Capítulo 24

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Vidia recibió el puñal:
—¿Cortarte las alas? —preguntó, y por una vez no hubo ni asomo de sarcasmo en su tono ni en sus palabras.

—Siempre he querido nadar —asintió Rani con valentía.

Vidia, quien hubiera preferido morir antes que sacrificar sus alas, dijo:
—Mi vida, en todo caso de pronto no te regalan la peineta.

—Y habrás perdido tus alas por nada —agregó Prilla, frotándose nerviosa las manos; esto era mucho peor que el Halcón o los piratas.

—¡No me digas lo que ya sé! —gritó exasperada Rani.

Prilla, aunque quería ofrecer sus alas para que Rani no tuviera que perder las suyas, en realidad no pudo formular la cosa en esas palabras y lo que dijo en cambio fue:
—¿No será muy…?

—¿… muy doloroso? No, no duele.

Prilla ya lo sabía. Simplemente habló sin pensarlo. Las alas no duelen. Cortarle las alas a un hada no duele más que cortarse un pelo.

Vidia empuñó el puñal, lo alzó, pero acto seguido se arrepintió. Y volvió a alzarlo para volverlo a bajar. Siendo, como era, una voladora veloz, se sentía incapaz de cortarle las alas a nadie. Le ofreció el puñal a Prilla:
—Hazlo tú, mi pequeña.

—¿Yo? ¡Ay, no! ¡Por favor, que no sea yo!

—Vidia…

—No puedo hacerlo, mi amor. No puedo.

—Prilla —dijo entonces Rani—, córtalas.

Prilla se negó con la cabeza.

—Hazlo. Te lo ordeno.

Prilla recibió el puñal. Lloraba con tal ímpetu que apenas si podía ver lo que
hacía. Alzó una de las alas allí donde ésta se unía al omoplato de Rani. Hizo apenas un pequeño rasguño y saltó hacia atrás.

—Así es —dijo Rani—. Continúa.

Prilla procedió pues a serruchar con delicadeza allí en lo que parecía la pequeña rama pulida y sin corteza de un árbol. Para su alivio, la articulación no sangró. Pero
era dura, fuerte y cortarla resultaba ser un asunto lento.

Vidia, incapaz de mirar, alzó vuelo y se dirigió hacia la orilla.

Rani le pidió a lo lejos:
—¡Trae el carromato! —lo necesitarían para después traer de vuelta tanto a la peineta como a ella y, dándose vuelta, abrazó con fuerza a Prilla y le dijo—: Sigue
cortando.

Si le hubiera sido posible a Prilla llorar más fuerte, lo hubiera hecho. Nunca antes la habían abrazado. Pasó un minuto en silencio y entonces Prilla preguntó:
—¿Existe talento para la dulzura?

—No, pero debería existir.

«Oh», pensó Prilla. «Bueno, qué le vamos a hacer».

Por fin había terminado con la primera ala. La segunda fue un asunto más rápido porque Prilla ya sabía cómo era la movida. Y cayó el ala sobre la arena, ¡plof! Los huecos de las sisas para las alas en el vestido de Rani quedaron vacíos, desnudos. Los muñones de las alas de Rani sobre la arena eran de un blanco lechoso. Su superficie, áspera y llena de salientes puntas afiladas.

—Gracias, Prilla —dijo Rani sin atreverse a mirar sus alas y entonces se dirigió a pie hasta la orilla y se metió al agua hasta que ésta le llegó a la cintura. Jamás se había atrevido a entrar tan profundo. El agua la alivió un tanto.

Prilla pensó que las alas allí arrojadas no parecían haber tenido nunca nada que ver con volar.

Eran apenas un triste armazón cubierto por una gasa.

¡Pero esperen un momento! El par de alas se empezaron a transformar. Los
armazones empezaron a pasar de un blanco opaco a un rosa enardecido.

—¡Rani, mira! —exclamó Prilla.

Rani salió del agua a toda carrera, aterrada con el tono urgente de Prilla.

Sus alas, empezaron a vibrar y Rani temió que en cualquier momento fueran a desaparecer.

De pronto, las alas dejaron de vibrar. La gasa se cubrió de destellos diamantinos color aguamarina que empezaron a fulgurar.

 La gasa se cubrió de destellos diamantinos color aguamarina que empezaron a fulgurar

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—¡Qué cosa más hermosa! —suspiró Prilla.

Rani se sintió mejor. Tuvo que haber hecho lo indicado para que sus alas se
transformaran en algo tan maravilloso. En ese momento llegó Vidia con el carromato atado a sus globos.

—¿Y qué es esa belleza? —preguntó.

—Mis alas —contestó Rani, muy erguida y dejando escapar una nota orgullosa en el tono de su voz—. Bueno, ahora sí, llévenme a donde están las sirenas.

—Debemos poner las alas en algún lugar seguro.

Prilla cargó las alas y las botas de Rani hasta una maraña de leña amontonada por la resaca y las acomodó con cuidado, de manera que quedaran protegidas del viento.

Rani, a su vez, le dio la bolsa de los polvillos a Prilla antes de subirse al
carromato. Fue Prilla también quien empujó la cestilla al mar al tiempo que Vidia volaba al frente. Cuando estuvieron muy cerca de la Roca del Náufrago, Rani saltó al mar.

Se sumergió pues Rani, y su sueño de verse rodeada de agua se hizo realidad.

Allí, primero abrió y recogió los dedos de sus pies y manos, luego se enrolló como un ovillo y volvió a enderezarse.

Bajo el agua, dio un par de brazadas submarinas extendiendo piernas y brazos.

Abrió los ojos. Peces grandes y pequeños pasaban nadando. Peces de muchos colores, peces de parcos grises y hasta peces casi transparentes nadaban a lado y lado.

Un caballito de mar, exactamente del mismo tamaño de Rani, pasó, meciéndose, a su lado.

Pero empezó a hacerle falta aire. Aunque no sabía nadar, tenía el instinto para hacerlo, de manera que con un par de brazadas de pecho y sendos tijeretazos de sus piernas, en pocos segundos emergió a la superficie del mar.

Prilla y Vidia revoloteaban sobre ella. Rani las saludó, tomó una gran bocanada de aire y volvió a sumergirse.

 Rani las saludó, tomó una gran bocanada de aire y volvió a sumergirse

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El País de Nunca Jamás y el secreto de las hadas  1#Donde viven las historias. Descúbrelo ahora