Capítulo 15: Éramos dos pero al final fui uno (parte 1)

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Cada segundo que pasaba, perdía más sangre. Un brote que no podía ser contenido había aparecido en su cuerpo, dejándolo en un profundo shock.

—Yo sé —concluyó el hombre con dificultad para hablar—. Esa no es mi hija —señaló con el dedo.

—¿Solo por eso la has matado? —preguntó Trevor, mirándolo asqueado

—Siendo un mago tan talentoso, ¿aún no te has dado cuenta?

—¿Qué quieres decir?

—Esa chica ya estaba muerta, murió hace dos años.

El chico estaba conmocionado, pero cada vez entendía más por qué su comportamiento y sus acciones carecían de emoción o sentimiento.

—El shock de la muerte le hizo olvidar su vida anterior y, junto con ello, sus sentimientos. Es solo un puto maniquí —lloró desconsolado—. Lo sabía, pero aun así solo quería ser un padre, el padre del hijo que nunca tuve.

—Espera, eres Glorian Reins —Trevor se echó hacia atrás.

—¿Quién es ese? —preguntó Fil con desgana.

—Es uno de los alquimistas de la élite que reciben órdenes directas del emperador 

Silvio Fil con asombro.

—Eso ya fue hace mucho tiempo —contestó con dolor.

—Ahh, he matado a alguien importante —Trevor puso sus manos en la cabeza.

—No seas engreído, no estoy muerto aún. Estoy creando órganos artificiales con magia. Estaré fuera de peligro dentro de una hora, así que si queréis rematarme, adelante.

—Si tanto quieres morir, ¿por qué no simplemente lo haces?

—Tengo miedo. Esto ya no es una sugerencia, os lo suplico.

—Explícanos qué le ocurrió a ella —señaló su cuerpo.

Glorian lo miró con seriedad y, entonces, su mente viajó años atrás, a un día soleado que golpeaba su rostro mientras caminaba por la calle con su esposa Clare, una mujer bella de ojos castaños y cabello del mismo color, una figura que dejaba atónito a cualquier hombre.

—Cariño —lo llamó Clare—, ¿cuándo vuelves de la reunión con el rey?

—No lo sé, no sé el motivo de la reunión ni cuán grave es.

—Mmmh, ya veo —contestó pensativa.

—Pero haré todo lo posible por volver lo antes posible —sonrió y la besó.

Glorian, en ese entonces, era un hombre delgado, con una mandíbula prominente y una melena negra abundante. Llegaron al palacio del emperador.

—Bien, me voy.

—Ánimo —ella le sonrió—. Los dos somos uno y estaré siempre a tu lado.

Cerró los ojos y sonrió levemente.

—Lo sé.

Esperó a que los guardias abrieran el portón y, ya abierto, entró majestuosamente al patio. Un campo de rosas y cerezos rodeaba el lugar con una fragancia que hipnotizaba al individuo. Ignoró completamente tal paisaje y se concentró en dirigirse a la puerta. Un hombre completamente vestido de negro lo esperaba en la entrada.

—Señor Glorian, el emperador lo espera —le informó.

—Bien.

A continuación, lo siguió por el largo y rupestre pasillo del castillo hasta que entró en una sala donde una gran mesa se encontraba en el centro de la habitación. Alrededor de la mesa se sentaban grandes aristócratas, militares, magos y altos cargos de la Santa Hermandad.

—Bien, creo que ya estamos todos —habló un hombre que se encontraba de pie al lado del emperador.

El emperador era un hombre de mediana edad con un cabello dorado y brillante como el oro, una imagen que imponía respeto y aprecio.

—Por favor, tome asiento.

Glorian se sentó.

—Bien, comenzaremos la reunión hablando de los recientes incidentes con los rebeldes. Están causando alborotos en diferentes zonas de la ciudad.

—No tiene por qué preocuparse. Si algo llega a pasar, solo tenemos que suprimirlos por la fuerza —habló uno de los militares.

—No es tan fácil —respondió uno de los aristócratas—. Están ganando terreno a base de discursos criticando el sistema que nos rige.

—¿Y qué propones? —le preguntó el militar—. ¿Dejar que anden a sus anchas?

—No es eso. Sugiero que la presión se ejerza en diferentes sectores en vez de solo la fuerza.

—Y dinos, ¿qué sectores sugieres?

—La escuela sería uno de ellos, o hacer que su fe en el emperador aumente. Que sepan que está para ellos.

—¿Eso es demasiado ingenuo de tu parte?

Las discusiones se llevaron a cabo durante horas hasta que terminaron por completo.

Todos los altos cargos salieron de la sala, junto con ellos, Glorian.

—Espera, Glorian —lo llamó el emperador.

Él se detuvo en seco y se dirigió a él.

—¿Qué piensas de esta situación? Sé lo más sincero.

—Pienso que cuando se esconden tantas mentiras, la gente comienza a darse cuenta de ellas y odia las mentiras.

—Entiendo, puedes irte.

Glorian se inclinó ante él y se marchó.

Al salir del palacio allí estaba su esposa esperándome con una sonrisa, haciéndole sonreír también, una sonrisa que se convertiría en llanto.


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