Capítulo 2

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La Madre Paloma supo el momento justo en el que Prilla llegó.—¡Llegó la nueva hada! —le dijo muy entusiasmada a Beck—. ¿No te parece
maravilloso?

—Ciertamente —dijo Beck, con esperanza de que la recién llegada fuera un hada con talento para los animales.

Entretanto, en el patio, una multitud se reunió al lado de Prilla, y un hada con talento para los mensajes voló a contarle a la Reina.

Terence, un hombre gorrión con talento para fabricar polvillos de estrellas, roció una taza llena de polvillos de estrella sobre Prilla. Eso sí, una taza justa, ni una pizca más ni una pizca menos. Era la primera dosis diaria que se le adjudicaba a Prilla. Tan pronto como el polvillo entró en contacto con la recién llegada, Prilla sintió un cosquilleo corriéndole por todo el cuerpo y surgió su resplandor. Las hadas resplandecen de un color amarillo-limón, con borde dorado.

Y se sentó. Su ala doblada se enderezó de un golpe y empezó a aletear. Se le despejo la cabeza.
¡Era un hada! ¡Un Hada de Nunca Jamás! ¡Qué suerte tenía!
Entretanto, las otras hadas esperaban, demasiado solemnes como para siquiera sonreírle a la recién llegada. Cada una de ellas anhelando contra todo pronóstico una nueva miembro para su propio talento.

Todas y todos esperaban a que Prilla anunciara su taleTodas y todos esperaban a que Prilla anunciara su talento, ya que el primer acto de toda hada nueva consistía precisamente en hacer el Anuncio

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Todas y todos esperaban a que Prilla anunciara su taleTodas y todos esperaban a que Prilla anunciara su talento, ya que el primer acto de toda hada nueva consistía precisamente en hacer el Anuncio.

Sin embargo, lo que Prilla hizo fue ponerse a volar sobre el patio, su pelo castaño al viento.

¡Volar era maravilloso! Dio una voltereta en el aire.

Y además tendría poderes mágicos, ¿verdad? Voló pues en dirección a la Casa del

Árbol y sacudió un poco de polvillos de estrella de su mano sobre una hoja. Apretó los ojos, observó con detenimiento la hoja y vio cómo, de pronto, en menos de lo que dura un parpadeo, la hoja despareció. Ahora fue Prilla la que parpadeó y, con la
misma rapidez, la hoja estaba de nuevo ahí.

Las hadas la observaban desde abajo. Nunca ninguna de ellas había visto a una recién llegada comportarse como Prilla se comportaba. Entonces, Prilla descendió para aterrizar en medio de todas ellas, entre Terence y una pastora de orugas.

Todas y todos se hicieron a un lado.

—¡Hola! —dijo Prilla—. ¡Estoy muy contenta de ser un hada! Gracias por
recibirme.

Varias hadas arquearon las cejas entre sorprendidas y extrañadas. ¿Acaso esta recién llegada creía que ellas la habían escogido?

Prilla, al ver la expresión en sus caras, titubeó:
—Eh, quisiera ser una buena hada.

Una de las hadas comentó:
—Miren, tiene pecas.

—Sin embargo, es bonita y bien rellenita—dijo Terence.

El País de Nunca Jamás y el secreto de las hadas  1#Donde viven las historias. Descúbrelo ahora