Capítulo 4: El Héroe y la Flor (Parte final)

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Trevor corrió hacia su habitación después de ver cómo su madre se adentraba en un eterno y cerró la puerta.

— ¡Mamá! — lloró mientras se tumbaba en la cama.

— Mi señor, por favor, abra — la criada tocaba insistentemente.

Pero el niño no escuchaba, estaba envuelto en un aura de melancolía y desesperación.

Al segundo día, Matilda volvió a la habitación, pero la puerta no se abría; solo se escuchaban gritos y llantos.

Al tercer día, la criada regresó con la misma intención, pero sin obtener ningún resultado.

El cuarto, quinto y sexto día, Trevor los pasó completamente solo, llorando, aferrado al libro de alquimia, el único regalo que recibió de su madre.

En el séptimo día, como un susurro inadvertido, Gerold entró en la habitación y miró al niño con una mirada inexpresiva. Horas después, se fue de la misma forma en que había entrado.

Y en el octavo día, Trevor sollozaba sin lágrimas. Una luz iluminó la habitación que se encontraba sumida en la oscuridad. Cuando esa luz se atenuó, apareció en la maceta donde descansaba la flor de pétalos plateados, una criatura que irradiaba un tono de piel verde fosforescente, del tamaño de un roedor y con la cara de un hámster.

— ¿Cómo estás, amo? — preguntó la criatura.

El niño no respondió, ni siquiera miró a la extraña criatura que se encontraba en su cuarto. Seguía lamentando la muerte de su madre con débiles gemidos.

La criatura se acercó flotando lentamente hacia el chico, iluminando todo a su alrededor. Tocó la cabeza del niño, provocándole una descarga eléctrica que recorrió su cuerpo desde la cabeza hasta la punta de sus pies, dejándolo poco después inconsciente.

Poco a poco, Trevor abría los ojos.

— ¿Cómo estás, amo? — volvió a preguntar, esta vez justo delante de sus ojos.

— ¿Exactamente tú qué eres? — dijo aún conmocionado y con voz pasiva.

— Yo soy tu arma.

— ¿Mi arma?

— Exacto, soy B369802233 — O2768200 — B557680011, pero me puedes llamar Bob.

— Bien, Bob. ¿Podrías decirme cómo despertarme de este sueño?

— Amo, no es un sueño, es la realidad.

Se pellizcó la mejilla varias veces para comprobar si lo que decía era verdad.

— Ah, entonces, ¿qué quieres de mí?

— Quiero que tú y yo seamos uno solo.

— Ya veo, así que quieres comida.

— No, quiero que encuentres tu luz — sonrió Bob.

— ¿De qué luz me hablas? — hizo una mueca — no me ves, solo tengo una mochila cargada de oscuridad y desesperación. Ya no tengo a nadie que esté de mi lado.

— Me tienes a mí — Bob sujetó su cara y la movió hacia su dirección — soy la mejor arma que jamás ha existido y tu más preciado aliado.

Trevor vio los ojos de la extraña criatura; tenían una mirada distinta a todos los que había conocido. No mostraban indiferencia como la de sus hermanos o criados, ni la mirada llena de segundas intenciones y engaños de Matilda, ni siquiera la mirada llena de ternura y amor de su madre.

Pero tenían una mirada sincera y honesta, sin engaños ni malicia. Una mirada que por unos momentos reconfortó al niño.

— ¿Hablas en serio? — quiso confirmar que no mentía.

— Sí, soy serio — afirmó.

— Bien, te creeré entonces.

— Menos mal. Entonces te explicaré la situación en la que estás.

— ¿Mi situación?

— Sí, ahora mismo, yo tu arma y tú mi amo estamos unidos en cuerpo y mente. Una unión que se mantendrá hasta la muerte.

— ¿Estás hablando de matrimonio?

— No, no, no — negó varias veces con la cabeza — soy un arma que aparentemente fue creada en un mundo diferente. He estado viajando varios meses por el universo, no sé muy bien por qué, y terminé aterrizando en tu jardín. Para permanecer lo más discreto posible, adopté la apariencia de una planta, específicamente la de una flor.

— ¿Tú eres esa flor plateada? — señaló con incredulidad.

— Sí, y al estar cerca de mí, pude crear una red neuroeléctrica entre tú y yo, esto me permite realizar diferentes funciones.

— ¿Por ejemplo?

— Puedo usar telepatía — una voz parecida a la de Bob resonaba en la cabeza del chico.

— ¡¿Pero, qué?! — saltó de la cama — ¿Cómo has hecho eso?

— Puedo hacer más cosas.

El sonido de la madera de la puerta golpeada interrumpió la conversación.

— Rápido, escóndete.

La luz que envolvía a Bob se intensificó, cubriéndolo por completo y transformándolo en una flor plateada.

— ¿Quién es? — preguntó, aún conmocionado por lo que había visto.

— Soy yo — una voz grave y serena atravesó la puerta — soy Percival.






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