el más alto tenía pelo castaño, dentadura desaliñada y ojos caídos, mientras que el otro tenía pelo negro y estaba cubierto de pecas.

—Lo siento, jefe, no pudimos caza… —se quedaron en silencio al ver a Grisel y a Trevor.

Él los miró durante unos momentos.

—Está bien, volvamos —concluyó mientras se levantaba.

—Jefe, ¿quiénes son estos? —preguntó el más alto de los dos.

Dudaba en contestar, frotándose los labios y apretando los puños con inquietud.

—Yo soy Trevor —se presentó el chico—, y ella es Grisel.

—¿Sois aventureros? —preguntaron.

—Sí, algo así —respondió Trevor con una risa incómoda.

—¿Por qué no pasáis la noche en el pueblo?

—No sé si seremos bienvenidos.

—Claro que sí, el jefe siempre ha sido amable con todo el mundo.

El jefe no decía nada, solo los miraba con una expresión que mostraba preocupación y culpabilidad.

—Sí, que vengan —soltó, manteniendo una sonrisa amable.

Trevor se percató del ánimo del jefe y lo miró de reojo.

—Bueno, pues parece ser que no tenemos más opción que aceptar la oferta.

—Bien, ¿y tú qué dices? —preguntó, dirigiéndose a Grisel.

Ella no dijo nada, permaneció en silencio.

—Perdón, es que no habla mucho, pero no es mala persona.

—Nada, nada, tranquilo. ¿Qué tal si nos vamos y nos contáis vuestra historia?

Los cinco comenzaron a moverse, esquivando rocas y árboles, atravesando matorrales. El viaje hizo que el vestido de Grisel se rasgase con las ramas sueltas. Llegaron a una aldea repleta de viviendas hechas de paja y madera. La poca gente que había se acercó a ellos con una gran sonrisa, a pesar de su ropa desgastada y sucia, que indicaba la precariedad en la que vivían. Les ofrecieron quedarse a comer y hacerse cargo de su equipaje, a pesar de no tener nada encima.

—¿Y de dónde venís? —se atrevió a preguntar una señora mayor entre la multitud.

—De lejos —respondió Trevor con una sonrisa, sugiriendo que no quería dar más detalles.

—Bien, entonces estaréis cansados —aplaudió el jefe para mantener el orden.

La aldea estaba prácticamente vacía; solo se veían niños, mujeres y algunos ancianos. Mientras pasaban, la gente los saludaba y les ofrecía comida, como barras de pan, fruta y lana.

Una gran vivienda de madera se alzaba frente a ellos.

—Id entrando, tengo que ir a un sitio —dijo el jefe.

Trevor inspeccionó con la mirada durante unos segundos.

—Claro, te esperaremos y espero que nos expliques un poquito mejor tu situación —le sonrió.

El jefe captó el mensaje detrás de la sonrisa.

—Bien, eso haré —se fue.

—Seguidnos, os guiaremos dentro —indicaron los dos chicos.

—Vale, gracias.

Les siguieron dentro. El crujido de la puerta les permitió contemplar el interior, donde se encontraba una gran mesa redonda rodeada por múltiples sillas y diversas puertas que llevaban a distintas habitaciones.

—Qué lugar más acogedor —comentó Trevor, observando el entorno por un corto periodo.

—Por cierto, ¿cómo os llamáis?

—Melion —contestó el hombre alto de dentadura desaliñada.

—Gabón —dijo el hombre de pecas.

—Bien, encantado de conoceros, Melion, Gabón.

—Igualmente, Trevor.

—Bien, finalizando ya las presentaciones, me gustaría saber dónde podría bañarme. Estoy algo maloliente.

—Claro, te enseñaré el lugar —se ofreció Gabón.

—Bien, gracias. Melion, ¿podrías quedarte con ella? —le sonrió gentilmente.

—Sí, por supuesto.

Los dos se dirigieron a una de las habitaciones y entraron.

—¿Y tú, Grisel, quieres algo? —le preguntó Melion.

Ella, con indiferencia, se sentó en una silla, ignorándolo.

Él solo pudo sonreír incómodamente.

Mientras tanto, Trevor y Gabón se quitaban la ropa.

—Hey, me gustaría preguntarte algo.

—Claro, dispara.

—¿Cómo es vuestro jefe?

—Ah, el jefe... es el héroe de este pueblo. Sin él, todos habríamos muerto. No sé si lo sabes, pero ha habido varios ataques por parte de dragones, ya que estamos en la facción de las bestias, y muchos han muerto intentando combatir contra ellos. A pesar de estar en la facción de las bestias, no recibimos ningún apoyo ni ayuda del emperador solo por ser humanos.

El vapor del agua nublaba el ambiente.

—Pero llegó nuestro jefe —continuó explicando—. Él descubrió el punto débil de los dragones, al menos de los de rango más bajo.

—¿Cómo sabía su punto débil?

—No lo sé, y tampoco nos importa. Lo importante es que ese día pudimos seguir teniendo esperanzas. Esperanza para vivir este presente.

—Esperanza... —se mantuvo pensativo mientras se quitaba la camisa.

Gabón lo miró asombrado. Trevor había adquirido una musculatura que en su infancia sería incapaz de adquirir o siquiera de imaginar. Cada músculo tenía grabadas cicatrices de cortes, golpes, etc. Él lo miró como si toda su figura contase una historia, una historia de puro sufrimiento.

—Increíble —solo podía decir esas palabras al verlo.

—¿Qué dices?

—Nada, solo me preguntaba por qué tienes tantas cicatrices.

—Mmmmh —se tocó una herida que llevaba en el hombro—. Supongo que lo que no te mata te hace más fuerte —sonrió.



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⏰ Última actualización: Jul 19 ⏰

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