Capítulo 28

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Las expedicionarias alcanzaron la primera cueva, deshabitada, en cuatro horas.

Sin embargo, Prilla alcanzó a oír un vago crujir de algo. Tras un par de minutos, también Rani y Vidia lo oyeron. ¡Fuego! ¡Kyto!

Y Kyto las oyó a ellas. Las hadas no hacen mucho ruido, mucho menos cuando apenas si hablan entre sí. Pero respiran. Y Kyto las oyó respirar.

Treparon siguiendo una grieta en la roca que conducía a la cueva del dragón. A medida que subían la temperatura se hacía más y más alta.

Rani chorreaba gotas de
sudor y todas sus hojas-pañuelos estaban empapadas.

A medio camino, los efluvios de Kyto las alcanzaron y casi se caen de la pared de la montaña.

Kyto hedía a cien años sin darse un baño, ni qué hablar de pasarse un cepillo de dientes.

Las hadas se asomaron por encima del borde de la saliente donde descansaba la cueva-prisión de Kyto.

El dragón les vio las caras sorprendidas, sus seis pares de ojos
abiertos como platos. El globo transportador se mecía en el aire suspendido un par de centímetros por encima de la saliente.

De no haber tenido una cara tan cruel, Prilla se hubiera apiadado de Kyto. Era del tamaño de un elefante pequeño y Prilla dudó que allí tuviera espacio suficiente siquiera para girar sobre sí mismo. Tenía la piel llena de cicatrices y raspaduras de tanto recostarse contra los barrotes.

Tras una mirada más cuidadosa, Prilla se dio cuenta de que no eran barrotes

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Tras una mirada más cuidadosa, Prilla se dio cuenta de que no eran barrotes.

Eran unas raíces lo que lo encerraban, raíces de un arbusto fuerte del País de Nunca Jamás que llamaban el Árbol Bimbim. Dichas raíces caían desde la parte de encima de la entrada a la cueva y se anclaban vigorosamente contra la roca a la base de la misma.

Estas increíbles raíces eran inmunes a las llamas y cuanto más forcejaran contra ellas, más fuertes se hacían.

Pero aunque Prilla así no lo creyera, en realidad Kyto no ocupaba toda su cueva. Al fondo había espacio suficiente para su botín secreto.

Un Cuervo de Nunca Jamás cruzó a unos cinco metros delante de la entrada a la cueva. Kyto exhaló fuego por su trompa y tostó al ave en pleno vuelo. Acto seguido inhaló con tremenda fuerza y chupó al cuervo trayéndolo a los pies de la cueva. El
pájaro muerto se atascó entre las raíces pero Kyto lo arrancó de allí con una dentellada para luego comérselo entero.

«Nos cocinará vivas antes de que hayamos cruzado una sola palabra», pensó Rani.

Ahora Prilla deseó tener talento para los dragones. ¡Si sólo supiera cómo
amansarlo!

Kyto les lanzó una mirada feroz.

—Lárguense… a menos que hayan venido a liberarme —dijo con la voz ronca y profunda de quien ha pasado seiscientos años cociéndose de la ira.
Las expedicionarias intercambiaron miradas de espanto, hasta que por último, a Rani le volvió la voz y dijo:
—No…, no… no podemos li-li-liberarte. No so-so-somos los sufi-fificientemente fuertes.

El País de Nunca Jamás y el secreto de las hadas  1#Donde viven las historias. Descúbrelo ahora