Capítulo 6: El ataque de las culebras (Parte 2)

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Un torbellino de disturbios rodeaba toda la casa, con asesinos invadiendo el lugar junto a los criados. En el salón, el espacio más grande de la casa, se libraban combates; flechas, espadazos y hechizos volaban por doquier. Desde la cocina hasta el invernadero, la biblioteca y las habitaciones, todos los rincones de la casa estaban envueltos en batallas, con algunos heridos tumbados en el suelo, presenciando la escena.

Percival descendía las escaleras a grandes saltos, deteniéndose en seco para girar a la derecha, donde se topó con la pared.

- ¿Por qué te detienes? -preguntó Trevor mientras era cargado.

Ignorando la pregunta, extrajo un ladrillo incrustado en la pared y colocó su mano en el hueco; este brilló y poco después se formó una fisura que dividió la pared en dos, creando así una entrada secreta.

- ¿A dónde nos llevará este sitio? -preguntó Trevor al entrar.

- Nos llevará fuera de la mansión.

La brecha en la pared revelaba un pasillo de ladrillos con velas encendiéndose gradualmente. Se adentraron en él.

Mientras tanto, Leonard se encontraba en una especie de laboratorio caótico con bestias mágicas atrapadas en cápsulas llenas de un líquido azul, excepto una que contenía un líquido morado. Observaba y tocaba la cápsula morada.

- Eres hermosa -murmuró mientras acariciaba la cápsula.

En ese momento, Gerold emergió de entre las sombras.

- ¿Qué quieres, Gerold? -le preguntó Leonard sin siquiera mirarlo.

- Vengo a informarte que estamos siendo atacados.

- ¿Y? -respondió despreocupado, concentrado en la cápsula.

- Veo que desde el principio no te ha interesado el legado de tu apellido.

- ¿A qué viene esto, Gerold?

- No puedo seguir permitiendo que se manche el nombre de esta familia.

Un remolino de fuego apareció en las manos del criado, formando un guantelete de hierro incrustado en sus manos. Levantó sus brazos en posición de combate.

- Tienes un pacto: si el amo de esta familia muere, tú morirás. ¿Estás seguro de querer enfrentarte a mí?

- Mi vida está en segundo plano; ahora, mi prioridad es eliminar la mancha que ensucia este legado.

- Entiendo. Bien, probaré en ti mi obra maestra.

La cápsula que se encontraba al lado de Leonard comenzó a brillar, emitiendo una luz púrpura en toda la habitación.

Percival y Trevor lograron divisar una luz al final del pasillo.

- Finalmente hemos llegado a la salida -exhaló el niño, aliviado.

- Bien. Cuando salgamos, tendremos que abandonar el pueblo.

Pero justo en la salida se encontraba Elric, sentado con su espada en la mano.

- Bueno, bueno, mira a quiénes tenemos aquí, al enano y al traidor de mi hermano mayor -rió Elric.

- Entonces, padre lo sabía -comentó Trevor.

- Sí, lo fue deduciendo sobre la marcha -contestó Elric al levantarse-. Salgamos afuera, será más cómodo para todos.

Salieron y se encontraron con el bosque repleto de árboles y el zumbido de las cigarras, creando una atmósfera desoladora en la noche.

- Comencemos el espectáculo -clavó su espada en el suelo, sacó una jeringuilla de su bolsillo y se la clavó en el brazo izquierdo, inyectando el líquido rojo oscuro que contenía-. ¿Qué es eso? -preguntó Trevor.

- Solo un regalo de padre. Sabía que en un combate normal no podría derrotarte, hermano, así que tengo que usar un poco de ayuda para esto.

- Drogas -suspiró Percival y desenvainó su espada-. Trevor, esta vez tendrás que arreglártelas por tu cuenta.

- ¿Arreglármelas solo? - repitió confundido.

La conversación fue interrumpida por un grito de dolor emitido por Elric. Su cuerpo se hinchaba y formaba protuberancias por todo su ser. Cada rincón de su ser palpitaba como un corazón al rojo vivo.

- ¿Qué le está pasando? - preguntó el niño, asqueado por lo que veía.

De repente, líquido verde empezó a brotar por todo su cuerpo, intensificando los gritos. Rápidamente, Percival corrió hacia él y, con hábil movimiento de espada, se abalanzó sobre él. Sin embargo, fue inútil, ya que con su mano desnuda pero deformada, Elric sujetó la espada.

- Eres impaciente, hermano - dijo con una voz distorsionada y repugnante.

Poco a poco, Elric fue adquiriendo una figura más firme y menos deforme, hasta obtener la apariencia de un ser angelical: piel pálida pero brillante como la luz del sol, cabello rubio y largo que le llegaba hasta la cintura y una figura escuálida como si no hubiera comido durante días. Sin embargo, lo más llamativo de su transformación eran sus ojos, ahora dorados con pupilas en forma de estrella.

Inmediatamente, Percival se alejó de él, pero este acto resultó inútil, ya que en un abrir y cerrar de ojos, perdió su brazo izquierdo, que salió volando al otro lado de la escena. Elric le miraba con una tristeza y una pena que podría cautivar a cualquier ser vivo.



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