Capítulo 20

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Y la expedición bien hubiera podido llegar aquí a su final. Rani y Vidia, y quizá Prilla también, se hubieran ahogado.

Pero el País de Nunca Jamás intercedió.

Había venido observando a las hadas y haciendo fuerza por ellas. No quería que su empeño fracasara.

De manera que les acercó la playa.

Cuando Rani y Vidia, desfallecidas, cayeron al mar esperando morir, resultó que el agua apenas si les llegaba a las rodillas.

En ese momento entraba y rompía una ola. Las hadas se dejaron arrastrar por la ola con boquilla y todo, hasta rodar sobre la arena. Pero, claro, tampoco podían permanecer allí mucho tiempo.

Sería ridículo escapar de morir ahogadas sólo para caer presas de un halcón y morir en sus garras, de modo que arrastraron como mejor pudieron la boquilla hasta una formación rocosa un par de metros playa arriba.

Prilla llegó y ayudó en el último
tramo.

Y entonces las tres se derrumbaron exhaustas.

Una fresca brisa otoñal cruzó sobre Nunca Jamás, cosa extraña porque el otoño nunca antes había llegado a Nunca Jamás, donde sólo se conocían la primavera y el verano.

Peter Pan se despertó para encontrase con una docena de dientes de leche a su lado sobre su estera para dormir.

El contramaestre del Capitán Garfio, Smee  no lograba recordar dónde había dejado sus gafas.

La rodilla del Oso de Nunca Jamás hoy estaba más tiesa que ayer y, al olfatear el aire, tuvo la impresión de que olía a colmena de abejas pero no pudo saber si el aroma venía del sur o del norte

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La rodilla del Oso de Nunca Jamás hoy estaba más tiesa que ayer y, al olfatear el aire, tuvo la impresión de que olía a colmena de abejas pero no pudo saber si el aroma venía del sur o del norte.

En el patio abierto, frente a la Casa del Árbol, la Reina Ree tiritaba de frío
cubierta en su manto de helecho de trama abierta. Un hombre gorrión corrió hacia ella. Por todas partes en el Refugio de las Hadas las nueces habían madurado durante la noche y habían caído solas al suelo.

En un principio, la Reina Clarion alegró por ello, pero después comprendió que el molino no funcionaría sin polvillos de estrella.

Corrían el riesgo de morir de hambre.

Aún medio dormida, Madre Paloma alcanzó a preguntarse por qué no sentía el huevo debajo. Y entonces recordó todo y se le volvió a partir el corazón.

Durante la noche, los ojos se le llenaron de lagañas y veía todo borroso. Movió la cabeza de un lado a otro en busca de Tinkerbell.

—Aquí estoy —dijo Tinkerbell, forzando una sonrisa para no ponerse a llorar.

—Háblame —susurró alicaída Madre Paloma.

Pero Tink no sabía qué decir.
Entonces pensó en las cazuelas que reposaban sobre su mesa de trabajo.

—Dulcie trajo la semana pasada un molde para cortar galletas. Pero como sólo corta tréboles intentó…

De haber estado bien, Madre Paloma hubiera escuchado con placer cualquier cosa que Tinkerbell quisiera decir sobre cortadores de galletas, pero ahora no lograba siquiera concentrarse en las palabras.

—Tinkerbell, no me hables de cortadores de galletas. Ni de cazuelas.

¿Ni de cazuelas? Pero Campanita no tenía nada que decir sobre otras cosas, de manera que pensó con fuerza durante casi cinco minutos.

Luego, sacó su puñal y empezó a darle vueltas en las manos, entonces dijo:
—La primera vez que me topé con Peter Pan lo salvé de un tiburón.

Esto último no se lo había dicho nunca a nadie antes. Es más, nunca hablaba sobre Peter Pan.

Esto suena mejor, pensó Madre Paloma y se acomodó lo mejor que pudo para escuchar con atención.

Temprano en la tarde, Prilla despertó de sus sueños soñando lo que los niños humanos soñaban.

Rani y Vidia aún dormían y Prilla no quería despertarlas. Con seguridad Vidia soltaría algún comentario socarrón sobre lo malo que era despertar hadas cuando éstas querían dormir.

Prilla suspiró y resolvió ver si le era posible parpadear y transportarse a voluntad a Tierra Firme.

Quizá no fuera la mejor manera de comportarse, pero igual, era tan divertido estar allá, que en realidad no vio nada malo en hacerlo.

Cerró pues los ojos y recordó el cuarto del niño que había oído ruidos bajo su
cama. Entonces, había visto una bicicleta recostada contra la pared. Y una ventana abierta. Las cortinas eran azules con franjas blancas. Hizo esfuerzos por meterse allí.

Intentó dar un enorme salto.

Abrió los ojos: no se había movido ni un centímetro.

Cerró los ojos de nuevo y se imaginó un túnel. En su imaginación hizo que volaba mientras lo cruzaba. Imaginó las frías paredes de piedra, el techo combado, el suelo enlodado. Se detuvo un rato en medio del túnel, reconociéndolo. En el otro extremo,
se dijo, estaba Tierra Firme.

Llegó a pensar que la estrategia le estaba funcionando. Que había dejado atrás al País de Nunca Jamás.

Abrió los ojos. Rani se acomodaba recostándose de lado.

Prilla no había ido a ninguna parte pero, aun sin saberlo, algo había empezado.

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Gracias por leer...

El País de Nunca Jamás y el secreto de las hadas  1#Donde viven las historias. Descúbrelo ahora