Capítulo 4

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Tinkerbell empujó la puerta de vaivén que daba a cocina y las alas de Prilla dieron un salto, como un vuelco del corazón: nunca había visto tantas hadas juntas.

Hadas de veinticinco talentos distintos trabajaban allí. Y algunos de los talentos eran muy especializados: talentos de talentos, podría decirse, como por ejemplo el talento para saber exactamente cuándo un plato está listo o el momento oportuno para sacarlo del horno.

Hadas revoloteaban por todo el espacio, pero tan pronto Prilla entró, se detuvieron en seco para tomar nota de su presencia.

Prilla se sonrojó tanto, que su resplandor se tornó naranja.

Y entonces, todo el mundo volvió a sus labores. Tinkerbell se dispuso a averiguar de dónde provino el alboroto que ella y Prilla escucharon cuando ambas estaban en el hall de entrada. Ahí estaba: pedazos de loza rota y un charco de sopa de arvejas… nada que pudiera interesarle más a un hada experta en cazuelas.

VEntonces, los ojos de Tinkerbell fijaron su atención en las estanterías que se alzaban hasta el techo. Vio la olla para cocinar al baño de María que había reparado la semana anterior. Y allí estaba también la olla a presión que tanto trabajo le había dado y la cazuela redonda que insistía en ovalarse.

Sabía que era ridículo, pero igual no pudo menos que saludar con las manos a cada una de tales cazuelas. Entonces se dio vuelta para observar a Prilla. Si la criatura tenía algún talento para asuntos de cocina, se le vería en la cara. Estaría hecha toda sonrisas, toda impaciente entusiasmo.

Pero la expresión de Prilla era más bien vaga, los ojos ligeramente vidriosos. Una expresión que Tinkerbell ya había visto antes.

Y en efecto, Prilla estaba sobre el alféizar de la ventana del cuarto de una niña humana. Sobre el suelo había una cantidad de muebles de muñecas. Una enorme muñeca parecía aplastar una pequeña silla en una mesa de cocina. Otra muñeca, más pequeña, estaba de pie al lado, la cabeza a duras penas alcanzaba el borde de la mesa.

La niña humana buscaba algo dentro de una bolsa de papel de color marrón.

Prilla voló hasta la cocineta de juguete y agarró con la mano la oreja de una tetera. Recogió sus alas y se quedó allí quieta como una muñeca, haciendo esfuerzos por mitigar su resplandor. Por dentro, se moría de la risa. ¿Llegaría a creer la niña quese trataba de una nueva muñeca?
La niña se dio vuelta y empezó a decir:
—Yo quisiera que… ¿Pero qué es esto…?

 ¿Llegaría a creer la niña quese trataba de una nueva muñeca?La niña se dio vuelta y empezó a decir:—Yo quisiera que… ¿Pero qué es esto…?

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—¡Prilla! —exclamó alguien.

Prilla dio un salto en el aire y… era  Tinkerbell quien la llamaba: allí estaba, con una mano en sus flequillos sobre la frente y la otra en la cadera.

—Pero, ¿qué estabas…? ¡Olvídalo! —a Tinkerbell poco le importaba qué estuviera haciendo Prilla—. ¿No ves por aquí algo que hacer para lo que tengas algún talento, verdad?

—No lo sé. Tal vez sí.

Tinkerbell suspiró:

—De ser así, ya lo sabrías.

Prilla tambien suspiró. Se preguntó si le sería posible fingir que tenía un talento.

Dulcie, un hada panadera, voló hasta ellas para ofrecerles una canasta con
panecillos cubiertos de semillas de amapola.

—Prueben uno —les dijo.

Prilla y Tinkerbell procedieron. Se trataba de la primerísima comida de Prilla en la vida y por lo tanto no sabía muy bien qué esperar. Lo que sintió fue que se le hacía agua la boca, cosa que le pareció curiosa. Mordió con cautela y en eso, Dulcie le preguntó:
—¿Eres la nueva hada? Vuelo contigo. ¿Muy salado el panecillo?

Pero Prilla estaba muy ocupada en distinguir el sabor como para contestar nada.

Cerró los ojos.

No, el panecillo no estaba muy salado. Lo que estaba era perfecto, excepto que se le derritió en la boca demasiado rápido. Le pegó otro mordisco. Mmmm. Sabía mantequilla. Y un poco, a las crocantes semillas de amapola. Una pizca de dulce.Otra de alguna hierba. Estragón. Le encantó.

Le gustaría comerse por lo menos diez panecillos más. ¡Qué gusto daba comer!

¡Qué gusto! Entonces, Prilla recordó aquello que Tinkerbell le había dicho sobre el explorador, sobre el hombre gorrión explorador: que explorar y hacer de vigía eran su placer, su gusto y volvió a abrir los ojos:
—¡Tengo un talento! —exclamó, al tiempo que daba una voltereta—. Tinkerbell, tengo un talento. Mi talento es comer.

Tinkerbell se llevó de nuevo las manos a su flequillo y le dijo:
—No, Prilla, eso no es un talento. Todo el mundo adora los panecillos de Dulcie.
—¡Ay, no! —se dijo Prilla, y ¿por qué no podía ser un talento?, se preguntó,
¡aunque fuera uno que todo el mundo tuviera!

Dulcie le dijo a Tinkerbell:
—¿Es verdad, entonces, que la pobre no sabe cuál es su talento?

Prilla sintió que se sonrojaba de nuevo. Y quiso de corazón que todavía fuera una risa, como cuando aún no se había transformado en hada.

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Con cariño Lili

 

 

El País de Nunca Jamás y el secreto de las hadas  1#Donde viven las historias. Descúbrelo ahora