Capítulo 21

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Tinkerbell guardó silencio. Nunca antes se había sentido tan cansada y, sin embargo, lo único que había hecho había sido contar un par de historias. Le contó a Madre Paloma algunas de las aventuras que había compartido con Peter Pan y sobre la
amistad entre los dos. Relató cómo Peter solía contarle chistes y compartir sus ideas y lo mucho que ella había admirado y gozado con ambas cosas. Le había encantado
todo con desmesura, locamente. Sí, locamente.

Y por supuesto, Peter no había correspondido del mismo modo, no había pagado con la misma moneda.

Peter, la verdad, no escuchaba casi nada y tampoco admiraba nada que no proviniera de él mismo.

Tink  llegó incluso a confesarle a Madre Paloma que había descuidado sus cazuelas sólo por estar con Peter.

En otras pocas palabras, no llegó a decirle a Madre Paloma tanto como «lo amé», pero lo que contó bastó para que aquello quedara más
que claro.

—Tenía el pelo tan suave y sedoso —había dicho—, que solía recostar mi cabeza en la suya sólo para sentirlo.

¡Y su nariz! Podía darme cuenta de si estaba sonriendo con sólo mirarle la nariz.

Se achataba un poco cuando sonreía y se arrugaba cuando lo que soltaba era una carcajada. Y cuando no se estaba riendo o carcajeando, entonces su naricita me parecía tan atractiva como una sartén.

No había mucho más qué contar, como no fuera aquella parte que más la humillaba, cuando se sintió más traicionada. Y esa parte, Tinkerbell no la quería contar. Era demasiado dolorosa y vergonzosa.

—Prosigue —dijo Madre Paloma.

—Pero es muy triste —dijo Campanita, jugando con su flequillo y esperando no verse obligada a continuar.

—Sigue —repitió Madre Paloma, después de todo, ¿qué podía ser más triste comparado con lo del huevo?

Tinkerbell asintió:
—Aquel primer día, después de que lo salvé de las fauces del tiburón, lo llevé a que conociera mi taller. Le mostré todo. Incluso reparé una cazuela en su presencia.

Las lágrimas empezaron a correr por las mejillas de Tinkerbell. El asunto bien hubiera podido ocurrir ayer, tanto era su dolor.

—Una vez que terminé… —quiso continuar Tinkerbell pero tuvo que
interrumpirse para respirar profundo un par de veces antes de seguir—.

Una vez que terminé de reparar la cazuela, él dijo… —ahora se interrumpió para dejar salir un
hipo—… lo único que dijo fue: «Qué brillante fui al escoger a la mejor de las hadas».

Tinkerbell le quitó la cara a Madre Paloma y empezó a sollozar.

—Además, aquello que dijo no pudo ser cierto —continuó Tinkerbell entre
sollozos—. Si lo hubiera dicho en serio, si en verdad pensaba que yo era la mejor, ¿por qué volvió después con la tal Wendy?

Tinkerbell se dejó caer sobre la arena aún sollozando y agregó:
—¿Por qué pasaba todo su tiempo con ella?

La historia de Tinkerbell logró sacar a Madre Paloma de sus preocupaciones, por lo menos momentáneamente. «Ay, qué dolor», pensó Madre Paloma, Tinkerbell ha cargado con esto durante mucho tiempo. Pobre Tinkerbell.

Rani y Vidia no despertaron sino hasta cuando ya caía el sol.

—Pero mi criatura adorada —dijo Vidia—, ¿cómo es posible que nos hayas dejado dormir tanto tiempo? ¿Acaso crees que tenemos tiempo para perder? ¿Es eso lo que crees?

Incluso Rani llegó a decir que francamente Prilla debió habérselo pensado mejor, usar un poquito de sentido común.

Prilla, muy triste, pensó que el buen criterio, el sentido, común desafortunadamente tampoco iba a ser su talento.

El País de Nunca Jamás y el secreto de las hadas  1#Donde viven las historias. Descúbrelo ahora