Capítulo 7: El ataque de las culebras (Parte final)

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¿Qué significa estar vivo? Una pregunta que Percival se hizo tras perder ese brazo, una pregunta a la que no importaba cómo, no encontraba respuesta.

— Jajajajajajaja — comenzó a reír Percival mientras tocaba la zona donde antes estaba su brazo.

Trevor lo miraba con asombro, era la primera vez que veía a su hermano sonreír, aunque al mismo tiempo se sentía asqueado por cómo el brazo de Percival voló hacia su dirección, aterrizando justo frente a él.

— ¿De qué te ríes, hermano? — preguntó Elric con voz melancólica pero serena.

— No es nada, solo me parecía irónico que un ser tan hermoso como tú saliera de la misma cloaca que yo — contestó mientras se quitaba una lágrima por la risa.

— No te pases, hermano. No estás en una buena posición para reírte.

— Lo sé, por eso no dejaré que le toques ni un pelo a nuestro hermano.

Estas palabras hicieron que Trevor dejara caer unas pequeñas gotas de lágrimas, como las últimas gotas de la tormenta que dejaban paso a la luz del sol. Un sentimiento que no pudo procesar, un dolor en el pecho emergió sobre él, tan intenso fue el dolor que cayó de rodillas al suelo.

Con rapidez, Percival se acercó al ser angelical que tenía delante suyo, recubriendo su espada con un remolino de agua que, al agitarlo sobre él, formó un remolino de agua que destruyó parte del bosque. Pero Elric esquivó el poderoso ataque y corrió rápidamente hacia Trevor.

— ¡¿Qué?! — Exclamó mientras se cubría con las manos y cerraba los ojos.

Al ver que el supuesto ataque se demoraba en impactar, abrió los ojos y se encontró a su atacante atrapado en una burbuja de agua.

— ¡Huye, idiota! — ordenó mientras señalaba su espada hacia la prisión de agua.

El niño salió corriendo pasando al lado de la prisión de agua y a su hermano.

— Gracias — dijo mientras corría.

— Idiota, esto no lo hago por ti — le contestó, sabiendo que ya estaba muy lejos para que le oyera.

Destellos de luz aparecían en la burbuja de agua hasta romperla por completo.

— No irá muy lejos, ¿lo sabes, verdad?

No dijo nada, comenzó a esprintar hacia él, con un grito de fuerza y voluntad salpicando todo el lugar con sangre, mientras que Elric se quedaba parado inexpresivo, tranquilo, esperando.

Trevor corría y jadeaba sin mirar atrás, concentrándose más en no tropezar y caer que en su entorno. Lloraba, recordaba los momentos en los que siempre fue ignorado y despreciado. Un sentimiento que explotó con un simple pero potente grito.

— ¿Amo, está bien? — preguntaba Bob, que aún permanecía en su bolsillo.

— No lo entenderías.

— Sí que lo entiendo, compartimos recuerdos, bueno, más bien tú me compartes tus recuerdos. Podemos volver y ayudar a tu hermano, eso sí me usas como tu arma personalizada.

— No sé de qué estás hablando, Elric era una de las personas más fuertes que he conocido y Percival igual. Yo no tengo la fuerza para cambiar nada.

— Pero ahora sí la tiene, si me...

— ¡No! — le interrumpió — Toda mi vida ha sido lo mismo, nada cambió, mi enfermedad, mi situación y la de mi madre. No puedo cambiar nada y tampoco le di mucha importancia mientras ella estuviera conmigo. Pero ya no está.

— Qué forma más deprimente de pensar tienes, chico — una voz lenta pero clara retumbaba en el bosque.

— ¡¿Quién es?!

Poco después, el lugar se llenó de un silencio oscuro y tenebroso, y luego una persona cayó del cielo a toda velocidad, golpeando el suelo con una fuerza que desplegaba la tierra por toda la zona.

— ¡¿Pero qué?!

Entre la nube de polvo, se podía apreciar la figura de un hombre jorobado. A medida que el polvo se disipaba, emergió la imagen de un hombre mayor con una gran y extensa melena blanca.

— ¡¿Viejo Tom?! — exclamó sorprendido el niño.

Presenció cómo el anciano se le acercaba.

— En la guarida de los lobos siempre se encuentran pequeñas madrigueras donde habitan las culebras; salen, envenenan y maldicen al lobo alfa y a sus descendientes.

Eran las mismas palabras que Trevor recordaba de cuando estuvo con Matilda en el mercado, provenientes de la misma persona.

— Así que tú lo sabías todo — dedujo.

— No, sabía muy bien lo que iba a pasar, pero conozco los sentimientos humanos. La caverna solo representa vuestra mente y las culebras, vuestros sentimientos, específicamente los que residen en la mansión; una explosión de emociones que llevan a la muerte. La ira, la tristeza, la soberbia, etc.

En ese momento, un intenso dolor volvió a afligir su pecho, apenas permitiéndole permanecer en pie.

— Supongo que ya falta poco para que sea tu hora.

— ¿Mi hora de qué? — habló con dificultad mientras se tocaba el pecho.

— Tu hora de brillar — hizo una mueca."







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